Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

La magia de Andalucía se esparce a lo largo y a lo ancho del sur español. Célebres ciudades como Sevilla, Cádiz o Córdoba emergen como los principales estandartes en ese sentido. Pero los sortilegios propios de la comunidad autónoma no son exclusividad de sus capitales provinciales. Todo lo contrario: cientos de pueblitos dispersos en el territorio disfrutan también de los rasgos característicos de esta región encantadora.

Algunos de ellos descansan encastrados en las laderas de Sierra Nevada, el macizo montañoso más alto de la península Ibérica (su cumbre alcanza los 3.480 metros). A pocos kilómetros de Granada (otro referente andaluz), un camino comienza a desandar la silueta de los cerros, en búsqueda del cielo. La carretera se hace cada vez más empinada, permitiendo apreciar paisajes ensordecedores.

Luego de algo más de una hora de viaje, el horizonte nos sorprende con las primeras huellas de civilización. Las casitas blancas e impolutas de Pampaneira, recostadas sobre el macizo, se configuran a lo lejos. Hacia allá vamos.

Hechizos de la comarca

El Barranco del Poqueira, en la comarca de Alpujarra, contiene tres aldeas donde las agujas del reloj parecen estancadas. Pampaneira es la primera y Bubión la segunda. El avistaje de éstas será apresurado, ya que la búsqueda está dirigida al final del recorrido. El premio mayor se encuentra en el último recodo, con el arribo a Pampaneira.

Este pequeño poblado hace las veces de cabecera del Barranco. Igual no hay que esperar grandes movimientos humanos. Apenas 300 personas conforman el escueto padrón de la localidad.

Aquí todo será regocijo. Las callecitas empedradas van de arriba hacia abajo en forma de arrebatador laberinto. Como en toda la zona, las viviendas lucen su blanco radiante. Hay un almacén, perros jugueteando en la diminuta plaza y una pequeña capilla que acopia feligreses. En los alrededores, algunos campesinos reniegan con vacas y ovejas. Al este y al oeste, al norte y al sur, gigantescas y verdes montañas imponen su protagonismo. El escenario, con precipicios incluidos, no deja de provocar admiración.
Carácter andaluz

En medio de los quehaceres diarios, los pobladores (adultos y ancianos, en su mayoría) demuestran su carácter andaluz de forma explícita. Hablan fuerte y rápido, confirmando el viejo estereotipo sureño: “Eha, Mercede, po que no me ayuda a buscá mi chaleco mujé, no vé que no lo encuentro po ningun lao, oshtia”, le dice un viejo ataviado con boina y bastón a su esposa. El acento lo vende.

Esas palabras roídas, a medio hacer, esas eses invisibles. La típica y simpática tonada andaluza se repite entre el resto de los lugareños, quienes no ocultan su afán por el diálogo.

Hacia la carretera principal, en el límite norte de Capileira, encontramos algunas modestas fondas y restaurantes donde los visitantes sacian su apetito. También hosterías y posadas, siempre aprovisionadas de leños para combatir el frío que reina por todo lo alto por estas montañas.
La mayoría de estos emprendimientos nacieron no hace muchos años, cuando Sierra Nevada comenzó a hacerse popular entre los esquiadores europeos.
De cualquier forma, el pueblo parece invulnerable ante los fuertes torrentes turísticos, manteniendo intacto el apacible y despreocupado estilo de vida de sus habitantes.

Senderos deslumbrantes

Saliendo de la circunferencia de Capileira, el caminante disfruta de una amplia variedad de circuitos para realizar.
A pie durante varias horas de placer, encontrará senderos deslumbrantes.
Uno de ellos conduce a los dos pueblos restantes de la comarca, previa travesía por los cerros.
Otro recorre los vaivenes de las laderas, ricos en vegetación y panorámicas extraordinarias, hasta llegar a La Cebadilla, una fantasmagórica villa abandonada, digna de relatos novelescos.

El resto de los trayectos se inmiscuyen aún más en las entrañas de las montañas, acrecentando con cada paso el amor del viajero por esta tierra maravillosa.
De fondo, majestuosa e implacable, la figura eternamente inmaculada de la Sierra Nevada saluda a propios y extraños.
Automáticamente le devolvemos la gentileza, con la promesa de regresar a sus dominios en un futuro no muy lejano.