Los tres días de duelo decretados por la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a raíz del fallecimiento de su par venezolano, Hugo Chávez Frías, son apenas un indicativo de lo que este bolivariano significó para ella, para el ecuatoriano Rafael Correa, para el boliviano Evo Morales, para el uruguayo “Pepe” Mujica, para el nicaragüense Daniel Ortega... y hasta para el líder alejado por voluntad propia de la Presidencia cubana Fidel Castro.
Se les ha ido un hermano. Para casi todos ellos, el hermano mayor. Es que Chávez era el que se ponía de pie antes que ninguno para bramar por las injusticias de un mundo que, a la vuelta de algo más de una década, comienza a darse cuenta de que estuvo marchando a contramano de la vida (no hay más que mirar en dirección a España, a Francia, a Italia, a Grecia... para ver cómo decenas de miles de personas alzan las banderas e intentan enderezar el rumbo hacia el horizonte que vienen forjando los latinoamericanos).
Pero de nada serviría tanto esfuerzo, tanta fundamentada retórica del comandante fallecido, si ese sentimiento de los mandatarios del subcontinente no encarnara, además, entre la mayoría de los venezolanos y entre la mayoría de los latinoamericanos. Y eso es algo que sí sucede. Los medios de comunicación que se hacen eco de los que menos tienen han reflejado una y otra vez opiniones de organizaciones sociales que encontraban en el líder venezolano una suerte de espejo o al menos un catálogo de cómo desplegar actividades que ayudaran la vida de los más necesitados.
Entonces, no es extraño que en las calles de Venezuela se lo vitoreara anoche, como no es casual que los pibes de Unidos y Organizados salieran también anoche a pintar paredes de Villa María con su nombre, con sus ideas, con sus consignas.
Chávez, el comandante, ha muerto. Su corazón anida por muchos rincones de la Patria Grande. Y late en el pueblo.