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12 de Febrero de 2013
Investigación llevada a cabo en hombres
Las drogas matan al sexo
La heroína es la que más afecta, negativamente, a la función sexual. Dosis altas de alcohol tienen una implicación directa sobre la erección. Después de abandonar el consumo, los problemas siguen estando presentes
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Mucho se ha in­ves­ti­ga­do so­bre có­mo afec­tan las dro­gas y su con­su­mo pro­lon­ga­do a di­fe­ren­tes fa­ce­tas de nues­tra sa­lud fí­si­ca, men­tal y cog­ni­ti­va, pe­ro lo cier­to es que és­tas tam­bién re­per­cu­ten en otra área im­por­tan­te de nues­tra vi­da: la se­xual. Y ade­más, en ella, sus se­cue­las si­guen es­tan­do pre­sen­tes in­clu­so años des­pués de ha­ber­las ol­vi­da­do pa­ra siem­pre.
Así lo ase­gu­ra un es­tu­dio pu­bli­ca­do re­cien­te­men­te en la re­vis­ta cien­tí­fi­ca nor­tea­me­ri­ca­na “Jour­nal of Se­xual Me­di­ci­ne”, que re­ve­la que las dro­gas em­peo­ran el fun­cio­na­mien­to se­xual de los va­ro­nes y sus efec­tos per­sis­ten in­clu­so des­pués de años de abs­ti­nen­cia, he­cho que con­tra­di­ce otras in­ves­ti­ga­cio­nes que man­te­nían que, a las tres se­ma­nas de aban­do­nar el con­su­mo, el fun­cio­na­mien­to se­xual vol­vía es­pon­tá­nea­men­te a su ni­vel nor­mal.
 
La he­roí­na, la más per­ju­di­cial
 
Es­te es­tu­dio, ela­bo­ra­do por pro­fe­so­res de la Uni­ver­si­dad de Gra­na­da (Es­pa­ña) y San­to To­más (Co­lom­bia), y con la par­ti­ci­pa­ción de nue­ve ins­ti­tu­cio­nes de re­ha­bi­li­ta­ción de dro­go­de­pen­dien­tes (ACLAD, CAD de Ar­gan­zue­la, CAD San Blas, Ins­ti­tut de Neu­rop­si­quia­tria i Ad­dic­cions del Parc de Sa­lut Mar-Hos­pi­tal del Mar, Fun­da­ción  No­ray-Pro­yec­to  Hom­bre  Ali­can­te, UMAD, Pro­xec­to Ho­me Ga­li­cia, Pro­yec­to Hom­bre Gra­na­da y el "Cor­ti­jo Bue­nos Ai­res"), eva­luó el fun­cio­na­mien­to se­xual de 905 va­ro­nes, de los cua­les 550 es­ta­ban diag­nos­ti­ca­dos de de­pen­den­cia a seis ti­pos de con­su­mo pre­fe­ren­te: al­co­hol, co­caí­na, co­caí­na y al­co­hol, he­roí­na, ma­ri­hua­na y speed­ball (he­roí­na­+co­caí­na) y re­sul­tó ser la he­roí­na la sus­tan­cia que más afec­ta­ba a la fun­ción se­xual.
"La he­roí­na es la dro­ga que pa­re­ce ver­se re­la­cio­na­da con las ma­yo­res di­fi­cul­ta­des se­xua­les y el al­co­hol, la que más afec­ta a la ca­pa­ci­dad eréc­til", ase­gu­ra a ElMundo.es Pa­blo Va­lle­jo, pro­fe­sor e in­ves­ti­ga­dor en la Uni­ver­si­dad San­to To­más de Co­lom­bia y uno de los au­to­res prin­ci­pa­les del es­tu­dio. En cam­bio, man­tie­ne el ex­per­to, no pa­sa lo mis­mo con la ma­ri­hua­na. "So­cial­men­te es una dro­ga me­jor con­si­de­ra­da y ade­más no tie­ne tan­to im­pac­to so­cial co­mo la he­roí­na, pa­re­ce ser la que me­nos es­tá afec­tan­do a dis­tin­tas áreas del fun­cio­na­mien­to se­xual". Otra de las re­le­van­cias im­por­tan­tes es que el al­co­hol, en gran­des can­ti­da­des, es la dro­ga que más re­per­cu­te en la ca­pa­ci­dad eréc­til.
 
