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El peregrino impertinente

La anécdota es sencilla: entro al baño de una estación de servicio, dejo el celular cargando, me retiro unos segundos y, cuando vuelvo, el aparato brilla por su ausencia. Robo, hurto, despojo o simplemente choreo. Llámelo como quiera.

De cualquier manera, al vil canalla que me lo sustrajo no le debe importar mucho cuál es el término más apropiado para definir la situación. Ese buitre infame debe estar más preocupado usando mi celular para mandar SMS al 2020, con las palabras “gata”, “cachonda”, “tiburón blanco”, “muerde almohada” y todas esas claves que pasan en la tele para recibir fotos de minitas a $12,90 cada una.

El hecho ocurrió en Río Grande, provincia de Tierra del Fuego. Fue un segundo, cosa de un parpadeo. Ahí nomás llamé a la Policía. Los tipos se hicieron esperar, pero llegaron.

Policías de película
Apenas arribaron, les describí cómo se sucedieron los hechos y aguardé por su respuesta. Yo esperaba que me dijeran cosas como “afirmativo”, “efectivamente” o “procederemos en consecuencia”, términos típicos de la jerga policíaca. En contraste, sólo atinaron a asentir y a esbozar lo siguiente:

-Mirá, si querés dejamos todo como está y listo. O si no, podés hacer la denuncia, pero es ese caso vamos a tener que venir a sacar fotos del lugar, tomar pruebas y demás tareas para hacer la investigación.

A ver: yo entiendo que en el sur haya pocos robos y que mucha gente todavía duerma con la puerta abierta y eso y que, por lo tanto, los policías de allí no tengan la calle que tienen en el resto del territorio nacional.
Pero de ahí a decirme que para que quede constatada una denuncia es indispensable realizar un seguimiento digno de la Scotland Yard, me parece un despropósito.

Ni les repliqué.
La contaminación hollywoodense me quitó toda esperanza de justicia.