Quizás saberse en los últimos años de su existencia le aumenta la nostalgia. Olores del pasado lo despiertan por las noches, pues él no tiene arrepentimiento. Si algo lo desvela no es el peso de los crímenes que cometió cuando era señor de la vida y la muerte de aquellos que caían bajo las garras de Estado convertido en máquina de terror.
A él, que se considera tan cristiano, no lo perturbaron el llanto de los niños nacidos en cautiverio y robados a esas madres que luego devolvían a la tortura. Es probable que se agite recordando los actos que le organizaban esos adulones que siempre andan buscando poderosos a quienes rendirles honores. Debe recordarse dando discursos acerca de la Patria y las virtudes de los hombres. De esa manera podrá sentirse por encima de los simples ciudadanos que vivimos sin hablar de la trascendencia patriótica cada día.
Si alguna vez dejara de imaginar que está en prisión porque no lo entienden o porque lo persiguen políticamente, como le gusta decir, el espejo le devolvería la realidad de un asesino que creyó que el imperio del miedo le aseguraría el Bronce. Un hombre que dentro de todas las atrocidades que cometió está la de haber participado en el plan sistemático de robo de bebes.
El, que era general del Ejército, desvaría y mira su alrededor buscando tropa a la cual darle órdenes. En esa fiebre nostálgica se cree con autoridad para plantear un levantamiento armado en defensa de la República. De una república como la que imaginaron estos militares cobardes que primero mintieron una guerra porque nunca estuvieron en batalla alguna y luego cuando fueron a una se escudaron tras el coraje de los adolescentes que empujaron a esa situación.
Tiene varias condenas perpetuas, por su probada participación en diferentes crímenes, y cuando mira el horizonte de su historia descubre que no hay Bronce, ni odas a su inexistente coraje. A sus inocentes homónimos se les hace insoportable el peso de la vergüenza y piden llevar otro nombre para no cargar con esa referencia a la cobardía y el terror en que se convirtió el nombre Jorge Rafael Videla.
Luego de años de silencio, hace un tiempo comenzó a hablar. La nostalgia de aquellos tiempos le aflojó la lengua y trata de contarnos que su historia es menos miserable de lo que realmente es. Pero desvaría está lejos de la realidad e imagina que sus antiguos subordinados dejan los papagayos y al ritmo de esa tos seca que no los abandona salen a pelear para “recuperar la República”. Allí está una marca de su afiebrada imaginación: no es creíble cuando él, que formó parte de una junta militar que ejerció el poder sin límite, habla de república. Pero es lo que hicieron en el poder hablar de una cosa y hacer otra muy distinta: hablaban de familia y robaban bebés; decían honestidad y robaban hasta la pertenencia de los secuestrados declamaban una rígida moral y violaban mujeres en los campos de concentración que sembraron en todo el país y podríamos seguir con una larga lista, pero aquí no vale la pena.
Basta con decir que el hombre que fue general desvaría, tiene nostalgia de un pasado que no regresará porque la sociedad ya lo decidió hace mucho tiempo. Y es una decisión que se alimenta de la convicción de que esta democracia, por más imperfecta que sea, es mejor que la mejor de las dictaduras. Decisión que se expresó en las elecciones de 1983 cuando se votó el juicio y no el indulto; cuando se hicieron las marchas en defensa de la democracia; cuando se luchó para derogar la obediencia debida y el punto final; cuando se dicta sentencia en cada juicio por delito de lesa humanidad; cada vez que desde diferentes organizaciones se hace memoria y se piensa el presente desde el reconocimiento de los derechos humanos; cuando se lucha para construir una sociedad justa. Y podríamos seguir pero el dictador no lee y desvaría, él ya no es líder de ninguna derecha golpista. Se sueña de otra manera pero es un asesino condenado, con justa razón, que desea convertirse en un anciano provocador.
Jesús Chirino