Escribe: Miguel Rodríguez Villafañe (*)
En un mundo en el que la tecnología de la comunicación ha permitido una vivencia de globalidad, algunos pretenden generar una ciudadanía de consumo, sin pasado, ni lugar de referencia de las personas. Desde dicho impulso, se busca hacernos creer que somos ciudadanos del mundo, en una realidad virtual, en la que, por sobre valores fundamentales de humanidad, se trata de que mande una lógica comercial, sólo en tiempo presente. En dicho contexto es importante reflexionar sobre la Patria y el sentido de la misma.
El 27 de febrero de 1812, con el grito de ¡viva la Patria! Manuel Belgrano hacía jurar nuestra Bandera, a orillas del río Paraná. Era un juramento al destino de independencia y libertad, asumido para transitar con dignidad. Era la historia común vivida y la que se anhelaba compartir. Representada en la Bandera, la Patria que se vivaba resumía los logros y anhelos de todos, en un sentimiento compartido, fraterno y superador. Por ella se estaba dispuesto a dar hasta la vida. Eran nuestros hombres y mujeres que se percibían Nación e imaginaban un futuro valioso y próspero, en la tierra querida y generosa.
Hoy, a 201 años del primer izamiento del pabellón argentino, es importante volver a repensar la Patria que le dio sentido al juramento dado.
Los pueblos no son mercados
Esa Patria no permite que se pretenda concebir a los pueblos como simples mercados y menos que se construyan los vínculos entre las personas, como una mera relación regida por las leyes de la competencia. En ella hay lazos afectivos, espirituales, históricos y jurídicos que no pueden reducirse a una dinámica económica e individualista, en la que sobreviva sólo el más fuerte o poderoso. Para la Patria, todas y todos somos valiosos. Ese abrazo fraterno es lo que permite sentirnos una Nación. Y en ella, el perfeccionamiento y la superación deben canalizarse con criterios de inclusión y no de marginación. El tener un pasado común nos obliga a pensar y trabajar un futuro digno, en solidaridad.
La Patria implica también una sociedad que se asume respetuosa de los deberes y los derechos humanos. Y en ella, el Estado nunca puede concebir a las personas como si fueran clientes. El papel de cliente es una concepción del pueblo peligrosa, discriminatoria y antidemocrática.
Cliente sólo es el que puede comprar bienes o servicios, no tiene nada que ver con la toma de decisiones del negocio y no hay obligación de informarle sobre el desenvolvimiento del mismo. Por el contrario, en una Democracia Republicana, el Estado de ninguna manera es un negocio; no todo lo que se le requiere tiene precio; no siempre lo que brinda debe pagarse por el que lo solicita; la participación ciudadana es esencial en su dinámica; tiene obligación de informar y transparentar todo su accionar y los gobernantes no son meros gerentes, deben rendir cuenta de su tarea.
Respetar a las personas situadas
Por su parte, el sistema federal que adoptamos determina que se deben respetar distintos ámbitos de decisión autónoma -nacional, provincial y municipal. Dichos poderes, con raíces y visión territorial, enriquecen la concepción de Patria, en la sumatoria de las vivencias y esfuerzos, desde distintos lugares y niveles, lo que permite conformar el sentido de Nación integral e integrada.
Rescatar el federalismo en su dinámica es esencial para respetar a las mujeres y hombres situados, con tiempo y espacio propios, no aislados, ni ignorados. La Patria grande se construye desde la unión igualitaria y equitativa, de todos los todos que la componen. Ni feudalismos excluyentes que no se suman al destino común de la argentinidad, como tampoco centralismos, que anulen las autonomías y su dinámica.
Asimismo, la Patria nos invita a sumarnos a un mundo globalizado, pero ello no será positivo si no se hace con identidad propia. De lo contrario, nos diluimos como pueblo. Tenemos que rescatar el orgullo nacional, sin soberbia. Sólo revalorizando los que somos, aportamos al mundo. De lo contrario, pasamos a ser una realidad amorfa, dependiente de las manipulaciones que puedan hacerse, de ideas, estereotipos y conductas.
Patria también es la religiosidad de nuestro pueblo, en un país que ha respetado y debe respetar a quienes no sean creyentes, pero que puso como luz liminar a Dios y lo remarcó en el Preámbulo de la Constitución Nacional, como fuente de razón y justicia.
A su vez, la Patria llama a luchar por preservar el patrimonio nacional, particularmente, para que no sea éste despojado, por el pago de deudas externas ilegítimas, que nos hipotecan el futuro o para que no se degrade el ecosistema, en el manejo inadecuado de las riquezas naturales.
También la Patria necesita, imperiosamente, de patriotas que ayuden a superar la desesperanza, la violencia, reconstituyan los lazos entre la dirigencia y el pueblo, luchen en contra de la corrupción y las mafias y trabajen por una sociedad justa. No podemos permitirnos que la desazón o el miedo nos paralicen.
Además, se debe valorar todo lo que de Patria implica, el esfuerzo cotidiano de tantas mujeres y hombres que, heroicamente, día a día, ayudan a construir lazos solidarios y dan lo mejor de sí para el bien común.
La verdadera Patria invita al encuentro en los afectos, anuda a las generaciones, permite valorar las grandes y pequeñas cosas, da sentido a la vida y alivia las dificultades, al poder compartirlas. Por ella y desde ella, recreemos la esperanza solidaria y nos convoquemos, nuevamente, a jurar nuestra Bandera con el espíritu de la primera vez. ¡Viva la Patria!
(*) Abogado
constitucionalista