Escribe:
Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Ecuador es todo bello. De la costa a la selva, de la sierra a las Islas Galápagos. Con su biodiversidad extraordinaria, el país andino es dueño de naturaleza y paisajes al por mayor. Pero también de ciudades con radiantes aires coloniales para ofrendar. En el sur de la Patria, Cuenca da cuenta de ello. Un área urbana de medio millón de habitantes, rodeada de montañas, ríos, y ungida en su seno con una riqueza arquitectónica notable.
A 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar, la capital de la provincia de Azuay invita a caminar mucho. Lo hace a partir de un casco histórico de casi 180 hectáreas de extensión, nombrado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1999. Ciudad limpia, organizada y por sobre todas las cosas, linda. Vale dedicarle varios días a la visita.
Patrimonio de la Humanidad
De entrada, el terreno da señales inconfundibles: calles de piedra, casas con tejado y dos plantas (en varias esquinas sobresalen las de cuatro y cinco), balconcitos floridos, muchos colores y delicadas terminaciones. Arcos, montones de arcos, y dominando los cielos, las cúpulas de las iglesias. En total son 14 los templos que coronan el centro. Aunque todas tienen algo para ser admiradas, destacan las de San Sebastián, la de Santo Domingo, la de la Merced y la de San Blas. Igual, la que roba más atenciones es la Catedral Nueva o de la Inmaculada Concepción, portentosa fachada de ladrillo e interior a puro lujo. Su vecina, la Catedral Vieja, es de carácter retraído, pero encierra historia a cuatro manos. Nació en 1557, el mismo año en que los colonizadores españoles fundaron Cuenca. En el medio de ambas iglesias, el Parque Abdón Calderón (los ecuatorianos llaman “Parques” a sus plazas), reúne a la comunidad local y a los turistas. Precioso punto de encuentro donde el pausado ir y venir combina con el edificio de la Gobernación del Azuay y la música que sueltan los parlantes, amigos del paso doble y otras melodías del estilo.
La caminata incluye a las Ruinas de Todos los Santos y de Pumapungo. Estas últimas comparten espacio con un museo, un jardín botánico y una exposición de aves de la zona. De cualquier forma, el fuerte de Pumapungo está en los vestigios incaicos que aún reposan en las laderas. Mezclados con las visuales montañosas, agradan a cualquiera.
Aquellas sensaciones, las que involucran al ojo atento en la naturaleza, se perfilan con mayor énfasis en los alrededores de Cuenca. Al norte, al sur, al este y al oeste, las sierras andinas se extienden hidalgas. Aldeas y sembrados colorean las faldas, con miles de vaquitas y señoras y señores de trenza y bombín llenándola de matices. Para meterse más con el tema montaña, el apuesto Parque Nacional El Cajas, 35 kilómetros al noroeste de la ciudad, resulta la alternativa adecuada.
Sabor auténtico
Pero volvamos al centro, donde todavía queda para ver. El paseo ahora se extiende por los bordes del Río Tomebamba. El torrente es furioso y angosto, piedras que se lucen, y arriba, el Casco Histórico llama de vuelta con la famosa Calle Larga. Más de pinturas coloniales, de iglesias, y buscando la plaza central, los diferentes mercados populares traen movimiento y cultura andina. Vestimentas típicas y rostros curtidos por el sol se reparten en los puestos de fruta, verdura y demás etcéteras. En los pisos de arriba, cantidad de mesitas invitan a degustar las delicias locales. La base es el arroz, la papa, la yuca, el poroto, la lenteja, la banana frita y la palta. Las estrellas el pollo, la carne de res y de chancho. Sopa para la entrada y jugo de fruta natural para acompañar. Allí, el viajero se fusiona con el pueblo ecuatoriano. Gente cálida, amable y con mucho sentido del humor. En fin, gente linda. Igualita a su tierra.