Pintor de caballete y de frescos al temple, arquitecto, dibujante, muralista y restaurador de obras de arte; todos estos oficios desempeñó en la Roma del Renacimiento el pintor Rafael. Sin embargo, en esos tiempos no era nada excepcional que un artista europeo ostentara semejante currículum. Y es que por aquellos tiempos, el hombre volvía a ser la medida de todas las cosas y se empeñaba en lograr un saber que abarcaba todas las disciplinas.
Hoy, muy por el contrario, en el amanecer de un siglo que ya se anuncia incierto y cuya actividad humana está signada por lo virtual en detrimento de la mano de obra, encontrar alguien que exhiba esas competencias es poco menos que una utopía. Ya no hay saber universal porque el conocimiento está cada vez más compartimentado. Ya no hay muralistas porque casi nadie pinta al temple y hasta incluso muchos apocalípticos del arte profetizan la muerte de la pintura de caballete.
Ante el desafío de encontrar una aguja humana en un pajar inhumano, la ciudad de Villa María puede estar orgullosa de poner sobre el tapete, como un as de espadas, la figura de Hugo Las Heras.
Formado como arquitecto en Córdoba y más tarde como muralista en Santiago de Chile con Manuel Gómez Hassan (discípulo del mexicano David Alfaro Siqueiros), Hugo pareciera haberse vuelto a su ciudad natal con el mandato de restaurar buena parte de su Patrimonio Pictórico. Y así, en poco más de una década, el pincel de Las Heras y su ayudante, César “Titina” Bravín, volvieron a dotar de luz las obras más importantes del pintor Fernando Bonfiglioli y los frescos de la capilla de San Antonio. Esta fabulosa tarea de recuperación de obras (que de otro modo se hubieran descascarado y caído como secas hojas de otoño) le valieron el cargo de director de Patrimonio y Museo, que asumió a fines de 2011.
Por eso, además de artista del Renacimiento teletransportado a Villa María 500 años después de Rafael y Miguel Angel, el arquitecto Hugo Las Heras también es funcionario. Y su puesto es uno de los que más influencia tendrá sobre el aspecto de la ciudad en un futuro inmediato; ese rostro que se debate entre el fabuloso maquillaje de las casas centenarias o el “bótox” de los edificios que no nos dicen de dónde venimos.
CASAS RIGUROSAMENTE VIGILADAS
-La primera pregunta, Hugo, ¿se seguirán demoliendo las casas antiguas en Villa María?
-Desde que asumí la dirección de Patrimonio estoy muy preocupado por esa realidad, y no quiero que se destruya absolutamente nada más. Para mí, cada casa con balcones, molduras y leones, es un cuadro. Y un cuadro debe cuidarse siempre. El criterio que tenemos en la Comisión es el de arreglar, restaurar e iluminar esas casas. Incluso proponer una intervención municipal para aliviarle el costo eléctrico al propietario. Hay casas que tienen frescos de Bonfiglioli adentro, otras con zaguanes preciosos y estuques originales. Y a eso hay que preservarlo.
-¿Se han imaginado un modo de ponerle un torniquete a la destrucción indiscriminada?
-Lo primero que haremos será reformar una ordenanza vetusta de construcción para no levantarnos un día y que una de esas casas ya no esté. Vamos a implementar sanciones para que esos destrozos no se vuelvan una tragedia. Porque voltear una casa de cien años es siempre una tragedia. También debemos crear una ordenanza para no dejar que esas casas se vengan abajo y otra para no aprobarle los planos a los que quieren construir sobre lo destruido. Una ciudad no puede destruir su historia y mucho menos Villa María, que es muy joven y no se puede dar el lujo de hacer desaparecer su pasado.
-¿A qué se debe la carta blanca para las demoliciones en Villa María y Córdoba?
-Creo que ha sido un error de los municipios, tanto de no prever la tragedia como de no tener la gente idónea para que cuide el patrimonio. Yo no puedo creer que la ciudad de Córdoba, con la cultura y la facultad de Arquitectura que tiene, esa misma que me enseñó a mí a cuidar, haya permitido la destrucción masiva de casas históricas para hacer edificios de 4 pisos y que ganen plata dos o tres pícaros.
"LA TORERA", PLAZA OCAMPO Y DESPUES
-Una de tus tareas más valoradas fue devolverle la vida a los murales de Bonfiglioli del ex Cine Sud. Sin embargo, hoy nadie los puede ver porque están tabicados en una casa de electrodomésticos…
-Eso que vos decís es una de las cosas más tristes que han pasado en los últimos tiempos a nivel Patrimonio en la ciudad. Casi que te diría que a esas obras las hemos perdido para siempre. ¡Y todo por un negocio, por plata! ¿Cómo puede ser que uno pase frente al ex Cine Sud y en lugar de “La Torera” vea una licuadora? ¡Si hasta se podría haber hecho un arreglo con esa empresa para hacer visitas guiadas y premiar la conservación de los frescos! Estuve hablando con el intendente y vamos a reunir a los concejales para que no vuelvan a pasar cosas así.
-¿Qué responsabilidad tienen los arquitectos en estos casos?
