Escribe: El Peregrino Impertinente
Viajar no es sólo visitar lugares bonitos y comprar huevadas en las tiendas de recuerdos. También es involucrarse con los pueblos locales y sus culturas, practicando sus ritos, comiendo sus comidas, hablando sus lenguas y saludando a sus muertos. “¿Cómo qué muertos?¿Qué tiene que ver Erviti con todo esto?”, se preguntará el lector, indignado.
Pasa que, en algunos países, la visita a ciertos difuntos famosos es sagrada y, por lo tanto, cita obligada para el foráneo curioso. Los casos más célebres son Rusia, China, Vietnam y Corea del Norte. Naciones con pasado y/o presente comunista, donde sendos mausoleos sirven como lugar de descanso de los grandes y fallecidos líderes del movimiento.
En el de Moscú duerme en sueño eterno Lenin. En el de Beijing lo hace Mao Tse Tung. En el de Hanoi, Ho Chi Minh, y en el de Pionyang, Kim Il-sung y su hijo Kim Jong-il. Los cuerpos embalsamados de los hombres que, para bien o para mal, cambiaron el destino de sus respectivas patrias reposan en cajas de cristal a la vista de todo el que lo quiera ver.
En el interior de estos pomposos palacios predomina un hábitat solemne y clima frío. Eso hasta que un día Mao se levante gritando “o me bajan el aire acondicionado o mato a tres o cuatro millones de un tirón” y se arme la podrida. Lo cierto es que tales mausoleos se han convertido en verdaderos fenómenos turísticos.
Hay que ver a los viajeros de todo el mundo haciendo fila fuera de los panteones. Una vez adentro, y de frente con los pulidos rostros revolucionarios, están los que se emocionan y los que se preguntan qué van a comer a la salida. Eso sí, nadie saca fotos. Los adustos guardias armados -que sin decir nada te dicen “si llegás a apretar ese botoncito, te hago tragar los dientes”- pulverizan cualquier atrevimiento.