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7 de Abril de 2013
Sebastián Chialbo
Disc jockey con alma de vinilo
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Hace 24 años que se encarga de hacer bailar en fiestas de 15 a buena parte de la ciudad. Pero más allá de su trabajo, su pasión por la música no tiene límites: afina pianos, restaura vitrolas y colecciona discos de vinilo de los cuales posee más de cuatro mil. Su sueño es volver a Inglaterra y fotografiarse en el paso de cebra de Abbey Road con su esposa y sus dos hijos, los cuatro en fila, en homenaje a la tapa más famosa de sus adorados Beatles.


 

Si para Borges el universo metafísico era una biblioteca infinita, para Sebastián esos estantes debieran estar repletos de discos. Entonces, la armonía de los mundos sería perfecta. Aquellos estantes no guardarían, en la imaginación de Sebastián, un único ejemplar de cada título, sino que guardaría muchos, muchísimos, todas las ediciones posibles. Las oficiales y las importadas, las piratas y las propias de cada país, las numeradas y las reediciones, las remasterizadas y las que contienen un nuevo arte de tapa, las de singles y las de maxisingles, las que escuchó de chico y aún tienen rayados algunos surcos o las que compró repetidas veces a familias que se desprendían de la colección del padre o del abuelo; casi como un intento de sintonizar los gustos musicales de esas almas que ya no están en esta Tierra. Y esta acumulación de placas sonoras es la que le hace decir “mi casa está llena de espíritus, la de esos locos a los que antes pertenecieron los discos y que yo respeto mucho. Se deben poner contentos cada vez que pongo un disco de ellos”. 
Y es que para Sebastián escuchar música es, precisamente, poner un disco de vinilo. Y poner un disco de vinilo es una misa; el ritual de sacarlo del sobre y apreciar su arte de tapa, luego recorrer la lista de temas acaso subrayados por el viejo lápiz de la infancia y prepararse para viajar mientras la fritura inicial anuncia la primera canción. Y, entonces, oler la tinta nueva o vieja en que la carátula fue impresa, acariciar el relieve de algunas portadas infinitamente adoradas (el “White Album”, de Los Beatles; el “Mylo Xyloto”, de Coldplay) y leer las letras de las canciones en la contratapa siguiendo el fraseo de cada tema. Y luego de 20 minutos flotando con las partículas elementales de la música y luego de percibir los armónicos graves como ningún medio digital los ha podido reproducir hasta el momento, aprontarse a la segunda parte de la ceremonia: dar vuelta el disco y viajar al lado B de un concepto artístico. Y todo desde esa nave espacial o ese templo que es su estudio.
Sí, para Sebastián escuchar música no es más ni menos que percibir el hecho discográfico con todos los sentidos posibles. Y también con los imposibles, que son la melancolía y la vieja piel del deseo.

DJ naciendo
 
“Tenía 16 años la primera vez que puse música y me pagaron -comenta Chialbo en su casa de barrio Parque-. Fue en el año 89 en el Salón Dorado, un cumpleaños de 15. Todavía me acuerdo. Pasé música con mis primeros discos y un montón de cassettes prestados. Desde entonces, las cosas cambiaron mucho. Los cumpleaños de 15 ya no son iguales. Ahora pasás música toda la noche, a veces hasta oho horas seguidas. Los chicos bailan mucho más en la fiesta que en el boliche y hay más canciones y estilos que antes. Tenés que estar actualizado”.

En los años 80 en un cumpleaños de 15 se pasaba mucho rock nacional y nada de cuarteto... 
- Eso cambió muchísimo, porque salvo algunas cosas nuevas de Turf o Miranda y algunos clásicos de Charly, Soda o Los Piojos, a los chicos de hoy el rock nacional no les interesa. El Cuarteto, en cambio, tuvo un furor en los 90 pero hace cuatro o cinco años que no se pasa más. Y no sé si para mejor o para peor, porque ahora te piden cumbia. Tampoco se ponen más lentos, como en nuestras épocas... una pena (risas).

¿Qué se necesita para ser un buen disc jockey?
- Conocer todos los géneros, estilos y tendencias del mercado, desde el house y el progressive, hasta el techno y el trance, sin olvidarte de los clásicos, de la música de los 50, 60, 70 y 80, del tango, del heavy; tenés que conocer de todo. Hay que tener mucha apertura musical y dejar de lado el gusto personal en pos de la fiesta. Y, sobre todo, hay que meterse en el cerebro de la gente que está bailando y ver qué temas quiere. Es una cuestión de sintonía. Si ponés un par de canciones que no van, se te puede caer la fiesta. Y quizás esos mismos temas en otro momento te la salvan. Para ser un buen disc jockey, la música te tiene que gustar desde siempre.

