Autor de una saga cosmológica que empezó a pintar en el año 97 tras un sueño, el artista bellvillense expone una treintena de sus obras en el Museo Bonfiglioli de esta ciudad hasta el 12 de mayo bajo el nombre de “Utopía Sideral”. Carlos habló de su “viaje astral”, del futuro de la humanidad, de su ciudad natal y de su participación en el programa de Fabio Zerpa, donde fue invitado hace algunos años.
Pintura futurista o de anticipación. Pintura de guerras intergalácticas o de un inminente apocalipsis interplanetario. Cualquiera de estos rótulos son válidos y a la vez insuficientes para definir la treintena de cuadros que, desde hace dos días, cuelgan de las paredes del museo de la ciudad o (en algunos casos) se extienden en el piso como fabulosas alfombras voladoras jamás entrevistas en “Las mil y una noches”. Sin embargo, para su autor, las telas de “Utopía Sideral” no son otra cosa que “la ilustración de un sueño, de un viaje astral que tuve en el año 97 donde me fue dado ver el modo de vida de una civilización que había sobrevivido a una catástrofe nuclear”, comenta su creador.
Y aquel sueño (y aquel viaje) dispararía en Carlos López Alvarez un imaginario cosmológico de una riqueza pocas veces vista en la pintura argentina, esa que fue produciendo ininterrumpidamente a lo largo de 15 años.
Más allá de las evidentes relaciones con el futurismo y el cómic, encasillar la obra del artista bellvillense en el acotado mundo de la ciencia ficción sería incomprenderla. Y es que en sus telas, una hormigueante raza de humanoides robotizados o clonados con animales, portadores de armas de destrucción masiva o simplemente de la desesperación de una huida, padecen ante la muerte; esa que dan o reciben. Y de esa bullente raza empequeñecida ante la implacable maquinaria del universo se desprenden profundas reflexiones. Un ojeroso y cansado “Cristo del año tres mil” pisando la superficie de una Tierra devastada por la tercera guerra (que para Carlos no es otra cosa que la contaminación) pareciera profetizar un futuro desesperante. “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis” cabalgando con armas nucleares por el espacio simbolizan una extinción segura para una raza que no supo hacer de la Tierra un paraíso ni del prójimo un hermano. Las planicies desérticas de lejanos planetas que podrían devenir en hábitat futuro de la especie… Pero el hombre, destructor o destruido, sufriente o deshumanizado, culpable o inocente, es siempre el centro de sus pinturas. Y en este aspecto la obra de Carlos se acerca, en términos de profundidad moral y reflexiva, a los cartones de “El Bosco” mucho más que a la saga del Señor de los Anillos.
Todos los cuadros de Carlos, desde los más complejos hasta los más simples, son siempre una invitación al viaje. Pero no al viaje entendido como “alucinación” (es decir, una sensación venida del exterior), sino al otro, al viaje que se emprende con la sensibilidad, es decir, desde el interior, y para el cual es necesario dejar las posesiones materiales para que no pesen durante la travesía.
Tal vez por eso, en la noche de la inauguración, el piloto de esa nave de la imaginación se haya pintado la cara y la ropa con el brillo de sus paisajes interplanetarios. Acaso para volverse un habitante más de su mural. O acaso para probar otra vez su más profunda convicción moral. Esa que pareciera decir que, para todo ser humano, no hay otra salvación a los cataclismos del espíritu y la materia que volverse una obra de arte total, en cuerpo y alma.
Los trabajos y los dias
Uno puede pensar, a priori, que una obra tan singular como la de Carlos proviene de alguien que tiene resuelto su día a día, de alguien para quien los problemas de la mayoría no son sus problemas. Supervivencia. Falta de dinero. Amor y desamor. Soledad y trabajos mal pagos. Incomprensión y prejuicios. Uno piensa que estos dramas no deberían tocar jamás la puerta de su casa, frente al destacamento policial de su ciudad. Sin embargo, nada más alejado que ese a priori. El hombre que de joven le dijo a su padre (un oficial bellvillense) que jamás trabajaría de empleado, de chico se ganó la vida vendiendo diarios y loterías por la calle para poder consagrarse a su actividad excluyente desde la niñez: el dibujo. Extrañamente, su moción fue apoyada por un hombre que lo hubiese querido ver sargento.
