La Delegación “A” Villa María del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba conmemora el Día de la Memoria, Verdad y Justicia mediante la difusión de un interesante artículo de Graciela Taquela, una de sus matriculadas.
“Lentamente, a cuentagotas, se van conociendo datos acerca del verdadero carácter de las guerras. En ocasiones es la valentía de algunos hombres y mujeres de prensa. En otras, como el caso de los familiares de soldados estadounidenses en Iraq, que denuncian las situaciones que padecen y reclaman el fin de la guerra.
Los centros que integran la Red Latinoamericana y del Caribe de Instituciones de Salud contra la Tortura, Impunidad y otras Violaciones a los Derechos Humanos, como así también los que integran el Consejo Internacional para la Rehabilitación de Víctimas de la Tortura, (IRCT) se han pronunciado repetidamente, a través de asambleas de sus profesionales integrantes, alertando y condenando tanto sobre el riesgo de guerra inminente, como, una vez producida ésta, repudiando el terrorismo que implica el genocidio de hombres, mujeres y niños por parte de la maquinaria militar más sofisticada del planeta.
Todavía hoy, a más de treinta años del genocidio y torturas que irrumpió en nuestra sociedad, necesitamos preguntarnos y debatir acerca de si “se trató de una guerra” según la teoría de “los dos Demonios” y esclarecer los diferentes posicionamientos éticos que se tomaron de un lado u otro del poder.
Aún a riesgo de su propia vida, intelectuales y profesionales sostuvieron sus creencias y compromiso con ideales sociales. También sufrieron persecución, recordando al Galileo que Brecht personificó en su obra.
Especialistas en intimidación
La propaganda militar de la primera invasión a Iraq fue tan efectiva que años después la representación social predominante era la de la foto de la indefensa ave cubierta de petróleo. Esa imagen dio la vuelta al mundo despertando sentimientos de rechazo hacia quienes habían derramado su propio petróleo para impedir el saqueo.
En nuestro país, durante la dictadura militar, el Estado represivo implementó dos clases de armas: las convencionales y las campañas de inducción psicológica que producían reacciones tanto a nivel emocional como en el proceso secundario, afectando el pensamiento.
A la potencia del mandato de silencio, como norma represiva oficial, se agregaban las inducciones, por ejemplo, al sentimiento de culpa, por no haber protegido a los hijos (¿sabe dónde está su hijo ahora?), a dar por muerto al desaparecido, a considerar la desaparición de una persona como prueba de su culpabilidad, a considerar la disidencia política como una enfermedad mental (“las locas de la plaza”), a la dilución de responsabilidades (“todos somos culpables”), al olvido (“dejar atrás el pasado para reconciliar la Nación”).
Se distribuían en las escuelas primarias, muchos lo recordarán, discos con música especialmente diseñada para ser escuchada en las fiestas patrias con los versos: “Un soldado, es un hijo, un hermano, un amigo…”.
¿Quién diseña estas herramientas?
La participación de profesionales de la salud durante la dictadura y su implicación directa en la tortura, ha sido sobradamente demostrada. Tanto el médico, el enfermero o el psicólogo comprometidos con la represión, aportan sus conocimientos científicos para ir dosificando la intensidad de la tortura, sugiriendo técnicas para vulnerar defensas psíquicas, en una palabra, propinar un ataque a la identidad de la persona.
La agresión psicológica instrumentada con modalidad sádica intenta colocar a la víctima en situación de “estar a merced” y producir efectos de despersonalización. Los ataques físicos tienden a producir vivencias de aniquilamiento y de destrucción del esquema corporal, pero además del dolor físico, la tortura hace hincapié en que el detenido “vea” los resultados físicos en sí mismo, en sus seres queridos o en otros torturados, con el objetivo de producir efectos de desesperación y fenómenos de desidentificación: “Así vas a quedar vos…. así estás vos”.
Aún hoy, podemos observar claramente de qué lado se posicionan muchos profesionales, como lo ilustra magistralmente el filme argentino “Wisky Romeo Zulu” en el personaje de la psiquiatra que ante la protesta laboral y el reclamo profesional del protagonista convierte estas demandas en indicadores de patología (“depresión melancólica”). El personaje, como en la vida real, firma informes psicológicos que van a tener un efecto en la vida y en el futuro de sus pacientes.
Otra de las situaciones que más conmoción ha producido en la Argentina es la restitución de niños secuestrados a sus familias. Restitución que es entendida como un acto de justicia y nuestra posición ética se basa en no convalidar, no exculpar y no dejar impune este crimen de la dictadura.
No obstante aparecen profusión de argumentos psicológicos de “no producir más daño a los niños”, que induce a que una parte de la población se identifique con no devolverlos (ejemplos: caso Juliana, mellizos Reggiardo-Tolosa) demorando todavía más la esperada devolución de su identidad.
Posibilidad de recuperación
La recuperación de los afectados, hoy como hace más de 30 años, no pasa por un tratamiento psicológico, pasa por lograr una Justicia que enjuicie a todos los responsables, dado que no todos los responsables de los campos de concentración están procesados.
La recuperación pasa por el fin de la impunidad, que ha tenido y tiene terribles consecuencias para la salud mental de nuestro pueblo, como es evidente en la gravedad de la violencia que nos atraviesa hoy, generando más y más programas oficiales para intentar tratarla.
Pasa por buscar activamente, como lo hacen hoy hijos y nietos de desaparecidos nuevos espacios en la sociedad, en la cultura, nuevas formas de denunciar el horror, de una manera que no nos deje paralizados, sino que a través del lenguaje y las formas del arte, podamos seguir relatando y difundiendo esta parte de la historia hasta lograr finalmente develar toda la verdad y lograr toda la justicia.
Que la violación de los derechos humanos y la impunidad posterior han generado consecuencias profundas a largo plazo y nos interpelan, en tanto profesionales de la salud mental, en la especificidad de nuestra tarea y nos plantean nuevas demandas éticas. Etica a la que no es posible considerar aisladamente de la cuestión de las ideologías, definiendo éstas como una concepción general de la realidad del mundo, de la estructura social y del poder.
Una ideología así definida da lugar a la creación de ideales colectivos, escalas de valores, ídolos, creencias, mitos, tan necesarios para la Salud Mental. Y por qué no, utopías en relación con la esperanza de justicia.
Citando a Bertolt Brecht: “…Desconfíen del gesto más trivial y en apariencia sencillo y sobre todo examinen lo habitual: no acepten sin discusión las costumbres heredadas. Ante los hechos cotidianos, por favor no digan ‘es natural’”.