Como en esas novelas donde los protagonistas son presos del destino, Silvina cerró los ojos y se dejó arrastrar por ese oleaje incontenible que suele ser el amor, desde su Buenos Aires natal hasta las orillas del Ctalamochita.

En suelo local y junto al villamariense Daniel se dieron la oportunidad de construir el futuro juntos. En realidad más que unidos ya que la pareja, desde hace un tiempo, comparte una actividad laboral que registra un bajo porcentaje de presencias femeninas. Hablamos del rubro de la construcción.

Precisamente hace cuatro años Silvina abandonó otros trabajos (vendía ropa, cuidaba chicos, limpiaba casas, fue empleada de comercio) para adentrarse en el mundo de la albañilería.

Por supuesto, las cosas no fueron fáciles para la bonaerense que eligió como su lugar a Villa María y Villa Nueva (donde actualmente se domicilia). 

De todos modos, un objetivo fogoneaba cada minuto de aprendizaje entre revoques y baldes de mezcla: tener la solvencia económica necesaria para volver cuando quisiera a ver a su hijo y demás familiares que viven en Buenos Aires.

“Traje un montón de ropa para vender, pero tuve más deudas que clientes. Necesitaba solucionar mis ingresos y observé que la gente que trabajaba con Dani en las obras muchas veces le fallaba… Decidí entonces pedirle a él, mi pareja, un trabajo”, relata la entrevistada por El DIARIO.

“Si me pagas lo mismo que les pagas a otros albañiles, quiero empezar ya mismo”, lanzó con firmeza Silvina ante la atónita mirada de su compañero. La propuesta no fue desechada por Daniel y la experiencia de Silvina dio su primer paso en el rubro constructivo.

 

Aprender sin pausas

 

“Empecé limpiando, cargando escombros y aprendiendo cómo hacer los diferentes tipos de pastas o mezclas como le dicen acá. Cuando terminábamos en la obra, seguíamos laburando en casa, ya que teníamos que levantarla y ponerla también en condiciones para nosotros”, acotó Silvina, durante una pausa en la jornada de trabajo que desarrollan en un obra de avenida Sabattini al 200.

Y así fue que lentamente, pero sin pausa, la nacida en territorio porteño fue adquiriendo las habilidades que hoy la ubican como la mano derecha de su marido y mentor.

“Quise conocer cómo se pone un cerámico, cuáles son los secretos del revoque fino y hasta qué materiales eran los mejores para ciertas construcciones. Por supuesto que saber hizo que me pusiera exigente con mi propia vivienda, pero bueno, Daniel me tiene que bancar (y ayudar) para tumbar una pared y levantar otra en su lugar”, dice entre sonrisas la reporteada.

“No soy buena con la cuchara y me pone nerviosa picar paredes y revoques. De todos modos me encanta cuando hay que hacer un techo o repararlos”, acotó.

“Estar en el mismo trabajo es una forma de estar juntos, aunque conocemos los límites entre lo laboral y nuestra vida privada. El ha sido muy exigente para enseñarme el oficio, a veces me sentía mal porque creía que hacía todas las cosas bien, pero finalmente le agradezco todas sus enseñanzas”, destacó.

“Lo que hago me gusta mucho, me da satisfacciones que otros trabajos no me dieron. Esto me da posibilidades de ver a mi familia y de estar cerca de ellos”, expresa para concluir Silvina, una dama que demuestra que la noble tarea de construir no es patrimonio exclusivo del sexo masculino.