El segundo trabajo de Carlos fue la venta de sus cuadros, los de su primera juventud de corte marcadamente realista. Pero la cosa no iba a resultar. Y si no, escuchémoslo. “Me cansé. No quería mezclar la pintura con los negocios y preferí volver a los diarios”. En cuanto a herencia se refiere, la única que recibió el artista fue la casa paterna cuando sus progenitores partieron de este mundo. Pero lejos de hacer “de la casa de mi padre un mercado”, Carlos hizo un museo. Y no fue sólo para él, sino también para sus amigos. El Museo y Atelier Carlos López Álvarez figura actualmente en la Guía de Museos de la provincia, por más que desde hace tres años ya no funcione como tal. El emprendimiento no le redituó dinero en absoluto y, una vez más, el diario y las rifas. “Con esa plata hice dos viajes, a Francia y a Chile. Ahorré dos años para viajar a París en el 96. En la Alianza Francesa no me creían cuando dije que venía a estudiar para viajar. ¿A dónde va a ir este muerto de hambre?, se habrán preguntado muchos… Pero viajé. Allá expuse en la plaza de La Bastilla con otro montón de pintores. Hacía un frío tremendo y vendí varios cuadros. Me traje euros con los que pude tirar un tiempo. Allá hay otra valoración de la obra de arte. Pero igual me quería volver. Al poco tiempo, en Bell Ville, tuve aquel sueño”.
Uno piensa en el vía crucis de Dante guiado por Virgilio para testimoniar el infierno o en los sueños de Emanuel Swedenborg guiado por el propio Cristo (según el filósofo sueco) para entender mejor “la arquitectura del cielo” y entonces la saga personal de Carlos no parece una sospechosa excepción, sino que confirma la regla de los viajes astrales propuestos por entidades superiores para devolverlos en forma de visión a los hombres. Esa es la clase de artista, la clase de soñador que es Carlos López Alvarez.
Confieso que he viajado
-¿Cómo fue ese sueño que tuviste en el 97?
-Más que un sueño fue un viaje astral. A eso me lo dijo después la gente que sabe. Fui contactado por habitantes de un planeta lejano. Me eligieron para mostrarme cómo era su civilización, que había sobrevivido a una catástrofe nuclear. Me preguntaron si estaba dispuesto a ir y yo les dije que sí. Es raro, pero en ningún momento sentí miedo. En el sueño, me pasaban a buscar por una esquina de Bell Ville, pero nadie me veía a mí ni a la nave. Y al poco tiempo estaba en Ueutranpc, que así se llama el planeta.
-¿Y qué viste en Ueutranpc?
-Vi una civilización diferente que estaba más allá del odio. Vi a un pueblo que ya había superado el problema del egoísmo y cuidaba el planeta. Vi una máquina de la que salían todos los seres: guerreros, emperadores, artistas y hasta vi los mesías. Vi una farmacia intergaláctica donde se cura la gente del futuro y cápsulas transparentes para aislar las catástrofes. Vi que la muerte no existía, sino que tras ese proceso toda energía buena se volvía Dios.
-¿Y por qué pensás que esa civilización te contactó a vos?
-Es algo que muchos me preguntan, pero no sé contestar. Supongo que porque soy un artista y eso me permitía viajar a través de la sensibilidad, que es la mejor de las naves. Supongo que querían que yo pintara eso que vi. Si fue así, le consagré más de 15 años a la ilustración de ese sueño. Y la gente de ese planeta puede estar conforme conmigo (risas).
-¿Y cómo fue “el día después” a esa noche del 97?
-Me desperté y empecé a escribir desordenadamente lo que había visto para que no se me escaparan los detalles. Nunca había escrito hasta entonces. Y como estaba un poco perdido, hablé con una amiga que es profesora de Literatura. Ella me ayudó a ordenar los escritos. A partir de ahí empezó toda esta locura de cuadros (risas). Ya no me alcanza mi casa para guardarlos…
-¿Y cuándo los mostraste por primera vez?
