Nadie podría decir, a un primer golpe de vista, que la casa de Silvia y Agustín en barrio Lamadrid sea una casa “tanguera”. Por el contrario, hay una suerte de calidez posmoderna en sus paredes amarillas y un feng shui en el mobiliario que nada tiene que ver con el arrabal porteño. Hay cuadros abstractos y una sala consagrada a la informática, pero no hay estampitas de Gardel. Tampoco podría afirmarse estar frente a dos milongueros cuando uno saluda a Silvia y a Agustín. Y si no, veamos: vestido de rigurosa remera negra, brazos tatuados y las palabras que todavía se le mezclan con el italiano, Agustín parece un europeo nato, de increíble parecido con el entrenador portugués José Mourinho. Silvia, de impecable figura y depurados movimientos hasta cuando se levanta para poner la pava, da la impresión de haber pasado la vida entera en zapatillas de baile y dietas naturistas. Sin embargo, en ese ambiente más bien “new age” no suena música electrónica o “chill out”, sino la orquesta de Miguel Caló, como latiendo en viejos patios suburbanos. Y Silvia y Agustín la dejan latir. Acaso porque su principal lucha sea precisamente ésa, desbarrancar el mundo de las apariencias para que sólo quede el “tango-esencia”.
“Si tenés tango adentro, no te hace falta disfrazarte -dice Agustín-, porque al tango lo vas a respirar, lo vas a emitir. Sólo necesitan disfrazarse los que no son nada sin uniforme”.
Pareja de baile
Se conocieron en 2009 en “Tsunami”, una milonga cordobesa que Silvia empezaba a frecuentar desde que aprendiera los primeros pasos de baile. Y como una joven Julieta a quien se le pregunta por su Romeo, así revive aquel encuentro.
“Era la primera o segunda vez que iba a Tsunami y una chica me lo presenta a Agustín, recién llegado de Italia. Bailamos una tanda y nos fuimos cada uno a nuestra mesa. Nos encontramos unas veces más en la milonga y al poco tiempo él viene a dar un seminario a Villa María. Como él bailaba tan bien, me anoté. Y te confieso que la primera clase no entendía nada. Era todo raro. Y yo decía ‘¿de dónde salió este loco y a dónde me metí?’. El dice que recuerda mis caras escépticas”. Pero Agustín se defiende de la acusación femenina.
“Es que yo vine con la idea de desestructurar para poder crecer. Yo no enseño a bailar por figuras. La idea mía era predicar otro concepto”. Y, acto seguido, el muchacho rememora las calles y las lunas suburbanas que le costó el amor de Silvia. “Nos veíamos cada vez más, no sólo por el seminario, sino porque luego dábamos clases con Darío Falco. Y así, de a poco, fue creciendo algo”. Los ojos de Silvia se vuelven a iluminar y le saca la palabra a su enamorado.
“Un día me dijo que buscaba bailarina y me preguntó por qué no era yo. ¡Porque vos estás viviendo en Córdoba y yo acá!, le dije. Entonces hicimos una prueba. Ensayamos cada 15 días; después una vez por semana, y al final casi todos los días porque Agustín ya se había instalado en Villa María. Lo que nunca me imaginé es que iba a terminar saliendo con él. Yo me negaba a tener historias con un milonguero porque siempre me parecieron hombres de la noche y yo desconfiaba. A mí me gustaba ir a la milonga, bailar, hacer catarsis e irme. Y me olvidaba del tango hasta la próxima vez. Pero debo reconocer que convivir nos hizo muy bien. Crecimos mucho como bailarines”. Y Agustín revela la mayor primicia de esta nota:
“Nos encanta bailar en casa más que en ningún lado y a nuestros mejores tangos siempre los bailamos en la cocina. Es el lugar más íntimo que tenemos. Y entonces, cuando un tango me lleva al baile, como en la milonga yo la agarro del talle y nos vamos a la pista”.
Vivir, amar y enseñar
Pero, ¿cuál es la génesis de estos bailarines? ¿Cómo fue que sus vidas pasaron del lento ritmo de lo cotidiano al enloquecido tempo del dos por cuatro?
“Yo bailé toda mi vida -comenta Silvia- Empecé de chica con el folclore y luego pasé al clásico. Y cuando me fui a estudiar a Córdoba, bailé en el teatro San Martín. Después, de nuevo en Villa María, conocí a Yanina Zanelatto, que bailaba tango. Fue ella quien me llevó con su profe. De esto hace 11 años ya, porque yo tenía 32. Al poco tiempo empecé a ir a las milongas de Córdoba y a mezclarme con distintos bailarines.”.
La historia de Agustín es parecida. También empezó a los 32 años y casi por azar.
“Compartíamos departamento en Bologna con un porteño y el loco no me pagó el alquiler durante un año. Cuando se fue, yo estaba muy mal. Y él me dijo “no te deprimas que te voy a pagar con algo que quiero mucho”. Y me dejó su colección de discos de tango. Eran más de 200 CD. Por ese tiempo, yo sólo escuchaba a Piazzolla, pero no tenía idea de Caló, de Pugliese... Los fui escuchando de a poco y me enloquecí. Entonces di con un profesor de baile argentino, Patricio Lolli. Asistí a sus clases y a los pocos meses Patricio me dijo si quería ser su ayudante. Y ahí empieza mi historia con el baile”.
Sin embargo, Agustín no se quedaría con las enseñanzas de su maestro.
