Horas después del fallecimiento de Margaret Thatcher, Lucas Llach, doctor. en Historia y columnista del diario La Nación, pedía por Twitter una Thatcher para el país (Twitter @lucasllach). Según parecía, estaba fascinado con el hecho de que “la Dama de Hierro” “bajó la inflación del 18% al 4% y la economía que dejó crecía más que la que recibió”. Intenté encontrar lógica en su pedido, considerando la actual situación macroeconómica de nuestro país. Ya saben: inflación considerable, restricciones a la compra de divisas, una política comercial más que cuestionable, etcétera. Pero no pude. Por tres grandes razones, no pude encontrar lógica en su reclamo.
En primer lugar, el thatcherismo económico no fue tan exitoso como el conservadurismo británico pregona. En un artículo académico publicado en 1992 -es decir, dos años después de que Thatcher abandonara el poder tras tres administraciones consecutivas- se documenta con cifras y datos estadísticos que, hacia finales de 1980, la economía británica sufría un importante incremento del desempleo, la inflación y la quiebra de bancos privados y una caída en la producción industrial y la competitividad de las manufacturas inglesas. Irónico, ¿no creen? Después de todo, la “Dama de Hierro” era la principal abanderada del liberalismo económico, esa receta que -nos han dicho- es la que salva a los países de la pobreza y el subdesarrollo.
En segundo lugar, y aquí hablo como latinoamericana, la primera ministra fue la aliada incondicional de dos administraciones republicanas que son sinónimo, para nuestra región, de eso que llamamos “la década perdida”. Cuando América Latina entró en 1982 en una crisis de deuda externa sin precedentes, Estados Unidos pensó que lo mejor era renegociar la deuda y exigir a los países latinoamericanos que reestructuraran sus economías. La reestructuración, claro, fue un bonito eufemismo para una política económica nefasta que hundió a América Latina en más pobreza y exclusión. Todavía en la Argentina recordamos las sucesivas devaluaciones y la volatilidad inflacionaria de la década de 1980, años durante los cuales -literalmente- mi familia no podía comprar los ingredientes para hacer una torta de cumpleaños.
Finalmente, Thatcher nos hace rememorar a los argentinos una época oscura de nuestra historia: la guerra de Malvinas. Al respecto, no voy a responsabilizar enteramente al Reino Unido. Parte de comprender el proceso histórico que nos llevó a los argentinos a perder la única guerra de nuestra historia es reconocer que un presidente de facto genocida y alcohólico fue uno de los principales responsables de que 649 soldados argentinos dejaran su vida en unas islas que están a pocos kilómetros de nuestro país y a 14 mil de Londres. Pero fue la “Dama de Hierro” la que ordenó hundir al ARA General Belgrano, un crucero de la Armada Argentina que se encontraba fuera del área de exclusión militar con 323 tripulantes. ¿Cómo se llama eso? ¿Acto de guerra o acto criminal?
Lo más cerca que estuve de Thatcher fue en Europa, en 2011, cuando conocí a uno de sus más importantes ex asesores (preservo su identidad porque nuestra conversación fue off the record). Estaba allí invitada por una Universidad suiza y este buen señor se acercó a hablar conmigo después de mi presentación sobre un ensayo acerca del liderazgo y la corrupción pública. Luego de intercambiar algunas palabras, me dijo que había lamentado mucho la guerra de Malvinas porque tenía una profunda simpatía por los argentinos. “Era lo que teníamos que hacer”, confesó. Su comentario me resultó cargado de un gran cinismo refinado, del mismo del que solía hacer gala la primera ministra. Dicen que la noche que terminó la guerra, Thatcher se acordó de las madres argentinas. Al día siguiente, sin embargo, declaró: “Sabíamos lo que teníamos que hacer, fuimos y lo hicimos. Gran Bretaña es grande otra vez”.
Anteayer, a propósito de su partida, me puse a conversar con un compañero de doctorado que vive en Escocia. “Margaret Thatcher falleció -me dijo mi colega- pero temo que su legado no lo hizo aún. En muchos países, todavía, se seguirán sintiendo por años los efectos negativos de las políticas que embanderó”. Coincido con él y él coincide conmigo: no quiero una Thatcher para mi país.
María de los Angeles Lasa