Toda la zona que rodea a El Bolsón es un regalo del cielo. El gigantesco cerro Piltriquitrón y su presencia fulminante, los diversos ríos impregnados de celeste, los bosques colosales. Y allí, justo allí, en ese rincón del norte de la provincia de Chubut, en plena Patagonia, en pleno marco andino, en pleno paraíso, el Parque Nacional Lago Puelo. Una especie de resumen de la región, con todo lo que en ella se toma por bueno y bello.
Chiquito, es el parque más pequeño del sur argentino. Quizás por ello es que el viajero llega a sentirse tan a gusto en sus dominios. Lo palpa, lo puede mensurar, comprender sus dimensiones en un simple dibujo mental. Se lo mete en el bolsillo y arremete. La visita de un día le alcanza para darse una ducha completa de lo que el lugar tiene para ofrendarle.
Agasajo de naturaleza
Veintisete mil y algo de hectáreas tiene Lago Puelo. Poco, nada si se lo compara con gigantes como el PN Los Glaciares (726 mil hectáreas) o el PN Nahuel Huapi (709 mil). Pero con ese terreno, que es terrenazo en tanto uno se pone a ningunear comparaciones, le alcanza y sobra para robarnos más de un suspiro. Como cuando llegamos (tras 20 kilómetros de camino desde El Bolsón, 4 desde la localidad de Lago Puelo), y vemos el lago: la experiencia es divina. Turquesa en el agua, montañas de puntas nevadas atrás, furiosa la vegetación que baja de las alturas. Sí, es fácil escribirlo pero difícil hacerlo ver. Una pinturita hecha con las mejores materias primas de la Pacha Mama. El creer que la naturaleza es el único dios.
Ahí estamos, en el sector denominado “La Playita”, parados al borde del lago. Lo miramos embobados, y hacemos como el resto, como los vecinos de los alrededores y los turistas de este país y de otros muchos, y nos sentamos a disfrutar del espectáculo. Sol metiéndole energía y zambullida, claro, infinidad de zambullidas. Como si de una pileta se tratara, un club. Pero con lo mejor de la Patagonia en el alrededor.
Entonces las laderas hablan de vuelta. Cuentan del verde que les da virtud y del bosque Patagónico que, en fin, es la ecorregión a la que pertenece el Parque. También muestran cómo se asoma la selva valdiviana, venida desde Chile, fenómeno que en suelo argentino se da aquí y en ningún lado más. El avellano, el tique, el ulmo, el lingue y las formas, colores y aromas de los mismos, buscan concientizar acerca de lo enriquecedor del asunto. El ciprés de la cordillera, el arrayán, el cohiue, la lenga, representan la vegetación originaria de este lado de la frontera. Y ya puestos a nombrar habitantes, seguimos: el huemul y el pudú (dos tipos de ciervo), el puma, el zorro colorado y el coipo (especie de castor), dan la cara por los animales terrestres. El pitío, el pato vapor volador y el zorzal patagónico lo hacen por las aves. La trucha arcoíris y la perca surgen para representar la infinidad de peces que pueblan el lago.
Senderos
Después de dedicarle varias horas al sol, al agua y al entorno, salimos a pasear por los senderos. El del Mirador del Lago demanda apenas media hora en subida, para contemplar Puelo, Cerro Cuevas y Río Azul en todo su esplendor. El de Pitranto Grande y el de interpretación “Bosque de las Sombras” son en llano, siempre cubiertos por la grandeza de los árboles, y sirven para apreciar la vegetación local de primera mano. El de Los Hitos, Cerro Derrumbe y Cerro Plataforma, entre otros, demanda largas caminatas, de varias horas. Esfuerzo que se reintegra con paisajes increíbles, y la satisfacción de saberse en auténtica comunión con la naturaleza. ¿Pedir más? No, no se puede. Y eso que era chiquito el parque…