Un muro que canta. Una pared llena de graffitis que se mueven. Los trajes de los poetas y cantantes son las caras de grandes personalidades que bien pueden estar en una pared, pero que en realidad conviven en el imaginario popular y son necesarios para entender lo que la murga quiere. Y que es un futuro mejor.
Entre las caras de Artigas, Evita, el Che, Jesús, John Lennon, Charles Chaplin, la noche del domingo comenzó a sonreír pasadas las nueve cuando Raúl Castro, alias Tinta Brava, subió al escenario y dio la bienvenida al “Mono” Da Costa, que es como hacerlo a la risa constante. Entonces todos salen a escena con los trajes mencionados anteriormente. Y allí, Frida Kahlo mira a Gardel, Torres García se saluda con Bob Marley y la historia se empieza a escribir una vez más, en este mundo maravilloso de cuplés y tablados.
Son los íconos populares que vienen a cantar se escucha. Ellos, grandes íconos de la cultura humana que como los murguistas, íconos latinoamericanos y uruguayos, no se olvidan nunca del pueblo. Así, en el show del pasado, el presente y el futuro, el primer homenaje se lo lleva el candombe. Ritmo discriminado, como sus ancestros. Como nuestros ancestros. Y qué mejor homenaje que la voz de Jorge “Coca” Vidal. Entonces ese racismo que nunca se fue del todo, se va del teatro cuando el candombe no sólo es “patrimonio de los negros del Uruguay” sino de toda la humanidad.
El cuplé del bicentenario, donde la estética corporal fue una crítica al presente. Y en el presente se sufre la mala educación. “En Uruguay somos los terceros en educación… de abajo hacia arriba”, dice Raúl. Una ácida crítica al sistema educativo del continente y el pedido de que sea horizontal, marca la mitad del espectáculo. Un homenaje a Carlos Gardel, cantándoles, que es lo mejor que puede proponer una murga y una payada entre argentinos y uruguayos van marcando las diferencias y las tantas semejanzas en estos pueblos siameses.
La retirada espera. Y mejor que sea así. Brindis por Pierrot, en homenaje al gran “Canario” Luna, Adiós Juventud y La Colombina suenan para regalar esos temas tan únicos, como reconocidos del género uruguayo.
El director escénico, otro Castro, marca el ritmo con el pie. Y la pierna busca el baile, las manos tocar el aire, y la sonrisa salir al mundo. Allí, Agostina, comenta que el asiento le molesta y porque le dan ganas de bailar. Y lo cumple, porque, el final es en el hall del Teatro con todos los integrantes mezclados con la gente. Ella sonríe, nunca los había visto. Nunca los va a olvidar.
Entonces todos bailan. Todos ríen. Todos se dejan llevar por los trajes. Por los graffitis que cobran vida. Porque saben que cuando toca la Falta y Resto, todo puede suceder.
Juan José Coronell