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10 de Marzo de 2013
La raza pitbull y la crueldad del hombre
El triste destino de Tango: maltrato, muerte y soledad
Luego de que lo usaran para peleas entre perros, su dueño intentó matarlo y lo dejó en la calle. Un villamariense lo cuida
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Este es Tango, el pitbull al que le enseñaron a pelear y luego lo dejaron solo

 

Tan­go es un pe­rro de ra­za pitbull que no ha te­ni­do una vi­da fá­cil. Des­de pe­que­ño co­no­ció el egoís­mo y la cruel­dad de los que pue­de ser ca­paz el hom­bre, el de­sa­mor de quie­nes se su­po­nían de­bían cui­dar de él. Sus pri­me­ros due­ños  no lo con­si­de­ra­ban un ami­go o par­te de la fa­mi­lia co­mo la ma­yo­ría de las per­so­nas, ellos só­lo que­rían ga­nar di­ne­ro uti­li­zán­do­lo.
Así, lo in­cor­po­ra­ron a las pe­leas de pe­rros y re­sul­tó, en­ton­ces, abu­sa­do, ex­plo­ta­do y tor­tu­ra­do psi­co­ló­gi­ca y fí­si­ca­men­te. Cuan­do su due­ño eva­luó que ya no le ser­vía más pa­ra lo que lo usa­ba, in­ten­tó ma­tar­lo.  Aho­ra Tan­go no só­lo co­no­ce el mal­tra­to si­no tam­bién el aban­do­no; en so­le­dad y des­pro­te­gi­do va­gó por las ca­lles del ba­rrio, y ter­mi­nó ata­can­do a otros pe­rros. En de­fi­ni­ti­va, era a eso a lo que le ha­bían en­se­ña­do.
La con­duc­ta del can de­sa­tó la ira de los ve­ci­nos y le pro­pi­na­ron gol­pes con pa­los. Un jo­ven vi­lla­ma­rien­se ter­mi­nó res­ca­tán­do­lo, lo de­ri­vó a un ho­gar pro­vi­so­rio du­ran­te ca­si un año y lo ali­men­tó. Tan­go pa­só de pe­sar 20 ki­los a 37  en po­co más de un mes, fue cas­tra­do y su ca­rác­ter dio un vuel­co no­ta­ble: se con­vir­tió, se­gún cuen­tan tres jó­ve­nes, en un pe­rro ca­ri­ño­so y ale­gre.
“Pa­ra quie­nes so­mos due­ños de nues­tro des­ti­no, a ve­ces se nos ha­ce di­fí­cil po­ner­nos en el lu­gar de quien vi­ve una rea­li­dad di­fe­ren­te, la rea­li­dad de al­guien que no pu­do ele­gir”, con­ta­ron a EL DIA­RIO quie­nes di­vul­gan el ca­so. “Tan­go tie­ne un in­fi­ni­to amor y agra­de­ci­mien­to pa­ra dar a quien de­see in­cor­po­rar­lo co­mo un in­te­gran­te más de su fa­mi­lia. Des­pués de tan­ta lu­cha, Tan­go me­re­ce una ter­ce­ra opor­tu­ni­dad”, sos­tu­vie­ron Ca­ro­li­na, Do­lo­res e Iván.
 “Ca­da vez que lo en­ce­rra­ba den­tro de la ca­sa que fue su lu­gar pro­vi­so­rio llo­ra­ba, co­mo sa­bien­do que ten­dría que pa­sar las pró­xi­mas 24 ho­ras pa­ra vol­ver a sa­lir. En las va­ca­cio­nes de ju­lio me pu­se a cons­truir­le un ca­nil de 6 me­tros por 10 me­tros,  pu­se un alam­bre de pun­ta a pun­ta  pa­ra que pu­die­ra mo­ver­se mien­tras es­ta­ba ata­do. Has­ta que un día, sal­tó la ta­pia y que­dó col­ga­do, se­mi-ahor­ca­do. Una ve­ci­na me avi­só y fui ur­gen­te, le achi­qué la cuer­da  pe­ro no lo su­fi­cien­te. A los po­cos días vol­vió a sal­tar, se le za­fó el co­llar y en la ca­lle em­pe­zó a ha­cer lo que le en­se­ña­ron. Ma­tó a un pe­rro e hi­rió a otros”, de­ve­ló Iván Bi­llal­ba a es­te ma­tu­ti­no.
“No me gus­tó pa­ra na­da te­ner que re­co­rrer 10 ki­ló­me­tros to­dos los días en bi­ci­cle­ta du­ran­te un año, fue muy es­tre­san­te. In­clu­so iba en días de llu­via, frío o cuan­do es­ta­ba ago­ta­do y no te­nía ga­nas. Lle­gué a con­cu­rrir en ho­ra­rios que van de 1 a 3 de la ma­ña­na. Más allá de to­do, me  de­jó una en­se­ñan­za muy im­por­tan­te so­bre la leal­tad, fi­de­li­dad y agra­de­ci­mien­to. Me gus­ta­ría que al­guien le dé la opor­tu­ni­dad de pa­sar sus úl­ti­mos días en un lu­gar en que lo cui­den y le den bue­na vi­da. Has­ta me com­pro­me­to a sa­car­lo a pa­sear de por vi­da”, in­di­có Iván.
Su in­ten­ción es que al­guien lo adop­te, lo que mo­ti­vó a es­te ma­tu­ti­no a ha­blar con dis­tin­tos es­pe­cia­lis­tas (Ver: Qué di­cen los ve­te­ri­na­rios). Te­lé­fo­nos pa­ra co­mu­ni­car­se con los jó­ve­nes: 0353-154299904, 154277831, 156573230.
 

