A pocos días de ser erigido el “Arbol de la Vida”, la intervención simbólica colocada en la esquina de las calles Antonio Sobral y Tucumán en honor a Ester Felipe y Luis Mónaco, tuvo un abrupto y tristísimo final.
El pasado fin de semana, alguien a quien podríamos calificar como vándalo o inadaptado no tuvo mejor idea que destruir sin miramientos el hito urbano que recordaba a dos personas que desaparecieron en la etapa más oscura de nuestra historia reciente.
Los restos de la maceta con un pequeño árbol y fotos de Ester y Luis (las imágenes fueron deshechas) terminaron esparcidos en la vereda del Instituto Bernardino Rivadavia, donde la psicóloga villamariense detenida en enero de 1978 cursó sus estudios secundarios.
La desazón ante esta muestra de violencia incomprensible es enorme.
La falta de respeto a un monumento levantado en paz, constituido en memoria de dos jóvenes comprometidos con sus ideales, que simboliza el eterno pedido de Nunca Más, no tiene ningún tipo de justificativo.
Por este hecho y otros similares, vaya nuestro más enérgico repudio.
A continuación, compartimos la reflexión sobre esta situación que remitiera a nuestra Redacción, Cristina Angeli (Kitty).
No lo lograron ni lo lograrán
Una vez más quien o quienes trataron con un hecho cuasivandálico, sembrar el miedo, borrar un acto de vida, un acto de amor, no lo lograron.
Se llevaron la planta en memoria de Ester y Luis. Sólo demostraron una vez más la intolerancia, que sigue caminado en la oscuridad. No pueden con la luz, con la dignidad.
Están en soledad, junto a la peor imagen de ellos mismos. No toleran los cambios, en donde el encontrarse con el otro nos hace fuertes y nos conduce a alcanzar los objetivos satisfactoriamente.
Nos motiva a creer, a superar los errores, las ansiedades colectivas y fundamentalmente a generar proyectos, a crecer, a ser creativos, a vivir.
Las heridas no se han cerrado, pero son las que nos hacen avanzar, nos mantienen en movimiento, porque tanta represión nos fortaleció y nos permite resolver, y así impedir el dolor de otros. A saber quiénes somos, a recuperar nuestra identidad.
Nos va proporcionando las herramientas necesarias en el largo camino que nos queda por delante para lograr la justicia que merecemos todos por igual.
Es la única forma de ir ejerciendo esta creciente democracia, sin silencios ni olvidos. Es la única forma de contar nuestra verdadera historia.
Por Paula, Camilo, Ester, Luis y los 30 mil desaparecidos, en búsqueda de todos los niños apropiados.