Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Los prang, tradicionales torres puntiagudas y en forma de espiral, señalan al cielo y al infinito. Las piedras, estoicas, resisten en muros que recrean pasado. Los fantasmas de algunas de las dinastías más poderosas del sudeste asiático, deambulan entre las ruinas de lo que una vez fue gloria. Rincones y esquinas susurran lecciones dictadas por el Buda, que los locales recogen cual verdades. Atmósfera que sabe a redención, a espiritualidad, a otro mundo. De todo eso se empapa el viajero cuando pone pie en Ayuthaya. Cincuenta mil habitantes, la pequeña ciudad sobresale por su eximio patrimonio arquitectónico y cultural, de monasterios, pagodas, estatuas gigantes y mucho ambiente budista. El estar una hora al norte de Bangkok, capital y corazón de Tailandia, el país con más seguidores de las lecciones de Siddharta Gautama en el mundo, convierte en lógica esa atmosfera de recogimiento y armonía. Lo magnífico de las obras urbanas también se entiende a partir de los vaivenes de la historia política de esta parte del continente. Construida a mediados del Siglo XIV, Ayuthaya fue una de las capitales del Reino de Siam (hoy Tailandia). Para el año 1700, tenía casi un millón de habitantes, lo que la convertía en una de las metrópolis más grandes del mundo en aquella época. Algunas décadas después, el violento arribo de los birmanos evaporó buena parte del cuadro. Sin embargo, la esencia del lugar aún sobrevive. Lo hace gracias a las reliquias que pueblan el mapa, dividido en lo que fuera la ciudadela antigua, formalmente una isla, y la moderna. La primera es la que aglutina mayores joyas, como las ruinas de los templos de Wat Ratchaburana y Wat Phra Ram. Ambos se caracterizan por las dos enormes torres que dominan su centro, repletas ellas de columnas, ídolos y otros detalles decorativos. Especialmente en Ratchaburana, vale subrayar los paredones y columnas que completan la escena, y que dan aires de majestuosidad perdida.
Siguen las firmas
Otras ruinas que destacan son las de Wat Thammikarat y la de Wat Phra Mahathat, donde las estatuas de Buda merecen especial atención, por su tamaño y lo logrado de su diseño. Con todo, la imagen más fotografiada sigue siendo la ubicada en Viharn Phra Mongkol Bopit, bañada en bronce. El Palacio en cuestión fue construido en 1610, pero da idea de nuevo, con una estructura gigantesca de techos a dos aguas, tono bien oriental. Cerca de allí se encuentra el parque de los elefantes, un emprendimiento turístico donde se realizan demostraciones y se ofrecen paseos a lomo de los mamíferos en cuestión. Aunque si de atractivos turísticos hablamos, ninguno como el Wat Phra Si Sanphet. El más colosal de los templos de Ayuthaya lidera la lista de favoritos gracias a su complexión general, donde son figuras las “Chedis” o estupas de estilo tailandés alineadas en filas. Aquí, junto al Palacio Real, es donde el visitante adquiere las sensaciones más fuertes. Prangs, torres y resabios de muros como lágrimas, consiguen remontarnos a épocas remotas. Menos explícitos, pero igual de potentes en significado, los monasterios ubicados fuera de la isla llaman al recogimiento. Media decena de ellos descansan envueltos en leyenda. El más célebre es el Wat Phu Khao Thong, pirámide blanca al estilo maya, aunque coronada, cuando no, por un soberbio prang.
Caras de serenidad
Tanto en los lugares mencionados como en el resto de Ayuthaya, los paisanos andan con cara de serenidad. No podía ser de otra manera, el perfume y la aureola de los templos rodeándolos, cientos de monjes y sus batas naranja bendiciendo el asfalto. Incluso con algún bocinazo perdido o con el desorden de los mercados públicos, se respiran aires de paz. Desde mil estatuillas que reposan en estanterías y escritorios, desde mil cuadros que iluminan paredes, el Buda explica por qué.