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31 de Enero de 2013
El Diario en los Barrios - San Antonio
Un cura que marcó el pasado y el presente
La “Comunidad Joven para la Gran Comunidad” es el legado principal que dejó el padre Hugo Salvato en el barrio San Antonio de Villa Nueva, donde trabajó durante los años más importantes de su misión pastoral, proyectando un sueño que alcanzó a todas las clases sociales
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El padre Hugo dejó una profunda huella de su paso por Villa Nueva

 

ay per­so­nas que no pa­san por la vi­da sin de­jar hue­lla. Ese es el ca­so del pa­dre Hu­go Sal­va­to, quien mo­di­fi­có la faz del ba­rrio San An­to­nio des­de la Pa­rro­quia de San Ig­na­cio, don­de eri­gió las ba­ses de su sue­ño de for­mar una “Co­mu­ni­dad Jo­ven pa­ra la Gran Co­mu­ni­dad”.
A po­co de cum­plir­se sie­te años de su muer­te (fa­lle­ció el 17 de mar­zo de 2006), el re­cuer­do vi­vo del cu­ra Hu­go si­gue pre­sen­te en la co­mu­ni­dad.
Tan­to él, con su len­gua­je que no ocul­ta­ba el ori­gen ita­lia­no, co­mo su obra, son par­te de la his­to­ria y el pre­sen­te del ba­rrio.
Pao­lo Sal­va­to, de Pie­ve di Cur­ta­ro­lo, se for­mó en el se­mi­na­rio de Er­ba, en el li­ceo Mon­do­ví de Cú­neo, y si­guió cre­cien­do es­pi­ri­tual e in­te­lec­tual­men­te en Ca­ra­va­te y la Uni­ver­si­dad de La­te­ra­no, en Ro­ma.
Pao­lo de na­ci­mien­to de­ci­dió ser Hu­go, el mi­sio­ne­ro de la pa­sión cris­tia­na. In­vi­ta­do por mon­se­ñor Dea­ne, lle­gó en mi­sión pas­to­ral a es­tas tie­rras.
Y co­mo lo afir­ma su bió­gra­fo, el his­to­ria­dor Ru­bén Rüe­di, “el pa­dre Hu­go Sal­va­to hi­zo de su exis­ten­cia un de­rro­che de vi­da...”. 
“Se­rá un pa­ra­dig­ma del hom­bre nue­vo. Des­po­ja­do de to­da me­dio­cri­dad que con­lle­va la vo­rá­gi­ne mun­da­na, fue cons­tru­yen­do un men­sa­je de gran­de­za hu­ma­nis­ta des­ti­na­do a pro­yec­tar­se en las ge­ne­ra­cio­nes ve­ni­de­ras”, agre­gó.
 
Pri­ma­ve­ra del 65
 
El 27 de se­tiem­bre de 1965 Sal­va­to lle­gó a Vi­lla Ma­ría. Co­men­zó su ac­ti­vi­dad co­mo sa­cer­do­te en las Her­ma­nas Ro­sa­ri­nas, apren­dien­do el cas­te­lla­no.
Lue­go in­gre­só co­mo ca­pe­llán a la igle­sia Ca­te­dral, don­de con­si­guió que jó­ve­nes de to­das las cla­ses so­cia­les asis­tie­ran a las mi­sas. Com­bi­nan­do la fe, con el amor por la na­tu­ra­le­za y la vi­da al ai­re li­bre, de­ci­dió ini­ciar la ac­ti­vi­dad del gru­po Scout, que es un mo­vi­mien­to sur­gi­do en In­gla­te­rra tras la pri­me­ra Gue­rra Mun­dial.
En oc­tu­bre de 1968 se hi­zo car­go de la Pa­rro­quia de Nues­tra Se­ño­ra de Lour­des, en ba­rrio Ameg­hi­no.
Allí acre­cen­tó la ac­ti­vi­dad scout, ex­ten­di­da a to­da la re­gión, y pu­so en mar­cha los cam­peo­na­tos noc­tur­nos de fút­bol in­fan­til que con­vo­ca­ban a mul­ti­tu­des en tor­no a la can­cha ale­da­ña a la igle­sia.
 