“En Europa hay una movida increíble con el tango, se lo baila de muchas formas y con muchas estéticas. Y yo fui aprendiendo de todas. Pero no soportaba que alguien me lo enseñara en otro idioma. Una vez conocí a un belga que era un genio y daba una clínica, pero me decía à droite, à gauche. Y yo me rebelaba. No me entraba en la cabeza que alguien me enseñara lo mío en francés”.
-¿Y cuál es la diferencia entre Italia y Argentina?
-Lo que más rescato es que en Argentina yo veo bailar a cualquiera. Allá no. Allá, el que no sabe, no sale a la pista. En Italia, donde la estética es una cosa muy importante, ellos se preocupan por bailar muy bien. Acá, algunos te dicen “yo bailo como me enseñó mi abuelo” o “yo sólo sé hacer dos o tres cosas”, pero cada uno sale y se anima. Y esto, en cierta manera, me parece más puro”.
-¿Qué es lo que más pega del tango en Europa?
-Sin dudas que el tema del abrazo. En Europa, que es una sociedad en donde la gente no se toca, el tango pasó a ser una oportunidad preciosa para acercarse. Siempre digo que allá el tango es lo único que te permite abrazar a una mujer por 5 euros, que es el precio de la entrada a la milonga. Con el tango, la mujer pasó a ser mujer de nuevo y el hombre volvió a ser hombre.
-¿Cómo definirías tu concepto de la enseñanza?
-Empecemos diciendo que al tango te lo tienen que enseñar. El tema es que cuando vas a aprenderlo, te suelen enseñar nada más que los pasos, la forma; pero no van a la esencia. Y ni vos ni el profe se están preguntando si a lo que bailás lo estás sintiendo; sólo te preocupás por hacer bien el “uno, dos, tres, cuatro”. Pero si te vas a otro ámbito en donde a otro le enseñaron de otra forma, no podés bailar porque no te comunicás. Nosotros no bailamos estructura, nos encargamos de destruirla sistemáticamente porque creemos que la estructura no te deja fluir. En la desestructuración tenés un panorama más amplio. Y esto no quiere decir que no te sirvió para nada lo que aprendiste antes. Todo lo contrario. No te sirvió si te quedaste en eso.
Un pensamiento triste que se baila
Entonces, Silvia pide la palabra y comenta lo que para ella es no sólo un problema en el baile, sino en la educación toda: “No es lo mismo bailar tango que enseñar. Y enseñar no es sólo transmitir el paso que sabés hacer. Hay gente que tiene facilidad para bailar, pero eso no implica que tengan los elementos para ser profesores”.
Pregunto, entonces, cómo se podría definir al alumno que se interesa por el baile, y Agustín me contesta con una sentencia: “Una vez, un maestro decía que quien se acerca al tango es un paciente, y como tal hay que cuidarlo”. Acho Manzi, el hijo de Homero, decía que el tango es de los perdedores, lo que es un concepto ancestral. Lo cierto es que cuando vos estás feliz, no sé si te acercás al tango. Pero después el tango sí te hace feliz. A los alumnos que llegan hay que mimarlos mucho, porque quieren aprender a bailar, pero también están buscando contención”.
¿Y qué hay de la pareja Silvia y Agustín? ¿Qué, de su modo personal de interpretar ese “pensamiento triste que se baila”?
Quizás para ejemplificar el arte de estos danzarines no haya nada mejor que ver un video que hay en la red. En ese clip de dos minutos puede verse a la pareja en el patio de una casa en demolición bailando una fabulosa versión de “Qué falta que me hacés”. En ese video, Silvia aparece con un simple vestido blanco y Agustín, con saco negro y camisa desprendida. Un look para nada tanguero y una interpretación tan íntima como austera, tan sentida como introspectiva, como si repentinamente la pareja se hubiera olvidado del público.
“Cuando bailamos, no hacemos caras ni gesticulamos; y mucha gente nos hace ese reproche -señala Silvia-. Y yo les digo que el baile no tiene que ver con los gestos, Nosotros no queremos saber nada con la sobreactuación. Y cuando bailamos con el sentimiento no nos imaginamos que alguien nos está viendo. Más bien todo lo contrario; es como si el público de repente desapareciera”.
Lo mismo que pasa cuando Agustín la saca a bailar en la cocina de casa. Y de pronto, la casa “new age” de barrio Lamadrid se vuelve rea y sensual como un patio de Barracas. Y ahí se produce el milagro del baile; sin más público que una pava en la hornalla y dos corazones hirviendo, tan listos para el dulce amor como para cebar amargos a la hora del mate.
La lección de tango
Silvia y Agustín enseñan el arte del dos por cuatro en “Danza Vida”, una novedosa escuela que coordina Andrea Valfré y que funciona en los altos del Teatro Verdi. Las clases tienen lugar los martes y jueves a las 21 horas y las inscripciones están abiertas a todo público.
En cuanto a la vida profesional de la pareja, hay que decir que Silvia y Agustín fueron invitados en diciembre de 2012 al festival “Milonga Nacional”, en avenida de Mayo. Allí representaron a Córdoba y al país bailando una versión de “Naranjo en Flor”, de la cantante local Araceli Bonfigli. También participaron como invitados de lujo en el café “Los Laureles”, de Barracas. A fines de este año la pareja viajará a Italia, invitada por el “Anima Tango”, festival internacional que se lleva a cabo todos los años en la ciudad de Torino.
Consultados por el boom tanguero de la ciudad, Silvia comenta que “hay un montón de profes y eso está buenísimo. Yanina Zanelatto, Alejandro Arregui, Germán Macía, José Maldonado, Darío Falco, todos son excelentes bailarines y docentes. Esto hará crecer sí o sí la movida del tango en Villa María”.