¿Y cómo era poner música en los 80, tecnológicamente hablando?
- Muy distinto también. Las bandejas de antes no tenían control de velocidad, así que había que guiarse por el buen gusto musical e ir enganchando un tema tras otro. Después fueron apareciendo las bandejas con pitch y eso cambió. Antes era muy difícil conseguir música. Había que viajar a Córdoba todas las semanas y traer las novedades. Pero, aun así, no siempre las conseguías y no cualquiera tenía acceso a los nuevos discos. Te las tenías que arreglar grabando o pidiendo prestado. Ahora en una notebook te llevás más música que en 10 confiterías de los 80. Y con el programa “tractor” es como si tuvieras las mejores bandejas del mundo...
Y hablando de “confiterías” (para usar la terminología de la época), Sebastián comenta que a sus primeras armas las hizo, precisamente, poniendo música en boliches de Etruria, Arroyo Cabral, La Playosa, Morrison; pero que ya no sale al interior porque tiene los fines de semana ocupados, sobre todo en el salón de fiestas Monet, del cual es disc jockey oficial.
Sin embargo, el trabajo de Sebastián con el sonido no sólo se reduce a pasar música los fines de semana. También puede estar musicalizando un cumpleaños un lunes a la mañana o haciendo sonido en un salón de recepción un viernes a la noche. Pero si se lo quiere encontrar de manera cierta y segura, hay que buscarlo en su estudio, donde generalmente está grabando CD para gimnasios, actos y obras de teatro para las escuelas o musicalizando videos y publicidades. A todas estas tareas las realiza en su sala, esa de cuyas paredes cuelgan tarjetas de los más famosos music hall de toda Europa y Estados Unidos: “El Fantasma de la Ópera”, “La Bella y la Bestia”, El Rey León”, “Mary Poppins”... La sala es el lugar en donde pasa la mayor parte del tiempo y en donde guarda los últimos vinilos que supiera conseguir. Y entre las últimas adquisiciones de Coldplay, Muse, Keane y Radiohead, brilla la impecable reedición de “Abbey Road”, el último disco oficial de Los Beatles del año 1969 reeditado 44 años después. 
“A este lo mandé a pedir por Amazon y es mi disco preferido de Los Beatles. Yo estuve en esa calle hace muchos años con mi esposa. Todavía no nos habíamos casado, pero fuimos de viaje de bodas igual (risas). Me encantaría volver con ella y con los dos chicos y sacarnos una foto ahí, cruzando la calle los cuatro, como ellos”.
 
El taller del artesano
 
Pero la pasión musical de Sebastián trasciende sus vinilos y sus tarjetas de music hall. Y para confirmarlo, me hace pasar al taller de restauración que tiene en la parte trasera de su casa. Ingresamos a un salón donde se respira, a modo de incienso, un adictivo olor a barniz y lustramuebles. El orden del lugar es digno de un bibliotecario de Alejandría y las maravillas que encierra propias de un fabuloso anticuario de San Telmo. Y entonces, sobre un impecable maderámen restaurado, el muchacho me presenta su colección de vitrolas. Hay dieciséis en total: a bocina, de mueble y de valija; de fabricación norteamericana y alemana o de ensamblaje de industria nacional. Todas funcionan. Todas. Reparadas, como fueron, por él mismo. Y el estado de cada una es impecable. 
“A la primera vitrola la compré hace unos años en una compraventa y no funcionaba, así que empecé a meterle mano. Hasta que me di cuenta que necesitaba una pieza nueva. La hice hacer de un tornero, la cambié y quedó cero kilómetro. Me sirvieron de mucho los planos que encontré por Internet, pero más que nada la intuición”, me dice. Y aunque no lo reconozca explícitamente, también le ha de haber servido la vocación que adquirió durante sus años del secundario en la Escuela del Trabajo, de la cual egresó con la especialidad en electrónica. 
Además de las vitrolas y los 400 discos de pasta que en ellas toca (fox-trot y tango, sobre todo), Sebastián me enseña cuatro tocadiscos para todas las velocidades posibles del vinilo, entre los que sobresale un viejo Winco. Los discos se multiplican en las paredes como los pianos, que afina y repara. 
“A este lo compré hace poco -me dice, señalándome un desdentado mueble vertical-, pero lo voy a dejar cero y con mi señora lo vamos a pintar de todos colores, como el de la tapa del disco de Coldplay -risas- Pero mi piano oficial es este, en el que toco”, dice. Y digita una breve melodía pegadiza en un “Hamburg” alemán de 60 años.
Y entonces, al finalizar la nota, Sebastián me invita a seguir charlando off the record. Y para eso, nada mejor que poner música. Entonces saca un disco de Génesis: “And then there were three”. Abre la tapa plegable de una bandeja sobre la cual rueda una pascualina de paño, apoya delicadamente la placa y me dice: “escuchate este tema”. Es “Follow you, follow me” (“Te seguiré, me seguirás”, traduce la contratapa). Y la voz de un jovencísimo Phil Collins llena el salón como las palabras de un predicador en la misa. Nos quedamos en el más absoluto silencio durante los cuatro minutos que dura el tema, como si de pronto estuviéramos metidos en una nueva e inesperada ceremonia, escuchando una cita bíblica que nos hace infinitamente más felices.
 
Iván Wielikosielek


 

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