Un caso difícil: qué dicen los veterinarios
 
An­te la in­ten­ción de Iván, Ca­ro­li­na y Do­lo­res, es­te dia­rio pu­bli­ca el ca­so pa­ra mos­trar un cos­ta­do mu­chas ve­ces ig­no­ra­do so­bre los pe­rros de ra­zas con­si­de­ra­das pe­li­gro­sas. Y se bus­có la pa­la­bra de tres mé­di­cos ve­te­ri­na­rios: Se­bas­tián Be­ni­to, Lean­dro Ri­be­ro y Ma­ria­no Cout­siers. De la con­sul­ta a los tres pro­fe­sio­na­les, sur­gie­ron es­tas de­cla­ra­cio­nes: • “Hay que te­ner en cuen­ta que ma­tó a dos pe­rros y en cual­quier des­cui­do se es­ca­pa y ma­ta a otro. Tie­nen que dar­se las con­di­cio­nes de adop­ción: lu­gar ce­rra­do y con un pro­pie­ta­rio con co­no­ci­mien­to de ma­ne­jo de pe­rros. No creo que sea agre­si­vo con las per­so­nas pe­ro no hay ga­ran­tías”. • “Es com­pli­ca­do, no tan­to por el pe­rro, por­que si el adop­tan­te se po­ne las pi­las te­nien­do es­ta no­ta co­mo his­to­ria clí­ni­ca, su con­duc­ta se pue­de con­tro­lar, evi­tan­do el con­tac­to con otros pe­rros y uti­li­zan­do co­llar, co­rrea y bo­zal cuan­do sa­le. Se­gu­ro se­rá un pe­rro fe­liz en un es­pa­cio pro­pio don­de pue­da que­mar sus pi­las, re­ci­bir ca­ri­ño y con­ten­ción. El tras­fon­do del ca­so me in­quie­ta y po­co se ha­ce fren­te a la im­pu­ni­dad de quien lo hi­zo pe­lea­dor. ¿La Ley Sar­mien­to es ob­so­le­ta­? ¿Los ve­ci­nos nun­ca de­nun­cia­ron? Pa­re­cie­ra que to­dos pue­den te­ner ani­ma­les y no es así, mu­chos no de­be­rían te­ner. Pa­ra te­ner una mas­co­ta hay que ana­li­zar va­rias va­ria­bles: la ca­sa, si se tiene hi­jos o no, si se está ca­sa­do o sol­te­ro, si se tiene un suel­do pa­ra afron­tar los gas­tos, y tiem­po pa­ra pa­sear­lo y cui­dar­lo. Na­die se po­ne a eva­luar a la ra­za an­tes de adop­tar y des­pués de­jan al pe­rro en la ca­lle. Hay que edu­car a la so­cie­dad”. • “Es de­li­ca­do y su­gie­ro que se re­co­mien­de la adop­ción a quie­nes no tie­nen ni­ños. Se­gu­ra­men­te se­rá di­vi­no con la gen­te pe­ro no es na­da re­co­men­da­ble que es­té con ni­ños”.


 

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