Lle­ga­da al ba­rrio
 
Co­mo un ar­qui­tec­to de al­mas, pe­ro hu­mil­de co­mo un al­ba­ñil, la­dri­llo a la­dri­llo co­men­zó a cons­truir lo que se­ría la Co­mu­ni­dad Jo­ven pa­ra la Gran Co­mu­ni­dad, es­cri­bió Rüe­di al re­fe­rir­se al am­bi­cio­so pro­yec­to de fe y es­pe­ran­za, por el cual, fa­mi­lias cons­ti­tui­das pu­die­ran cui­dar de chi­cos sin pa­dres pa­ra for­mar­los en un am­bien­te sa­no.
Ese pro­yec­to fue el que de­sa­rro­lló en el ba­rrio San An­to­nio, con la ayu­da in­va­lo­ra­ble de los ita­lia­nos de su co­mu­ni­dad, le­van­tó la ca­pi­lla, que lle­va­ría el nom­bre de San Ig­na­cio por ser el 31 de ju­lio.
En 1985 Hu­go pu­so el pri­mer la­dri­llo de la obra, con una in­fraes­truc­tu­ra edi­li­cia im­por­tan­te, que él nun­ca ocu­pó. Pre­fi­rió se­guir vi­vien­do en su ca­si­ta, de un so­lo am­bien­te.
Pa­só el tiem­po en que es­te irre­ve­ren­te sa­cer­do­te fue echa­do de la Igle­sia, has­ta que mon­se­ñor Ro­ber­to Ro­drí­guez en­ten­dió que era el tiem­po de re­con­ci­lia­ción y nue­va­men­te, sus ca­sa­mien­tos y bau­tis­mos, fue­ron “le­ga­les” pa­ra el ca­to­li­cis­mo.
Mien­tras más tra­ba­ja­ba, su sa­lud más se de­te­rio­ra­ba. Una dia­be­tes te­rri­ble le pro­vo­có más de una in­ter­na­ción, tan­to en Ita­lia co­mo en Vi­lla Ma­ría. Si­guió ade­lan­te, más que lo que sus fuer­zas cor­po­ra­les le per­mi­tían, has­ta que lle­gó el fi­nal de su pa­so por la tie­rra a las 23.39, cuan­do es­ta­ba in­ter­na­do en la Clí­ni­ca Ma­ra­ñón aquel 17 de mar­zo. El se fue, pe­ro su hue­lla, que lle­va el nom­bre de la es­pe­ran­za, si­gue in­tac­ta en ca­da lu­gar don­de de­sa­rro­lló su la­bor pas­to­ral.
 
Multitudinario adiós
Cumpliendo su voluntad, los restos de Hugo Salvato fueron enterrados en la Quinta San Ignacio, del barrio San Antonio.
A su sepelio asistieron más de 2.000 personas, quienes manifestaron su sentido pesar por la partida del sacerdote.
El obispo Roberto Rodríguez, leyó en esa oportunidad el correo electrónico enviado desde Italia  por los hermanos del cura: “Hemos recibido con profundo dolor la noticia de la muerte del padre Hugo, y nos unimos a ustedes en la plegaria. Le agradecemos al Señor por todo lo que ha obrado entre ustedes, aun olvidando y dejando de lado su salud.” 
Ese fue uno de los puntos con mayor carga emotiva, incluso cuando la ceremonia religiosa estaba por comenzar.
En su homilía, Rodríguez dijo: “Hugo fue un cura especial, que entregó su vida pensando en los pobres, los humildes, los necesitados.
Cuando charlábamos, yo solía decirle: usted va a morir con las botas puestas. Y así sucedió.
El lo sabía, porque me contestaba: yo voy a seguir hasta que se me agoten las pilas.
Su sacerdocio estuvo signado por esa forma de ser, por ese andar incesante en su camioneta buscando el pan en la panadería y la fruta y las verduras en el Mercado, para quienes no tienen qué comer.
Ha dejado así una marca en nuestros corazones.
Ha dejado un ejemplo de cómo debemos entregarnos a los otros, así como Cristo se entregó totalmente para darnos la vida. 
Su ausencia aquí, en el cielo se expresa en otras presencias. La vida no termina, se transforma...
Su obra debe continuarse. Veremos cómo. Que aquellos que son sus amigos aquí, continúen poniendo el hombro y trabajando juntos”.

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