Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Lo que Chilecito tiene de extraordinario, lo tiene en el afuera. Es en sus alrededores donde residen esos preciosos paisajes que tornan a la segunda ciudad de La Rioja en visita obligada. Una ubicación privilegiada, en el norte de la provincia, a 650 kilómetros de Villa María, la hacen codearse con la Sierra de Velasco y, sobre todo, con la imponente Sierra de Famatina. El Cablecarril que conecta con la mina La Mejicana, la Cuesta de Miranda y los viñedos y olivares perfumados de montañas, son otros de los puntos fuertes de la cita.
Sin embargo, el casco urbano en sí guarda lo suyo. Además de servir como base de operaciones, cuenta con sitios de interés para el viajero. Algunos de ellos son el paseo al Cristo Redentor (sobre el cerro El Portezuelo, desde donde se obtienen muy buenas vistas del valle), el Museo Molino de San Francisco (que repasa la historia de las culturas indígenas de la provincia), la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y la Estación número uno del Cablecarril, punto de acceso a la obra de ingeniería que se extiende en las alturas de la serranía, y que nos encargaremos de conocer más tarde. El tibio movimiento y el sol sobre plaza Sarmiento, ayudan a palpitar la bondad del riojano promedio, y a preparar el corazón para los atractivos turísticos con mayúsculas.
El Cablecarril y “La Mejicana”
Hay que ponerse a desandar los caminos. Lo hacemos para conocer ese sistema de transporte de minerales llamado Cablecarril y, fundamentalmente, los majestuosos paisajes que le sirven de compañía. La obra fue creada entre los años 1903 y 1905 con el objeto de extraer el oro, la plata, el cobre y el plomo que emanaban desde las entrañas del Famatina. Aunque dejó de funcionar a mediados de la década del 20, aún conserva los 34 kilómetros de recorrido, los pequeños vagones de carga y nueve estaciones que, oxidadas y melancólicas, prestan testimonio de un pasado extraviado. La última de ellas es la famosa “La Mejicana”, empotrada donde está la mina homónima (a 4.600 metros de altura). El circuito todo entrega postales dignas de ser admiradas.
Para aprovechar tal espectáculo, conviene desplazarse hasta la localidad de Santa Florentina (a 8 kilómetros de Chilecito). A partir de allí, el contacto con los cerros se hace explícito. Senda de verde, de rojo y marrón furioso, de cielo abierto y río. La infinidad de cardones dicen que esto es La Rioja. El acceso a la Segunda Estación (“El Durazno”), viene después de una hora de marcha. Luego, bajar hasta el encuentro de dos ríos: el uno marrón claro (el Amarillo), el otro celeste, verdadera exhibición de la Naturaleza. La caminata puede extenderse hasta la Cuarta Estación (“Siete Cuestas”, a 2.500 metros de altura), trayecto que demanda unas cinco horas extras. Hasta este sector también se puede arribar en 4x4, excursiones que incluso llegan a la Octava Estación (“Los Bayos”, a 4.400 metros). Entonces, las nieves eternas que se aprecian desde la ciudad, están ahora más cerca que nunca. Pasa un cóndor volando para potenciar las sensaciones.
La cuesta más famosa
A 35 kilómetros de Chilecito, aparece otra de las preseas de la región: la Cuesta de Miranda. Se trata de un camino de 10 kilómetros que serpentea por la montaña, explosión de precipicios y quebradas. Más murallas rojizas, cardones y panorámicas que quitan el aliento. Su punto álgido es el mirador “Bordo Atravesado” (2.020 metros), el enclave ideal para disfrutar del ambiente. Antes de irse, el viajero no puede dejar de regalarse la visita a los campos de la zona, copiosos en nogales y frutales (plantas de membrillos, peras, higos, damascos, etcétera) y, fundamentalmente, en viñedos y olivares. Estos últimos son el verdadero motor de la economía regional, lo que explica, por ejemplo, la presencia de bodegas situadas a la vera del camino. Ocasión propicia para disfrutar de una copa de torrontés riojano con vistas a las montañas. El sabor es a Chilecito.