Cuando las diferencias ideológicas, las conveniencias económicas, las distintas miradas, dividen al país en facciones irreconciliables, toda posibilidad de crecimiento queda vedada, incluso llegan a cometerse los peores atropellos del hombre contra el hombre.
Eso es lo que sucede en 1828 cuando Lavalle ordena, sin juicio previo, el fusilamiento del Coronel Manuel Dorrego.
Manuel Dorrego
Manuel nace en Buenos Aires el 11 de junio de 1787, hijo de José Antonio Dorrego, rico comerciante portugués y María Ascensión Salas. Es el menor de cinco hermanos y quizás por eso el que tuvo las mejores oportunidades para educarse. Estudia en el Colegio de San Carlos, a los 15 años viaja a Chile con la idea de seguir Derecho en la universidad de San Felipe, pero, pronto descubre que su pasión no son las leyes, tan frías, sin vida, su vocación es la lucha por la libertad, eso anhela.
En 1809 estando aún en Chile participa en los primeros levantamientos contra las autoridades españolas, allí obtiene el título de primer defensor, luego regresa a Buenos Aires y actúa en el Ejército del norte.
Su carácter irascible, pero firme y de fuertes convicciones, le crea varios disgustos.
Corre febrero de 1815, está en Buenos Aires cuando conoce a Angela, su vida da un vuelco, ya nada será lo que era…
Angela Baudrix
Hermosa, de buena familia, con su larga cabellera y su vestido de corte imperial, impacta fuertemente en el Coronel. Comienza entonces un noviazgo soñado, un paréntesis en la vida militar, largos paseos, cabalgatas, reuniones nocturnas y en agosto, casamiento, sienten la necesidad de compartir la vida.
En 1816, año de la Independencia, el hogar se alegra con la llegada de una niña, a la que llaman Angelita. Pero… poco dura esa paz, Dorrego comienza sus preparativos para marchar a Mendoza, debe y quiere incorporarse al Ejército de San Martín. En sus planes está viajar con su familia, pero un enfrentamiento con el director Pueyrredón, le vale el destierro, de por vida, dice Pueyrredón.
A partir de ese momento, incertidumbre, lejos de su familia, de sus seres queridos, de sus amigos, sin saber a ciencia cierta qué podrá hacer y menos aún si podrá volver.
Primero recala en una isla de Cuba, para terminar en Baltimore junto a otros desterrados como Chiclana, Manuel Moreno y French.
Angela que recién comenzaba su vida marital, queda sola con su pequeña hija y otro embarazo a cuestas, pide justicia quiere saber de qué se acusa a su marido, se dirige al Congreso, al director Pueyrredón, pero no obtiene respuesta alguna.
La segunda
En esas condiciones nace la segunda hija del matrimonio, Isabel, con el padre ausente y problemas económicos urgentes. Angela, angustiada debe regresar al hogar paterno.
Dorrego intenta tranquilizarla a través de largas cartas, como si eso pudiera calmar la ansiedad de Angela, con dos niñas pequeñas y sin dinero.
El país sigue su marcha, en 1819 se dicta una Constitución centralista que las provincias rechazan de cuajo, sobreviene la caída del Directorio y la disolución del Congreso. En 1820 Ley de Amnistía y la tan esperada vuelta de don Manuel.
Pero, antes que el padre, antes que el marido, vuelve el Coronel Dorrego, dispuesto más que nunca a luchar por sus ideales, la estadía en Estados Unidos le ha permitido observar de cerca una sociedad diferente, una sociedad organizada por una Constitución que estableció una República Federal. Ese es el modelo que quiere para su país.
Se opone abiertamente al Gobierno de Rivadavia, denuncia negociados, electo diputado por Buenos Aires reflexiona, presenta proyectos.
En 1826 brega por una organización republicana y federal, pero, nuevamente el proyecto de unidad se diluye, las facciones están más preocupadas por dirimir supremacías locales que por lograr la unión nacional.
Una nueva Constitución de carácter centralista, la gran debacle y un Dorrego que elegido gobernador de Buenos Aires, asume la responsabilidad de hacer la paz.
Se firma un tratado de paz con Brasil actuando como mediadora Gran Bretaña.
Angela piensa que por fin ha llegado el momento de disfrutar en familia, que ahora sí están dadas las condiciones para que sus hijas disfruten de ese padre que estuvo tantos años ausentes.
Lo que Angela no puede prever es que los unitarios no han abandonado la lucha, el General Lavalle no está dispuesto a dejar la Gobernación en manos de su enemigo, se pronuncia el 1 de diciembre de 1828, asume un gobierno al que Dorrego no ha renunciado y el 13 de diciembre, en Navarro, le comunica: Coronel, en una hora será fusilado.
Cartas de despedida
“...en el siglo de las luces
que tanto han vociferado
vemos atentados bruscos
de un pueblo
incivilizado...”
Estupor en Dorrego, temor en Angela que no sabe qué está pasando pero intuye que es grave, lo presiente. Habla con autoridades, con gente influyente, pide explicaciones, que le comuniquen qué está sucediendo, pero todo es en vano, no hay respuesta y a medida que pasan las horas aumenta la desazón, pero… la orden está dada… cuando Angela reciba algo, serán las cartas de despedida que su esposo, apresuradamente, escribió antes de ser fusilado:
“Mi querida Angelita; en este momento me intiman que en una hora debo morir; ignoro por qué; más la providencia divina, en la cual confío en este momento crítico así lo ha querido… Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado.”
A sus hijas...
“Mi querida Angelita: te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre.”
“Mi querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre.”
El 13 de diciembre a la orden de fuego un pelotón de fusilamiento termina con la vida de Manuel Dorrego, tenía tan sólo 41 años.
“...si Lavalle ha fusilado
a Dorrego en el Navarro
campo infausto, la Nación
castigará tal desbarro...”
Don Manuel trató de dejar las cuentas claras, por eso le escribe a Angela:
“…que Fortunato te entregue lo que a su conciencia crea tener mío. Calculo que Azcuénaga me debe como tres mil pesos. José María Miró, mil quinientos. Don José María Rojas, seis mil. Debo una letra de seis mil pesos a doña Isabel Axes. De los cien mil pesos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. A Manuela, la mujer de Fernández le darás trescientos pesos. A mis hermanos y demás coherederos, debes darles o recabar de ellos como mil quinientos pesos, que recuerdo tomé de mi padre y no he repartido a ellos…”
Sin embargo, para Angela la vida no es fácil, su trabajo como costurera en el taller de Simón Pereyra, un proveedor de uniformes para el Ejército, le permiten una vida digna.
Pero ciertamente no es la vida que había soñado, ha perdido al hombre que amaba y de una manera totalmente injusta. ¿Habrá encontrado algún consuelo en el decreto por el cual, en 1829, los restos del Coronel son trasladados a Buenos Aires para ser colocados en el cementerio del Norte, en el monumento que el Gobierno dedicó a su memoria? O quizás en el cielito que la gente de las orillas, los tenderos, los que lo querían cantaron tiempo después?
...cielito y cielo nublado
por la muerte de Dorrego
enlútense las provincias
Lloren cantando este cielo
cielito, cielo de “acasos”.
Que en este mundo suceden
pues vemos cosas tan raras
que esperarse no se pueden...
María Elena Caillet Bois
Escritora e historiadora
Especial para EL DIARIO