Con­se­cuen­cias
 
Pe­ro la his­to­ria del con­su­mo de dro­gas no es nue­va en nues­tra so­cie­dad y qui­zá su co­mien­zo da­te de mu­cho an­tes de lo que nos ima­gi­na­mos. Ex­pli­ca el es­pe­cia­lis­ta que los pri­me­ros in­di­cios del con­su­mo de dro­gas co­mo ade­re­zan­te del se­xo se re­mon­tan a la épo­ca del an­ti­guo Egip­to y del Im­pe­rio Ro­ma­no. Lo que ha cam­bia­do, evi­den­te­men­te, es el con­tex­to, las sus­tan­cias y los lu­ga­res pa­ra su con­su­mo por­que ac­tual­men­te las dro­gas se si­guen uti­li­zan­do "muy co­mún­men­te" con fi­nes se­xua­les.
Una in­ves­ti­ga­ción rea­li­za­da en el año 2010 a más de 300 va­ro­nes dro­go­de­pen­dien­tes, por los mis­mos in­ves­ti­ga­do­res de es­te es­tu­dio, mos­tra­ba que ca­si el 70% afir­mó ha­ber con­su­mi­do al­gu­na vez dro­gas pa­ra me­jo­rar el dis­fru­te de sus re­la­cio­nes se­xua­les y el 80% di­jo ha­ber­las to­ma­do pa­ra ob­te­ner una re­la­ción se­xual, es de­cir, pa­ra de­sin­hi­bir­se. En es­tos ca­sos, la dro­ga más con­su­mi­da era la co­caí­na, se­gui­da del al­co­hol.
Pe­ro aún así, con es­tos da­tos en la ma­no y con la in­fi­ni­dad de es­tu­dios que han de­mos­tra­do las con­se­cuen­cias de las dro­gas en las áreas fi­sio­ló­gi­cas y psi­co­ló­gi­cas, és­tas tam­bién tie­nen su efec­to en las dis­tin­tas fa­ses de la fun­ción se­xual: de­seo, pla­cer, ex­ci­ta­ción y or­gas­mo. Con­cre­ta­men­te, tie­nen prin­ci­pal­men­te un efec­to ma­yor en las fa­ses del pla­cer se­xual y el or­gas­mo. "No sa­be­mos por qué exac­ta­men­te en ésas, po­dría te­ner una ex­pli­ca­ción neu­ro­ló­gi­ca ya que son las di­men­sio­nes más re­la­cio­na­das con el pla­cer", ex­pli­ca.
Por otro la­do, se­gún re­za el es­tu­dio, el pla­cer se­xual es el más per­ju­di­ca­do en los con­su­mi­do­res de “speed­ball”, se­gui­do de cer­ca por los con­su­mi­do­res de co­caí­na. Por su par­te, el or­gas­mo se ve más afec­ta­do por los con­su­mi­do­res de he­roí­na se­gui­dos -al mis­mo ni­vel- por los que pre­fie­ren de co­caí­na, al­co­hol y “speed­ball”.  La fa­se del de­seo es el área del fun­cio­na­mien­to se­xual me­nos per­ju­di­ca­da, in­clu­so los con­su­mi­do­res de co­caí­na tie­nen un de­seo se­xual muy ele­va­do en fa­ses agu­das de con­su­mo. Pe­ro "no sa­be­mos si real­men­te es de­seo se­xual ele­va­do o de­seo se­xual hi­pe­rac­ti­vo, lo cual no es po­si­ti­vo, ma­ti­za. Y fi­nal­men­te, el al­co­hol en gran­des can­ti­da­des, co­mo he­mos nom­bra­do an­te­rior­men­te, es el que más afec­ta a la ca­pa­ci­dad eréc­til".
En las mu­je­res las res­pues­tas "po­drían ser si­mi­la­res", ase­gu­ra. Pe­ro aún no se han he­cho es­tu­dios ya que las mues­tras que sos­tie­nen los in­ves­ti­ga­do­res son muy pe­que­ñas. "En Es­pa­ña, só­lo un 10% de las per­so­nas que so­li­ci­ta ayu­da a cen­tros de dro­go­de­pen­den­cias son mu­je­res".
 
¿Por qué per­du­ran sus efec­tos?
 
