La escritora y referente del Ateneo La Posta, Carlota “Chiche” Molina de Moreno, escribió una carta que envió a EL DIARIO con pedido de publicación en homenaje a su marido, “Chiquín” Moreno -un personaje histórico de la ciudad- a 20 años de su fallecimiento.
“Voy a vivir de nuevo el final de mi vida. Voy a desandar el camino. Retrocedo y me falta el aire. Un extraño zumbido ensordece mis oídos.
Se desarmó el esquema. Rodaron los sueños; se desbarrancó el castillo.
Una mañana de luz se hizo la noche. A la hora en que el bullicio de los pájaros quebraban el instante del verano moribundo, cayeron plumas en forma de cenizas. Era el final. Manos fláccidas, pálidas, blancas, amarillas. Era el final. Pupilas escapando al laberinto. El sudor de los témpanos ardiendo y el helado fuego de cavernas oscuras, aladas de vampiros.
¿Yo dejaba de vivir o apenas vislumbraba la muerte? ¡Esa muerte de la mitad de una vida compartida! Porque no hay vida en esa mitad que fue un Todo.
Pensé que no era cierto. Que un sueño cruel era mi sueño.
Dejé de soñar mucho tiempo. Suspiros y sollozos... ¡Un alto así de tristezas y alegrías muertas! ¿Qué pasó con el reloj?
Está allí, en medio de la casa, con su campanario mudo.
¿Qué pasó con la aguja y el imán que corrían desenfrenadamente? Crecían las acacias del fondo, el siempreverde del cerco y el disciplinado del frente. Crecieron también los niños, los que asombrados y perplejos miraban esas lágrimas resecas de mis ojos y me ayudaban a dibujar una sonrisa casi a la fuerza.
Pareció que la luz aparecía. Pareció que las risas se colgaban de nuevo en las cuatro rejas del frente... y pareció que sonaba a carcajada la risa del portal del fondo que abraza al patio donde morían de pie la higuera y el peral del tiempo de los silencios. El portón casi abierto, la luz del asador como dejando en penumbras al ‘Tizón Amigo’ de otros años más frescos. ¡Nada! Ni brasas ni ruidos de cubiertos. La mesa de piedra, nunca más dura, nunca más fría, nunca más desierta. Una bandada de risotadas en el tintinear de vasos y botellas que deberían estar allí, encendidas y despiertas. ¡Y hubo que levantar los ojos, el corazón y la cabeza!
¡Dejar por siempre el lecho de los llantos y la habitación de amores y de alumbramientos! El lecho era una pesada ausencia; las ventanas un arco iris negro sin la luz de aquellas mañanas nuestras. Los ruidos de la calle eran como una burla de la vida pasando por la puerta. Te esperaré en la alcoba con la ventana abierta. Te esperaré. Plata y oro en las sábanas revueltas. Te esperaré en la noche, no la misma ¡Otra noche! Yo te esperaré en la noche que perlea la ventana. No la misma... ¡Otra ventana! Te esperaré aunque tú y yo no seamos los mismos ¡Eso qué importa! Nos inventaremos de nuevo el uno al otro. Tú serás el que llega y yo la que espera”.