Las sociedades modernas han puesto a la vista el problema de la violencia doméstica, es decir, aquella que se desarrolla en la intimidad del hogar. Siempre fue difícil definirla y más dificultoso ha sido configurarla como práctica delictiva, ya que involucra prácticas culturales machistas y patriarcales con más de 12 mil años arraigadas; pero en cualquier caso, la expresión "violencia doméstica" en episodios de violencia de género, van desde la violencia psicológica pasando por los castigos físicos hasta llegar al asesinato. En este sentido, se trata de una situación global; hablamos de la principal causa de muerte de mujeres de 15 a 44 años en todo el mundo. Es habitual que la prensa informe la ocurrencia de esos episodios, que muestran en muchos casos una espantosa ferocidad. No hay forma de alegar ignorancia; sin embargo, y a pesar de que (a diferencia de los casos de torturas y desaparición de personas que ocurría durante las dictaduras cívico-militares) esta vez ocurren a la vista y se difunden inmediatamente, no generan la misma reacción social.
¿Cómo se explica entonces esta incapacidad para modificar la situación? Las mujeres se movilizan protestando contra la benignidad de las leyes, la lenidad de los jueces y la tolerancia de las policías; denuncian los casos recientes (replicando el contenido de las noticias de prensa; en este caso no deben convencer a nadie de la realidad de la situación denunciada), pero no despiertan el mismo eco en la sociedad. Quienes en forma activa y comprometida integramos redes contra la violencia de género, multiplicamos nuestras intervenciones, utilizamos los lugares públicos para realizar performances tan impactantes intentando representar una situación que nadie ignora en la sociedad; sin embargo el resultado no es el mismo.
Creo que estos ejemplos manifiestan algo importante y que nos involucra a todos, sobre la manera de cómo la sociedad configura y legitima los roles de género. En el primer caso, las mujeres reclamantes lo hacían desde su condición de "madres", que es quizá el rol social más fuerte de la mujer. La relación madre-hijo, fundante en las relaciones sociales, se movilizaba así contra la dictadura y por los desaparecidos. En cambio, la relación mujer-esposa invoca un vínculo emocional siempre más inseguro.
La deprimente conclusión de esta comparación sería que la movilización femenina, en reclamo de sus propios derechos, no logra romper la cáscara de la cultura social. Pero, en cambio, los reclamos hechos desde el lugar "legítimo", si bien logran provocar reacciones en la sociedad, lo hacen al costo de reforzar el estereotipo.
Es claro, entonces, que la violencia de género no es un tema de "derechos de las mujeres", sino que involucra todo el complejo de los derechos humanos. Mientras eso no se entienda, la indiferencia de la sociedad continuará y la violencia seguirá cobrando víctimas. Convivimos en una sociedad donde se nos ha hecho creer que como hombres estamos para proteger a las mujeres, por ello a apropiarnos de ellas y también a someterlas, vivimos en un mundo de privilegios masculinos y sometimiento femenino. En el mundo empiezan a comprometerse muchos hombres en contra de la violencia basada en género, pero este compromiso inicia desde el asumir nuestra responsabilidad como parte de este problema que generamos y empezar a trabajar todos los días en deconstruir nuestra naturalización y socialización como machos y optar por modelos de masculinidad no violentas, más saludables, basadas en el respeto y la equidad.
Es cierto, este gran paso es lento aún; sin embargo, si asumimos nuestro compromiso, se concretan las posibilidades de llegar a este necesario objetivo que nos debemos como humanas y humanos.
La prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres parte no de avergonzarse de lo que hacen los hombres en contra de las mujeres, sino parte de asumir nuestra responsabilidad como hombres creados y criados dentro de una cultura machista y patriarcal, de estas situaciones que generamos diariamente y que afectan a todo nuestro entorno social; trabajar y capacitarnos diariamente para aprender a ser más equitativos, más justos y prevenir la violencia.
En este Día Internacional de la Mujer y muy a pesar de la triste historia que recuerda esta fecha, donde mujeres trabajadoras perdieran la vida en la lucha por la igualdad laboral, vengo a decir que a las mujeres les gusta ser mujeres, con su biología endiablada cada tanto, con su naturaleza retentiva, memoriosa, pegotona y mimosa.
Les gusta su sensibilidad estética, su facilidad para el desarrollo de tareas múltiples y diversas simultáneas… les gusta su apego por lo doméstico y el cuidado de los suyos y los no tan suyos… les gusta su singularidad, su diferencia.
Hoy, cuando todo el mundo pondrá el acento en la tan exigida igualdad, yo hombre quiero rendir homenaje a la diferencia.
Esa diferencia que por milenios las ha condenado a la invisibilidad, a ser presas de la violencia, esa diferencia que no sabemos bien hasta dónde es totalmente cultural y cuánto tiene de inexorablemente biológica: voy a amigarme con esa diferencia.
Son diferentes de los hombres, porque la verdadera igualdad no es dar a todos lo mismo, sino a cada uno en la medida de sus particularidades y necesidades.
Y yo creo que las mujeres son diferentes, ni mejores ni peores, diferentes: diferentes de los hombres y también entre ellas.
Entonces esos reclamos donde el dinero termina siendo el elemento revelador de la igualdad o la diferencia me parecen pobres, desnaturalizados, miopes…
Las mujeres para ser consideradas en toda su dimensión no pueden ser simplemente igualadas en los espacios políticos o en el ámbito del trabajo remunerado, simplemente porque hay muchas mujeres que no aspiran a esos modelos de inserción social y no por ello deben dejar de ser reconocidas como iguales.
Aquellas mujeres que gozan de desarrollarse en la vida a través de la maternidad, de las tareas domésticas exclusivamente dedicadas a sus familias, a menudo si alguien les pregunta si trabajan, ellas responden: no, soy ama de casa.
Y no es cierto que porque alguien desarrolle una tarea que no está remunerada con una paga formal, no tenga valor.
Estas mujeres merecen hoy, en sus puestos de lucha, que no son fábricas, ni empresas, ni legislaturas, ni partidos políticos; que son puestos de lucha diarios situados en sus propias casas, un reconocimiento especial que permita dimensionar que no todas las tareas que tienen valor pueden reconocerse a través de un precio. A todas estas mujeres yo quiero no solo hoy destacarlas, invitarnos a pensar que existen otros espacios sociales que siempre por derecho les pertenecen, pero dejando claro que si el único espacio que eligen es su casa y su familia son igualmente valiosas y están siendo representadas en esta jornada.
Daniel Massara
Instituto de Hombres
Contra el Machismo