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27 de Enero de 2013
Enrique “Cacho” Aiello
“Mi legado más honesto son mis canciones”
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Escribe: 

Iván Wielikosielek
 
Pertenece, por edad y peso específico, a la segunda generación del rock argentino; a ese pelotón de músicos fabulosos que creció en la primavera alfonsinista escuchando a Litto Nebbia, Serú Girán, Spinetta Jade y Los Beatles. Sólo que, a diferencia de­­­ sus más célebres contemporáneos (Fito Páez, Andrés Calamaro, Ricardo Iorio), Enrique “Cacho” Aiello surgió del lejano oeste argentino, de una ciudad en la que casi no había rock (Villa María) y en una provincia marcada (o “maldecida”, según otros) por el cuarteto.
 
Y entonces, forzosamente, su recorrido fue mucho más largo y alternativo que el de sus camaradas porteños o rosarinos: algunos eventos aislados de la pampa gringa de su adolescencia (aquel “Villa María Rock” del 76 o el del “Anfi” del 82) o los difíciles escenarios de “La Docta” de su primera juventud. Luego, a principios de los 90, se radicó en México y conoció las mieles (y también las hieles) del extranjero. 
Los dos primeros discos de “Los Ramires”, su grupo en tierras aztecas, fueron un éxito ascendente. Con su colega villamariense Sergio Aranda en teclados, más la incorporación de otros dos músicos argentinos consumados (Gustavo Nazar en bajo y Hugo Ordanini en batería), la banda liderada por “Cacho” Aiello en guitarra y voz, estaba llamada a ser, junto a “Café Tacuba”, una de las más importantes del pop mejicano de los 90. 
Pero la vuelta a Buenos Aires para tramitar el tercer disco coincidió con el “Efecto tequila” y entonces, con todas las compañías discográficas paradas en suelo azteca, el músico ni lo pensó y se volvió al pago. “El destino pudo haber sido otro, pero la vida es muy sabia; te sube y te baja de un plumazo para que aprendas”, dice “Cacho” sin ningún rencor. “Pero además, yo tenía una vieja deuda pendiente. Quería que mi primera hija empezara la escuela en Villa María, que viviera algo de todo lo lindo que yo viví cuando era chico”.
Atrás quedaban seis años de rock intenso en México, sesiones de grabación en Los Angeles bajo el sello Warner Music, giras de Ciudad Juárez a Chiapas (que en México es como decir “de Ushuaia a la Quiaca”) y sobre todas las cosas, el orgullo de haber tocado con músicos de la talla de Pedro Aznar, Vinnie Colaiutta, Greg Bissonette, Joan Báez o Mercedes Sosa.
En la vuelta a su ciudad la puerta que se abría no era la de hacer recitales, sino la docencia. Su amigo “Kuki” Soria lo invitaba a participar de la Fundación de la Escuela de Música Popular (EMPO) y, entonces, la operación retorno se puso en marcha.
 
