Escribe: Aníbal Galetto (*)
Al final, Jorge Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco. A la mayoría del mundo la noticia la tomó por sorpresa. Dentro de los “mentideros” cercanos a la Capilla Sixtina nadie había aventurado tal posibilidad y menos aún aquí, en la tierra del nuevo Sumo Pontífice.
Los medios italianos hicieron lobby por uno de sus cardenales, mientras que también se les otorgaban chances a un brasileño y un canadiense. Los xenófobos temblaban de sólo oír la posibilidad de un Papa negro.
A posteriori que la fumata dejara escapar el humo blanco determinando el consabido “habemus Papam” y escuchar el nombre de Jorge Bergoglio en latín, la sorpresa se apoderó de la grey católica, apostólica y romana.
Tanto es así que los periodistas acreditados en el Vaticano, desde la lujosa sala de prensa vestida para la ocasión, tuvieron que comenzar a cambiar sus discursos y sólo algunos, aquellos que habían dado cobertura a la elección del Papa en el año 2005, tenían material del flamante Francisco, el cardenal Jorge Bergoglio, alias “el Gringo”, procedente de la Argentina y jesuita, para más datos.
Francisco se convirtió en el primer Papa latinoamericano, perdón por la obviedad, el primero de la Argentina, el primero jesuita, el primero en casi todo.
¿Cómo fue que un cardenal del que no se había oído hablar en los momentos previos al cónclave fue a parar al sillón de Pedro?
Reflexiones
El alemán Ratzinger se sacó el Benedicto XVI de encima aduciendo cansancio físico y moral para llevar adelante el mando de la Iglesia Católica, que en el mundo suma un millón doscientos mil fieles, fieles más, fieles menos. Costó creer que ese fuera el motivo real por el que Ratzinger se tomaba el helicóptero a Castel Gandolfo a las orillas del lago Albano.
En el 2005, después de contar los “porotos”, se dijo que Bergoglio no quiso ser y mancó el voto de unos 40 cardenales para que Ratzinger saliera al balcón de la Plaza de San Pedro.
Esta información es en potencial porque está prohibido por la Ley Canónica brindar cualquier tipo de data referida a lo que sucede en la Capilla Sixtina una vez que le pone llave y dejan a los cardenales solitos sus almas a dirimir quién será su conductor. De todos modos, cuesta creer que Bergoglio haya dicho que no en 2005 y que sí en 2013.
Entonces, ¿qué es lo que realmente sucedió? parece ser la pregunta del millón, que tiene también un millón de respuestas, una para cada paladar.
Por qué entonces no pensar que en la elección de 2005, por la paridad de fuerzas y ante el peligro de una división aun más marcada de la Iglesia, se llegó a un acuerdo político dentro del Vaticano, más precisamente en la Sixtina, por el cual el sector liderado por Ratzinger se quedó con el sillón de Pedro y el otro sector, también mayoritario que impulsaba a Bergoglio, aseguró para si la sucesión.
De todas maneras, es pecado jurar por Dios.
(*) Periodista