Aquel muchacho perseguido por la Policía cordobesa que en plena mañana del ´60 empuñaba un arma. Aquel muchacho que metros después rodó por tierra en pleno Parque Sarmiento tras ser herido por los efectivos sin soltar su revólver y se disparó en la sien. Aquel muchacho, apenas si tenía 22 años. Y en ningún lugar de la escalofriante crónica policial del día siguiente se decía que era un poeta. Sin embargo, aquella omisión era perfectamente comprensible. Y es que en vida, Alberto Enrique Mazzocchi apenas si había publicado dos poemas en revistas y las dos veces lo había hecho con pseudónimo. Había pasado por el mundo y por las letras desapercibido como una aparición.
La vida breve
Hijo de un humilde matrimonio ferroviario, Mazzocchi había nacido en Las Varillas en 1937 para recalar en Córdoba en el´50. Al cumplir los 15 años, ingresa a un seminario del cual será expulsado al poco tiempo. En el 56 asiste como oyente de Filosofía en la Universidad de Córdoba, y en una de sus aulas conocerá a Federico Undiano (1932-2000), joven escritor que se convertirá en su amigo incondicional, albaceas y biógrafo. El encuentro con Undiano será determinante para Mazzocchi ya que no sólo modificará su vida, sino también su obra. Por esos tiempos, nuestro autor ya componía versos. Y esto escribe Undiano en una carta fechada en 1997: “Sus poesías de entonces no eran nada excepcionales. Tal vez, hasta mucho más que bastante mediocres (…). Sin embargo, gracias a un verso, a una que otra metáfora, a una imagen, es incontestable que debí percibir o intuir algo potencialmente indefinible”.
A poco de conocerse, ambos amigos abandonan la Universidad decididos a iniciar una formación autodidacta compartida. Durante varios meses leerán libros, pintarán del natural en el Parque Sarmiento, se retratarán el uno al otro al crayón en bares, irán al cine y caminarán hasta altas horas de la noche. Pero sobre todas las cosas, se leerán los textos que cada uno escriba. Y así será como Undiano asistirá al milagroso alumbramiento de un poeta. Y esa nueva voz le deberá mucho a las exigencias literarias de su amigo y, años después, le deberá su difusión al mundo. Y es que será el mismo Undiano quien, ya radicado en Francia, publique en 1985 el monumental tomo bilingüe de “Poèmes-Poemas” (editorial L´Harmattan), un libro de 360 páginas, 64 poemas, notas biográficas y dibujos hechos por ambos, que servirá para que Mazzocchi sea estudiado en universidades españolas, francesas y de toda América Latina.
A diferencia de toda la poesía argentina de los años 50 marcadamente surrealista o socialmente intelectual, los versos de Mazzocchi brillan con un fulgor atemporal. Atravesada por una fabulosa tensión espiritual, fervorosas lecturas de Dylan Thomas y los Evangelios, podría decirse que la poesía de Mazzocchi anticipa los versos de Alejandra Pizarnik. Sin embargo, contrariamente al violento torbellino de su vida marcada por tempranos desencuentros amorosos, fugas clandestinas para salvarse del servicio militar, tres tentativas de suicidio, internaciones psiquiátricas y acaso una tendencia homosexual no asumida, sus poemas respiran una fabulosa serenidad cruzados por la certeza de una muerte inminente: la suya.
El principio del fin
No obstante, un hecho crucial producirá un quiebre en la vida del poeta: la partida de Federico Undiano a Uruguay en 1959. Y entonces Mazzocchi acusará recibo de una nueva soledad desconocida hasta entonces, una soledad horrorosa y destructiva.
“Me demandó un esfuerzo sobrehumano blindarme para no desviarme del centro gravitacional en torno al que debía girar mi propia órbita, cuando quiso que nos suicidáramos juntos, estrechándonos las manos, a la caída de la tarde de un 16 de octubre de 1957”, escribe Undiano en la misma carta. Y esa necesidad de “blindarse” fue la que lo había hecho migrar.
Sin Undiano en Córdoba, Mazzocchi sólo vivirá ocho meses más. En ellos, visitará a su amigo en Montevideo, regresará a Córdoba y no dejará de enviarle cartas desesperadas que no obtendrán otra respuesta que el silencio. Luego conocerá a una mujer 10 años mayor y la desposará a fin de ese año. Y será Lidia, precisamente, quien hará “abandono de hogar” a los dos meses, tras sufrir los maltratos de su joven esposo. Y será el poeta quien la traerá a casa a punta de pistola para luego ser denunciado por sus suegros.
Aquella mañana del 5 de febrero del 60 era sábado en Córdoba. Y los uniformados que fueron a arrestar al denunciado no sabían que les aguardaba lo peor. Empujándolos, Mazzocchi reinicia “esa larga y antigua fuga” (la frase es de Undiano y está dedicada a su amigo). Pero esta vez será la última de todas, ya que pocos minutos después, se quitará la vida frente al pasaje completo de un colectivo.
En el año 58, poco antes de su tercera y última tentativa de suicidio, Mazzocchi había escrito: “Realmente hubiera podido/no decidir suicidarme si mi encendedor/si estuviera seguro que mi encendedor/no se me perdiera o no se me deteriorara/si estuviera seguro que mi encendedor/ fuera lo suficientemente bello/para retenerme en esta vida/para estar en esta vida/ y encender mis cigarrillos de mala marca/con él/ y mirar con su luz las cosas en la oscuridad/ y alumbrar con él un camino en la oscuridad”. Que este poema sirva de epígrafe para su vida toda.
Iván Wielikosielek