Get back
 
-¿Cómo fue volver a Villa María luego de 10 años de ausencia?
 -Fue una experiencia maravillosa porque yo estaba abierto a todo, muy sensible, sin coraza, queriendo recibir afecto y reencontrarme con viejos amigos. Pero a los pocos días me cruzo con un ex rockero de mis tiempos que ya no tocaba y apenas me ve, me dice a modo de saludo: “Sabés, el otro día haciendo zapping vi en un canal de mierda de México a un boludo con sombrero tocando la guitarra y dije ¡pero si es el Cacho!”. Imaginate, ¡el tipo me había tirado tres puñaladas en dos segundos! Pero por suerte también hubo sorpresas maravillosas, gente que me tiró la mejor...
-¿Cómo quién?
-Como Monky, por ejemplo. Y mirá la paradoja. Con él nunca habíamos hecho nada juntos porque estábamos en bandos diferentes; él en el heavy y yo, por decirlo de alguna manera, en el folk (risas). Pero ese mismo día entré al café y el loco apenas me ve, se levanta de la silla y me abraza. “¡Aiello! -me dijo, con esa voz gruesa que tenía- ¡Qué alegría verte, loco! Sé que anduviste por México. Contame cómo te fue, cómo es por allá...”. Cuando le dije que de a poco estaba queriendo ensayar acá, me dijo: “Contá con los equipos y los instrumentos que te hagan falta, loco, yo te los presto”. Me lo propuso de la nada, así era él, puro corazón...
-¿Y cómo fue tu nueva vida sin banda y con la EMPO?
-Fue hermoso, pero también duro porque lo mío no era la docencia. Y entonces me empecé a deprimir. Pensé que la música se había acabado para mí, ¡imaginate! ¡En un año no había compuesto ni una sola nota! Pensé que se había cerrado la historia después de ocho años de grupo y de componer con Sergio, que se había ido a Los Angeles. Yo venía de algo muy fuerte, de tocar con tipos que jugaban en primera, y de pronto estaba acá y sin saber qué hacer... 
-Hasta que te salvó Piero...
-Piero ya nos había salvado antes, en el 88, cuando estábamos en México y grabamos el primer demo con Los Ramires. Un amigo en común se lo hizo escuchar a él, que andaba por Los Angeles sin grupo y nos llamó. Nos preguntó si nos interesaba hacer una gira con él por Colombia y le dijimos que sí, pero como para hacer algo. Cuando vimos lo que Piero movía en Latinoamérica, empezamos a laburar con él hasta que grabamos el primer disco. Y en el 95, ya estando en Villa María, volví a las giras con él. Ese año, mágicamente, se abrió la puerta del compositor que llevo adentro y, al poco tiempo, grabé mi primer disco solista. 
De hecho, Mondo Paparazzi apareció en 1998. Su segundo trabajo, El show de la evolución, en 2003 y su última placa oficial, Magos y poetas, en 2009. En este disco Aiello versiona piezas de tango y folclore más cinco temas propios y tuvo una muy buena repercusión en Buenos Aires, donde fue presentado.
¿Qué buscamos más que volver a casa?
“Qué buscamos hoy amor/Qué buscamos más que volver a casa/la casa iluminada/mi casa iluminada/”, cantaba Aiello en el último tema de Magos y poetas. 
-Cuando pensás en tu casa, ¿pensás en Villa María?
-¡Claro! Imaginate que acá empezó todo... acá escuché rock por primera vez con los discos de mi hermana. Y después, con un amigo del secundario, escuchábamos el Album Rojo, de Los Beatles, y sacábamos las canciones. Al día de hoy las toco con los mismos errores que cometía en esos tiempos por falta de “canta rock” (risas)... Acá tuve mi primer profe de guitarra, que fue dos Carlos Juárez y que me enseñaba zambas, pero como yo quería tocar rock, me compraba la “Pelo” y el “Expreso imaginario” para leer lo poco que se sabía por ese entonces... Acá hice a los 15 años mi primera canción, que con el tiempo me di cuenta de que era igual a un tema de Black Sabbath (risas)... Acá tuve mi primer grupo, Agua Potable, en aquel festival del 76 y mi primera novia, que es mi actual esposa... ¿Cómo no va a ser Villa María mi casa, si acá empecé a ser el que soy?
-¿Y qué pensás hoy de tus viejas canciones, de tus viejos discos?
-Que estoy orgulloso de haberlos hecho y que a pesar de que hoy les cambiaría muchas cosas, fueron muy honestos. Siempre pensé que si algún día alguien agarra mis discos (mi hija, por ejemplo) va a poder decir “este tipo era coherente; no hacía reggae o ska porque era la moda, tenía ante todo un compromiso artístico, un compromiso con él mismo”. Y ese es, a mi juicio, el compromiso que más importa, porque mi legado más honesto son mis canciones.
-Hoy hay grupos de rock nacional que suenan como de cumbia o candombe, ¿qué fue lo que pasó?
-Yo creo que en estos años se perdió algo. Antes había una apuesta estética muy fuerte y los músicos se la jugaban siempre. Había muchísima honestidad. Muchos grupos de hoy en los 60 ó 70 no se hubieran podido subir ni al primer escalón de un escenario. Y lo que hacen en nombre del rock es un sacrilegio, como profanar tumbas.
-¿Qué pasó en esas décadas que mencionás?
-En los 60 hubo una explosión de creatividad inusual. Y a esa llama la prendieron los cuatro flacos de Liverpool. Y en los 70 fue la creatividad absoluta, con coletazos en los 80. Esto no es negar el presente, pero vos ponés la radio y te siguen pasando esa música, que fue insuperable. 
-¿Qué significaron Los Beatles para vos?
-Yo no me puedo concebir sin Los Beatles. A tal punto, que uno de los cierres más importantes en mi vida fue verlo a Paul Mc Cartney en River. Fui con mi hija mayor y no podía creer estar compartiendo un mismo espacio físico con esa persona que, cuando era chico, para mí era de otro planeta. En mi estudio, como ves, tengo más fotos de Lennon que de mi familia. Y cuando tengo dudas, siempre lo consulto. Pero ojo... ¡tampoco me puedo concebir sin Spinetta, sin Litto o sin Charly! A punto tal que la muerte de Spinetta fue algo que aún no puedo digerir... el loco estaba desde que yo empecé a tocar. Siempre había discos del Flaco que salían y ahora hay que acostumbrarse a que ya no estará. Y yo no estaba ni estoy preparado para esa pérdida.
­
 
Una brisa inmensa de libertad
 
Y quizás por eso, porque no estaba preparado para esa pérdida, o acaso por pertenecer a esa generación del rock que ya se volvió compendio de un género en vías de extinción, es que “Cacho” Aiello está preparando un disco de canciones fundacionales de los 70 de nuestro rock, aquella música que lo hizo soñar desde una casa en donde su padre (cantor) escuchaba tangos y su madre (italiana) tarantelas, en una ciudad donde no había rock. Aquellas canciones que le hicieron escribir “Litoral”, que es una declaración de principios, su presentación ontológica: “Yo no soy del Litoral/no crecí bailando chacareras/ni en el valle bagualeáo/ni a los cerros les conté mis penas/Y el cantor decía de los barcos venimos/magos y poetas somos los argentinos/Yo no soy del Litoral/pero tengo algo que contarte”
 El disco que “Cacho” prepara se llamará “Pelo”, en homenaje a esas viejas revistas de la buena memoria. Allí pasará, por el diapasón de su alma, mucho de Litto Nebbia y Vox Dei, de Serú Girán y Spinetta Jade, de Moris y Miguel Abuelo. 
Entonces “Cacho” pone play y me hace escuchar algunos cortes en su estudio de Villa Nueva. Y al despedirnos, me queda vibrando su versión de “Maribel”, la que entona con afinación exacta y el timbre de un chico de 20 años: “Canta/canta toda la vida/canta con ilusión/Y al partir/sentirás/una brisa inmensa de libertad/”.
Y el guitarrista me saluda de lejos con esa brisa. Acaso porque sabe mejor que nadie lo que es partir y, sobre todo, que no hay una gira más mágica y misteriosa que regresar ni un viaje más alucinante que volver a casa.

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