Escribe: El Peregrino Impertinente
Nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la Cueva de las Manos reposa en el cañadón del río Pinturas, hermosa región ubicada al noroeste de la provincia de Santa Cruz.
Desde allí protege un legado cultural invaluable: pinturas rupestres que dejaron los tehuelches y sus ancestros, y que fueran realizadas hace entre 9.500 y 13.000 años atrás. Algunos científicos aún cuestionan esas hipotéticas fechas, argumentando que “en aquellas épocas era casi imposible encontrar pinturerías en la Patagonia”.
Las obras que el visitante puede ver en el complejo se dividen en tres tipos, según su orden histórico: primero, dibujos de animales, humanos y escenas de caza. Segundo, siluetas de manos, que los nativos realizaban colocando sus propias manos en la piedra y pintando sus contornos.
Al tener apoyadas ambas palmas en la pared, quienes servían de modelos quedaban indefensos y a merced de las bromas y jugarretas del resto de la tribu, dando origen a la expresión “estar hasta las manos”. Por último, destacan motivos geométricos, como líneas, puntos y sobre todo, espirales. Montones de espirales.
Estas últimas imágenes habrían nacido como un intento desesperado de los tehuelches por ahuyentar la gran cantidad de mosquitos presentes en la cueva.
Con todo, y a pesar de la inmensa riqueza que corporiza, el lugar está seriamente amenazado. Esto no significa que reciba llamadas telefónicas de desconocidos a altas horas de la noche o mensajitos de texto con ataques y advertencias, no.
Significa que, por el exceso de turistas irresponsables, ha sufrido deterioro durante muchos años y corre riesgo de destrucción.
Por eso hoy, las visitas sólo pueden ser realizadas con guía y en grupos de no más de 20 personas.
Francisco Moreno fue el descubridor “Occidental” del tesoro, en el año 1876. Si “Perito” hubiera sabido que los salames contemporáneos iban a entrar a la cueva para escribir cosas como “Jaime de Chilibroste estuvo acá” o “Aguante Tigre”, capaz que ni habría el pico.