Escribe: Pepo Garay
En la barra del bar reposan paella, ensaladilla rusa, fabada y bocadillos hechos con los famosos jamones y chorizos locales, entre otras exquisiteces. La gente entra y sale, picotea, pasa la comida con un vasito de vino y, de pie o sentada en el taburete, habla fuerte. Que el Madrid, que el gobierno, que la crisis, que Messi, que la Unión Europea, que la lluvia. La tertulia, encantadora y predecible, viene con palillo, rezongueo y mucho sentido del humor. El camarero recarga las copas, cuenta un chiste y se queja de los políticos. Atrás lo observa una foto de vaya a saber que torero y el banderín del club local.
Salamanca, queda claro, es España. La España tradicional, profunda, testaruda. De habitantes amables y un tanto retraídos, la capital de la provincia homónima irradia cierto ambiente rural. En tanto referente de la Comunidad de Castilla y León, zona campestre por excelencia del centro-norte del país, aquello no resulta llamativo.
Sin embargo, la ciudad también se nutre de otros aires. Aires de conocimiento, de saber, de cultura, los que la brinda su antiquísima universidad. Con casi 800 años de trayectoria, es una de las más antiguas del mundo. Alrededor de ella, todo un notable conglomerado arquitectónico se erige para delirio del viajero. Siglos hechos piedra, catedrales, edificios históricos, que le dan al patio adoptivo de Miguel de Unamuno su toque de distinción. Estudiantes venidos de los cinco continentes la llenan de vida. Españoles españolísimos, de carácter. Turistas, en paseo suave, la coronan.
Por el casco antiguo
Enamorarse de Salamanca no demanda mucho tiempo. Su casco antiguo, declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad, es reducido y empecinadamente cautivador. La vuelta inicia por el sector sur, donde están las mejores preseas. Y entre ellas, la número uno: La Catedral Nueva. Construida entre los Siglos XVI y XVIII, es uno de los máximos símbolos locales, con su estruendosa fachada gótica. Al lado, la Catedral Vieja (Siglo XII), enriquece la postal en base a estilo románico.
Pegado a estas obras religiosas y su entorno de jardines y movimiento estudiantil, aparece todo el complejo universitario que le da a Salamanca fama mundial. Soberbia estructura subdividida en varios edificios, como el de las Escuelas Mayores y el de las Escuelas Menores, el Colegio San Ambrosio (hoy por hoy sede del Archivo General de la Guerra Civil Española), el Patio de Escuelas, el Hospital de Estudio y la Casa- Museo de Unamuno, entre muchas, muchas otras joyas. Al tour “Académico” podría agregársele la célebre “Casa de las Conchas”. Pintoresco Palacio cuyas paredes están cubiertas del elemento que le da nombre y que es cábala de los alumnos a la hora de los exámenes.
Durante la recorrida, el visitante se ve sobrecogido por las estructuras que lo envuelven. Majestuosas, infunden respeto, con ese suave terracota y marrón claro que domina la escena y que sabe a leyenda. Largos, altos y elegantes muros que se extienden por las callecitas empedradas, dejando lugar a todavía más obras de fuste, como el Palacio de Monterrey, el Colegio de Calatrava, el Puente Romano sobre el Río Tormes (Siglo I), y cantidad de otros palacios e iglesias.
Para el final, queda la visita a dos emblemas de Salamanca: La Plaza Mayor y el Convento de San Esteban. La primera es una preciosa explanada cuadrada, al estilo europeo, cuyo centro de cemento sólo es ocupado por los peatones, y los costados por cafetines, restaurantes y edificios antiguos a tres o cuatro plantas, Ayuntamiento incluido. La segunda es una impresionante construcción levantada por los dominicos en el Siglo XVI, un ejemplo del gótico plateresco (género muy presente en toda la ciudad). Allí, un tal Cristóbal Colón se alojó para realizar los preparativos definitivos antes del viaje a América.
Fuera del anillo histórico, la Salamanca moderna sigue transitando tardes plácidas y charlas de bar. Igual que su pasado ilustre, le sientan bien al rostro.