Coherencia. Esa tal vez sea la palabra que con más justeza defina a Normand Argarate. Coherencia entre vida y obra, entre militancia y lecturas, entre pensamiento político y sentimiento poético, entre una concepción latinoamericanista de la cultura y una visión universalista de los derechos humanos. Coherencia. No es poca cosa en tiempos de tétricos dobles discursos, de perversas demagogias ejercidas por insignificantes con veleidades de clásicos -tanto en política como en literatura-; en tiempos de códigos que cambian según la inestable climatología de las circunstancias. Coherencia. No es poca cosa en estos tiempos que corren.
Sin embargo, una de las frases que más le gusta decir a Normand es “lo mejor está más adelante”, como le pasa cada vez que se sube a su moto Zanella y sale a las rutas argentinas o cada vez que publica un libro, pero ya piensa en el siguiente. De todas maneras -le digo- a esta nota la vamos a empezar desde el principio de la memoria.
-¿Te acordás de tu primer poema?
-Absolutamente. Lo escribí cuando tenía 7 años para ganarme el corazón de una nena. Era una vecinita nueva a la que el hijito de un artesano ya le había regalado un anillo de cobre hecho a mano. Yo pensé que jamás podría empatar esa prueba de amor. Pero mi madre me dijo: “¿Y por qué no le escribís un poema?” Lo hice y esa fue mi primera obra (risas).
-¿Y cómo te fue, sentimentalmente hablando?
-Todavía no sé si es mejor la literatura que la orfebrería para conquistar una mujer, porque la nena no nos dio bolilla a ninguno de los dos. Lo que sí te puedo decir es que esa experiencia fue fundacional para mí porque descubrí el poder de la palabra y que un puñado de versos podían ser tan sólidos como el cobre.
La otra cosa que marcó el destino literario de Normand fue la biblioteca paterna. Y en efecto, mientras cursaba el secundario en el colegio Rivadavia, los libros de Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Jorge Amado, José Donoso y Mario Vargas Llosa serían determinantes.
“Mi padre tuvo mucho que ver en el incentivo a esas lecturas y en mi visión política”, confiesa. Y de hecho, el doctor Argarate no sólo militó desde muy joven, sino que en épocas del Cordobazo llegó a tener como paciente nada menos que al dirigente sindical Agustín Tosco.
Por esos tiempos Normand se consideraba “un escritor privado que no mostraba a nadie sus escritos”. Hasta que al final de la adolescencia se hace amigo de Gustavo Pablos (periodista villamariense radicado en Córdoba), con quien tiene, a su decir, una “doble relación familiar: literaria y periodística con él, porque nos unían varias lecturas, y política con su padre porque empiezo a militar en el Partido Intransigente donde él estaba”.
Periodismo y compromiso
De esta relación con Gustavo “surge la necesidad de editar una revista -comenta Normand- y entonces sumamos a Alejandro Schmidt, 10 años mayor que nosotros. Alejandro me marcó todo un protocolo de lectura que yo no tenía hasta entonces: los novelistas norteamericanos, los poetas surrealistas, los autores beats, el policial... Alejandro me abrió las puertas a otro mundo de la literatura”.
De este triunvirato periodístico y literario nacerá, a mediados de los 80, “Huérfanos”, una publicación que duró tres números, pero que al decir de Normand “fue muy provocadora y contracultural porque hablábamos de la miseria, la pobreza y la fealdad. Con Gustavo estábamos muy influenciados por la lectura de Enrique Symns y la “Cerdos y peces”. Éramos políticamente muy incorrectos, salíamos con los tapones de punta en una época en que se estaba muy sensible, tras la dictadura. También agregamos al dibujante “Tul” (Raúl Tolosa), a Javier Morello, a Omar Dagatti y a Víctor Alvez, que hacía la revista Cultura Nacional. Eramos un grupo con mucha vitalidad”.
A mediados de los 90, los tres amigos fundan “El gran dragón rojo y la mujer vestida de sol”, una publicación eminentemente literaria y de tono apocalíptico como la cita bíblica que le daba el nombre. La revista duró 16 números y en ellos Normand escribió dos artículos memorables sobre el uruguayo Felisberto Hernández y el norteamericano Sam Shepard.
Poesía y Verdad
-A pesar de haber ejercido el periodismo y cultivado el cuento, en la ciudad se te conoce por tus versos. ¿Te considerás esencialmente un poeta?
-Absolutamente sí. Pero ojo, que yo no tengo una concepción definitiva de una poética, como otros autores. Para mí, cada poemario que escribo es un mundo que voy descifrando. Mi primer libro es muy barroco y surrealista, pero en el segundo fui en contra de eso y me despojé por entero describiendo un mundo muy familiar. En el último jugué con el lunfardo en una temática marginal. Y en “El loro del discreto hablar”, que es un libro inédito, pasé a una fase más lúdica. No me gusta repetirme en una voz. Cuando la descubro, necesito cambiar a una nueva.
