Escribe: El peregrino impertinente
Leo Matioli, Los Palmeras, Trinidad, Los Leales… el mundo de la cumbia santafesina está compuesto por un amplio y extenso repertorio de grupos y solistas. Son bandas históricas con las que los habitantes de la vecina provincia se identifican, revalidando su sentido de pertenencia al distrito del litoral.
Yo celebro esas tradiciones musicales y las defiendo a muerte. Y es que dichas filiaciones dicen mucho sobre la tierra de cada uno. Marcan la idiosincrasia regional, tal como lo hace el cuarteto en nuestra Córdoba o el infernal ritmo del humba-humba-é en la Isla Moebioreke, melodía conocida por tocarse mientras los nativos cocinan deliciosos guisos a base de exploradores blancos y otros inocentes que encuentran en el camino.
Pero como todo en la vida, existen límites. No puede ser que de paso por suelo ajeno estemos obligados a escuchar absolutamente todo el tiempo la música autóctona. Tampoco es cuestión.
Camisas floreadas y melenas
Una vuelta, llegando a Santa Fe en colectivo, sufrí en carne propia las consecuencias del fanatismo musical de los dueños de casa. Eran poco más de las siete de la matina y el guarda no tuvo mejor idea que despertar a los pasajeros con una implacable cumbiamba.
Parecía como si los tipos estuvieran tocando en el mismo pasillo del bus. Entre ensoñaciones, me pareció ver un amalgama de timbaletas, teclados, camisas floreadas y contundentes melenas. Fue terrible.
Deja de tocarla, Sam
Preso de la angustia y el mal humor, le solicité al que pasaba sirviendo café que bajará el volumen. Me estallaba la cabeza con tanto ruido.
El hombre, que venía muy contento escuchando a su banda favorita, se detuvo extrañado. Me miró serio, sin entender, y luego de unos segundos de impás, respondió: “Disculpame, pero hay mucha gente que quiere escuchar”.
Una sentencia inobjetable, cargada de lógica democrática.
Y sí, un grande. Al fin y al cabo, el que estaba jugando de local era él.
Son las reglas del juego.
(www.viajesimpertinentes.blogspot.com)
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