El ex­per­to ex­pli­ca que la prin­ci­pal hi­pó­te­sis que se ba­ra­ja en la ac­tua­li­dad es que exis­te un da­ño bio­ló­gi­co, que ha afec­ta­do al fun­cio­na­mien­to se­xual du­ran­te el con­su­mo de dro­gas y po­co des­pués de de­jar de con­su­mir­las (has­ta dos se­ma­nas). El da­ño fi­sio­ló­gi­co de­sa­pa­re­ce­rá, pe­ro, por el con­tra­rio, el pro­ble­ma psi­co­ló­gi­co per­ma­ne­ce.
Pa­re­ce ser por tan­to, que se ha pro­du­ci­do un con­di­cio­na­mien­to. "Se ha aca­ba­do aso­cian­do, du­ran­te el pe­río­do de con­su­mo, prác­ti­ca se­xual a pro­ble­mas se­xua­les", ase­gu­ra. Por ello per­du­ra in­clu­so des­pués de ha­ber­las de­ja­do. Es­to es, aca­ba­mos aso­cian­do que ca­da vez que va­mos a te­ner se­xo, és­te va a ser po­co pla­cen­te­ro, va a sa­lir mal, o lo que sea pa­ra ca­da ca­so. "Por­que así su­ce­día du­ran­te el con­su­mo de dro­gas. Y al fi­nal, cuan­do el efec­to de las dro­gas no es­tá pre­sen­te, el con­di­cio­na­mien­to que se ha pro­du­ci­do du­ran­te los años de con­su­mo per­ma­ne­ce. De tal for­ma que, en au­sen­cia del efec­to de las dro­gas, el se­xo si­gue sien­do un pro­ble­ma. Es un con­di­cio­na­mien­to co­mo en el fa­mo­so ca­so del pe­rro de Pávlov". Pe­ro a pe­sar de ello, quie­re ma­ti­zar que es­to no su­ce­de así en el 100% de los ca­sos, que no ocu­rre con to­das las per­so­nas que han con­su­mi­do dro­gas, "sim­ple­men­te es­to su­ce­de de for­ma sig­ni­fi­ca­ti­va más en los gru­pos con­su­mi­do­res que en los no con­su­mi­do­res".

Im­pli­ca­cio­nes del es­tu­dio

Va­lle­jo enu­me­ra una se­rie de im­pli­ca­cio­nes que pue­de traer la rea­li­za­ción de es­te es­tu­dio pa­ra un fu­tu­ro y asi­mis­mo de otros que se ha­gan des­pués. La pri­me­ra es que pue­de te­ner un pa­pel im­por­tan­te en el tra­ta­mien­to de pa­cien­tes dro­go­de­pen­dien­tes, ya que pue­de ser la "ex­cu­sa" pa­ra tra­tar el pro­ble­ma del con­su­mo en pa­cien­tes que no lo ven co­mo un pro­ble­ma en sí mis­mo, pe­ro sí de­bi­do a su re­la­ción con la pér­di­da se­xual. Así co­mo una mo­ti­va­ción pa­ra de­jar el con­su­mo. Una vez en con­sul­ta, se­ña­la, la sen­si­bi­li­za­ción po­dría ser mu­cho más sen­ci­lla. Otra de las im­pli­ca­cio­nes in­flu­ye al pa­pel de las re­caí­das. Es­to es, se­gún ex­pli­ca el ex­per­to, hay que te­ner en cuen­ta la adic­ción co­mo una en­fer­me­dad cró­ni­ca, don­de nun­ca po­dría­mos des­car­tar una po­si­ble re­caí­da. Hay que te­ner en cuen­ta que las per­so­nas pa­san por fa­ses de "cra­ving" (an­he­lo) que de al­gu­na ma­ne­ra les im­pi­de re­cor­dar las co­sas ma­las de las dro­gas.
Por úl­ti­mo, otras de las im­pli­ca­cio­nes se­rían que po­dría ser un as­pec­to po­si­ti­vo pa­ra la pre­ven­ción, po­der ju­gar un pa­pel re­le­van­te en la "vic­ti­mi­za­ción se­xual" y ade­más, po­der mo­di­fi­car tam­bién al­gu­nas con­duc­tas de ries­go.

Fuen­te: ElMun­do.es


 

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