-En tu vida estuvo muy presente la política, ¿fue para vos indisoluble de la poesía?
-La política estuvo presente en mi vida, pero no necesariamente en mis textos. Yo siempre consideré que la poesía tiene una autonomía constitutiva que está por encima de todos los demás lenguajes; aunque tiene tanto poder que puede llegar a tener resonancias políticas también. Pero a diferencia del discurso político, la poesía afirma la condición humana e intenta ampliarla.
-¿Y cómo ves a la poesía villamariense en relación a los años 80?
-Lo primero que noto es que hay una diversidad y calidad de poetas que no había en esa época. Hoy están Gustavo (Borga), Carina (Sedevich), Fabián (Clementi), Silvina (Mercadal)... Pero también creo que en los 80 había una vitalidad que hoy no veo. En aquel momento, los poetas se acompañaban mucho entre sí o disputaban espacios con mucha más fuerza que ahora, donde la cosa es mucho más individual que colectiva.
-¿Creés que esa diferencia de actitud tiene que ver con lo generacional?
-Seguramente que sí. Pero también creo que faltan personas que formen y marquen a generaciones poéticas enteras, como Dolly Pagani, que por aquellas épocas no sólo hacía docencia desde su taller, sino que traía a la ciudad poetas muy importantes. Dolly fue una sembradora incansable.
-¿Y Edith Vera?
-Fue una figura maravillosa. Nos enseñó a todos que el lugar de la poesía era un lugar absoluto. Fue una influencia muy grande y positiva para todos. Una personalidad irresistible. Pero ella no fue una formadora, sino que escribía desde su mundo interior, casi como una fabulosa excepción.
-Una pregunta que se hacen quienes escriben poesía: ¿cuándo un poema es bueno?
-Cuando transmite una verdad. En todo gran poema, siempre hay una verdad brillando, por lo que creo que la poesía es un profundo ejercicio de honestidad. En un poema malo, uno siente que hay una impostación, algo falsificado. Y eso salta a la vista inmediatamente.
-Te gusta decir que “lo mejor está adelante”. ¿Te imaginaste en un futuro cercano lejos de Villa María?
- A Villa María la siento mi ciudad, un lugar al que siempre puedo volver. Pero me imagino perfectamente viviendo en otro lado, si es que hacia allá me lleva el destino. Cuando salgo con la moto al camino, tengo una predisposición espiritual de absorción y búsqueda muy grande. Así que... ¿por qué no?
Pero mientras se ejercita en futuras vidas posibles en el fabuloso borrador de la imaginación, Normand no se olvida de los poetas con los que se formó. Y los nombra uno por uno, como una ineludible obligación moral: Leónidas Lamborghini, Joaquín Giannuzzi, Jacobo Fijman, Juan Gelman y Miguel Angel Bustos.
Y al final de esta charla, en el exterior del edificio de la Universidad Popular en el cual lleva trabajando más de 10 años, el poeta posa para la foto contra un mural que representa a Latinoamérica unida y luminosa; ese continente en el cual quiere vivir poéticamente y conquistar bellos corazones, como cuando era un niño. Coherencia. No es poca cosa en los tiempos que corren.
Y detrás de su sonrisa vuelve a germinar el maíz de la poesía del continente, ese que sembraron en su fértil corazón sus predecesores y que hoy cosecha en su jardín primitivo, en su huerto de múltiples voces y tantas manos abiertas que no paran de ofrecer lo mejor de sí.
Soy el chico bobo de la foto,
ese que buscan
en los canales estatales.
No saben que voy vestido de silencio,
manchas ciegas en el sol,
somos esos que rondan.
Rostros quemados por fulgores
sólo descubiertos
por la muerte congelada
de una mirada fotográfica.
Rezagados o perdidos
en la niebla del mundo,
vagamos en la incomprensión de las señales.
Por simple confusión
entre infancia y ganas de matar.
Tumbar esas chapas
que vigilan miserias.
De “Punga de Bondi” (2007)
Normand Argarate Nació en Córdoba en 1964 y desde 1976 está radicado en Villa María. En 1984 publicó su primer libro, “Tomad y bebed”, en colaboración con David Rubio, a los que siguieron los tres poemarios “Mujer en el Jardín” (1991), “La belleza de los gestos inútiles” (2000) y “Punga de bondi” (2007). En 2008 publicó “Cosas de perros y otros cuentos”, por Eduvim. Cofundó las revistas “Huérfanos” y “El gran dragón rojo y la mujer vestida de sol”, colaboró en distintas revistas y periódicos del país y es el actual editor del suplemento cultural “El corredor mediterráneo”. Desde hace 10 años lleva adelante el programa de radio Utopía (AM 970), junto al periodista Ramón Campodónico. Fue director de Cultura de la ciudad y es el actual director de Derechos Humanos de la Universidad Popular que depende de la Municipalidad de Villa María.