Escribe: El Peregrino Impertinente
En la ciudad de Córdoba, no hay nada más verde que el Parque Sarmiento. Ni un loro gigante con la camiseta de Atenas le compite. Tampoco es que el principal pulmón urbano de “La Docta” sea un edén. Pero si tomamos en cuenta el mapa de asfalto y humeantes colectivos N4 que lo rodean, tranquilamente podría considerárselo un oasis. Son 17 hectáreas mayormente cubiertas de pasto, arboledas y guasos sacados de una historieta de Hortensia.
El nombre del parque fue escogido, como resultará más que evidente, en honor al General Don José de San Martín. No, perdón, quiero decir, en honor a Domingo Faustino Sarmiento ¡Qué exaltación hubiera experimentado el gran educador de la Patria de haber estado vivo al momento de la inauguración!
Preso de una emoción inconmensurable, y fiel a su carácter sensible y a su amor por todos los seres vivos sin distinción de raza, hubiera dicho algo así: “Espero que este precioso parque se llene de civilidad, cultura y respeto por las normas sociales. O sea, que los negros se queden tomando vino en Villa Libertador y Colonia Lola”.
Muy pipí cucú
Estrenado en el año 1911, el parque fue construido por el urbanista francés Carlos Thays. Este recibió el encargo de crear un espacio para la recreación de los cordobeses, y que le diera a la ciudad una pincelada de color y refinamiento. Thays logró el objetivo a partir de un elegante diseño, que incluyó un lago artificial, un rosedal y un anfiteatro griego, entre otros “ornamentos”.
Todo regado de un estilo muy “belle epoque”, término sumamente popular entre los habitantes de las barriadas capitalinas. Ya en 1915, el Sarmiento recibió a su huésped más célebre: el Zoológico de Córdoba. No señora, la cancha de Talleres queda en barrio Jardín.