-Fue en 2005, tras ocho años de trabajo. Hice la muestra en Bellas Artes de Bell Ville, donde estudié. También presenté mi libro y un CD interactivo. Hubo 200 personas, tocó el violín mi primo Fabricio y muchos me abrazaban. Fue uno de los días más felices de mi vida.
-¿Cómo era tu pintura anterior al sueño?
-Yo empecé pintando hiperrealismo, pero un día me cansé y empecé a dibujar cosas que tenían que ver con el espacio. A lo mejor por eso me contactaron. Lo cierto es que nunca más volví al hiperrealismo. Yo me pregunto otras cosas cuando pinto; a dónde empieza y a dónde termina el espacio, si los seres humanos pueden estar robotizados y mezclados con animales o si toda la creación no es el resultado de un experimento que no salió muy bien. Y esto me lleva a pintar cosas que no pertenecen a la realidad. También me pregunto por qué los hombres miramos siempre para arriba. ¿Acaso venimos de las estrellas?
-¿Y vos qué pensás, Carlos? ¿Venimos de las estrellas?
-Estoy seguro. Y también que Dios es una enorme energía de pura bondad.
-¿Y Jesús?
-Cristo fue un ser muy avanzado, un filósofo, un político. Y venía de esa enorme energía que es el reino de Dios. Sin embargo, nadie cumple lo que El predicó. El Vaticano es dinero, oro, bienes materiales. Pero El va a volver...
-¿En el año tres mil, como en tu cuadro?
-Ese cuadro es un símbolo, pero sí, quizás sea ésa la fecha…
-¿Cómo fue receptada tu obra por la crítica?
-Siempre fue bien recibida, pero creo que no muy bien comprendida. En muchos cuadros yo hablaba de la “tercera guerra” y muchos pensaban que me refería a una guerra con armas, pero yo hablaba de la contaminación. Por eso también he utilizado material descartable para muchas obras. He pintado varias zapatillas viejas encontradas en baldíos con paisajes estelares.
-¿Y la gente? ¿Qué piensa de lo que hacés?
-Mientras colgaba los cuadros, se me acercó un muchacho y me dijo: “Disculpe, pero quiero preguntarle si usted se droga”. Le dije que no me hacía falta, que sólo tomaba un vaso de vino de vez en cuando…
-O sea que muchos sienten una suerte de éxtasis o de “flash” ante tus cuadros…
-Sí, ésa es la palabra. Pero en realidad yo siento que mi pintura es algo que le llega a poca gente. Para la gran mayoría yo sería algo así como un loquito. Así me sentía en Bell Ville en los 70 cuando empecé a pintar. En esos tiempos, escuchar a Pink Floyd o preguntarte por la ecología era ser un loquito.
-Durante muchos años tuviste un museo en tu casa, pero ya no existe ¿Qué pasó?
-Pasó que me cansé de remarla solo. El museo era para que expusiera todo el que quería y también para recitales de poesía o de rock. Yo ponía mi casa y no cobraba nada. Le pedía ayuda al municipio para hacer un catálogo o unos afiches y me lo negaban sistemáticamente. Siempre sostuve el museo vendiendo el diario. Ahora tengo un taller de dibujo. Antes no quería dedicarme a la docencia, pero ahora sí, eso me hace bien y estoy contento.
-¿Y tu pintura actual, Carlos?
-Ya casi no pinto cosas del espacio. Ahora estoy haciendo retratos para vender y durante mi viaje a Chile del año pasado empecé con temas abstractos a raíz de los caracoles que encontraba en la playa. Cada lugar a donde vas te dispara algo diferente.
-La última, Carlos, ¿Fabio Zerpa tiene razón?
-Fabio Zerpa me invitó al programa en 2005 apenas hice la muestra y me dijo que yo era un ser religioso y una sensibilidad cósmica. Y creo que sí, que en eso tuvo razón…