-Muchísima. Nosotros debemos cuidar el patrimonio más que nadie en vez de voltear para ganar plata. Ahora se acaba de vender uno de los edificios más viejos de la ciudad, la ex escuela Mariano Moreno, que es prácticamente la única esquina sin ochavas que queda en la ciudad (Corrientes y Mariano Moreno). También se vendió la casa de la ex cooperativa de agua en calle José Ingenieros. Y yo he hablado con los arquitectos que intervienen en esos proyectos para que conserven la fachada original y así lo harán. Les vamos a dar una mención especial a los dos, por respetar el Patrimonio y ser cultores de nuestra identidad. Hemos hecho un catálogo de unas noventa casas que deben preservarse sí o sí en Villa María; cada una con su estilo, su característica y el nombre del propietario. Y las vamos a cuidar como sea.
-La pregunta más difícil, Hugo, ¿se voltea o sigue en pie la Plaza Ocampo?
-Te voy a decir lo que pienso. Desde el punto de vista arquitectónico, el único valor de la Placita son los portales y la mampostería; que tienen un trabajo de molduras hecho por muy buenos frentistas. Pero esas molduras están solamente en la parte delantera, por lo que se pueden conservar tranquilamente en cualquier proyecto de intervención. Lo demás es una tribuna de madera y otra de cemento que no valen nada. Además, hay que ver los problemas y los beneficios que genera un estadio de fútbol en el centro: el corte de calles, el ruido para los vecinos, la gente que orina en las veredas, los choripanes, las ratas que vienen de los molinos… Yo creo que los estadios tienen que ir a otros lugares. En Buenos Aires, a dos cuadras de la Plaza de Mayo, había una cancha de fútbol en el año 1890 y los porteños la sacaron. El único estadio que está en el centro de una ciudad es el Coliseo Romano, pero no lo voltean por razones obvias.
-Que un estadio debe estar lejos del centro, no significa que se deba eliminar un espacio verde tan importante. Mucho menos uno fundacional para la ciudad. A esto lo defienden muchos urbanistas y ecologistas...
-Esa historia de las cuatro plazas de las que nació Villa María es un verso. Y lo del espacio verde también. ¡Si todo el ferrocarril es verde!
-Ese es el problema, Hugo, cada vez hay menos espacios verdes en los terrenos del ferrocarril: la Medioteca, la Tecnoteca, la Escuela Dante Alighieri, el Centro Cultural Comunitario, el salón del Rivadavia y ahora una pista de skate… Y todo en pocos años.
-Sí, puede ser. Pero no te olvidés que a cuatro cuadras ya tenés el río y ése es pulmón suficiente. Además, la parte ecológica sólo tiene que ver con los árboles. De todos modos, no conozco los costos del proyecto del edificio o del hotel que quieren instalar en Plaza Ocampo así que no puedo hablar. Sólo te digo sobre la valoración arquitectónica que yo puedo hacer en tanto Patrimonio.
CON ALMA DE PINTOR RENACENTISTA
-Además de restaurador, sos el actual director del Museo Bonfiglioli. ¿Cómo arranca tu historia con la pintura?
-Empecé a pintar desde muy chico, en los concursos que organizaba Marina de Lucchini en la Plaza Centenario. Ella fue mi primera maestra. Después, a todos lados donde me fui pinté y vendí mis paisajes; en Canadá, en Estados Unidos, en Chile. Hasta que lo conocí al maestro Hassan, discípulo de Siqueiros, que me enseñó todo lo que sé de murales.
-¿Y cuál fue tu primer trabajo como restaurador en Villa María?
-“La Torera” del ex Cine Sud. Un día la vi descascarada y rota, y le dije al dueño del cine, a Fernando Ateca, si me dejaba restaurarla. El me preguntó “¿Y vos te animás?”. “¡Pero claro!”, le dije. Y en dos meses la dejé impecable. Eso fue en el año 2000. Por suerte, Nella, la hija del pintor, me dio algunos pigmentos que usaba su padre y me enseñó muchas cosas de su técnica. De ahí seguí con las otras pinturas del Cine Sud y luego al gabinete de la Virgen, de la Catedral. Después estuve cuatro años en la Asociación Española, donde restauré la Alhambra, pintada en 1934. Muchas veces tuve que hacer 40 o 50 muestras para lograr el color exacto de Bonfiglioli.
-Luego vino la capilla de la escuela San Antonio, pintada en 1919…
-Sí. Y ahí los colores me costaron más, porque los frescos ya no eran de Bonfiglioli sino de otro pintor italiano muy bueno, Giusseppe Bassoli. Y él usaba otros pigmentos. Pero al final lo conseguí. En todas estas obras me ayudó un artista excepcional, César “Titina” Bravín. Entre los dos le pusimos tres años y medio a la capilla. Por suerte, las restauraciones van a durar cien años…
-¿Cuál es el valor de los frescos villamarienses?
-Tienen un valor extraordinario porque las demás ciudades de las características de Villa María no los tienen en absoluto. Río Cuarto, San Francisco, Rafaela, Villa Mercedes, son ciudades de paredes blancas. La casualidad quiso que Bonfiglioli se enamorara de una villamariense y recalara acá. Cuando le pidió la mano de su futura esposa al suegro, éste le dijo “te la doy con una condición: ella no se va de Villa María”. Y Bonfiglioli aceptó. El suegro no tiene idea todo lo que hizo por el arte de la ciudad al poner esa condición…