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2 de Mayo de 2013
Historias de vida - Vivencias de la exdirectora del Nacional
“Estigmatizamos a los chicos”
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“La in­clu­sión tie­ne que dar­se con con­di­cio­nes, con los ele­men­tos pa­ra que sea ver­da­de­ra. No bas­ta con re­ci­bir­los no­más"

 

Co­men­zó su carrera a los 17 años y du­ran­te cuatro décadas ejer­ció la do­cen­cia. Doce años y me­dio con­du­jo el ex-Co­le­gio Na­cio­nal de Vi­lla Ma­ría, has­ta 2004. Ma­ría Te­re­sa Mag­gi de Que­ve­do dia­lo­gó con EL DIA­RIO so­bre di­ver­sos te­mas que ha­cen a la edu­ca­ción de hoy, com­pa­ró eta­pas y dio sus pun­tos de vis­ta so­bre có­mo de­be ser la es­cue­la en la ac­tua­li­dad.
Aun­que se ju­bi­ló, tra­ba­ja en las dos uni­ver­si­da­des. “Amé el co­le­gio y ex­tra­ñé mu­cho. Mi ma­má (Jua­na Vi­ves de Mag­gi) fue una de las fun­da­do­ras y lle­gó a ser vi­cerrec­to­ra. En rea­li­dad, yo nun­ca me planteé un pues­to di­rec­ti­vo, lo pen­sé co­mo ho­me­na­je a ella. Es­tu­ve un año en la Vi­ce­di­rec­ción y lue­go ac­ce­dí por con­cur­so a la Di­rec­ción”, re­pa­só.
Su ma­dre era pro­fe­so­ra de in­glés, co­mo ella y co­mo pre­ten­de serlo su hi­jo, quien es­tu­dia en la uni­ver­si­dad.
-¿Ha cam­bia­do mu­cho el ex-Na­cio­nal?
-El cam­bio co­men­zó an­tes de que me ju­bi­la­ra. Fue fun­da­do pa­ra una éli­te: pre­pa­ra­ba a los chi­cos pa­ra la uni­ver­si­dad. Lue­go se le agre­gó el Co­mer­cial y se hi­zo más am­plia la con­vo­ca­to­ria. Al fi­nal em­pe­za­ron a in­gre­sar alum­nos de dis­tin­tas ex­trac­cio­nes so­cia­les. Es­ta­ba bue­no, por­que era un cri­sol. Y co­men­zó a mo­di­fi­car­se la com­po­si­ción del Pro­fe­so­ra­do. De la So­ta hi­zo ju­bi­lar a gen­te jo­ven y se fue­ron mu­chos que es­ta­ban iden­ti­fi­ca­dos con la es­cue­la. In­gre­só gen­te nue­va, lo que se di­ce ‘pro­fe­so­res ta­xi’, que no tie­nen la iden­ti­dad del es­ta­ble­ci­mien­to. Ac­tual­men­te no sé có­mo es­tá.
-¿Cuá­les eran las ca­rac­te­rís­ti­cas dis­tin­ti­vas de la institución?
-Ha­bía una ri­va­li­dad en­tre el Ins­ti­tu­to Ri­va­da­via y el Na­cio­nal. Era más ma­ne­ja­ble que el Ri­va­da­via, pe­ro los chi­cos nun­ca tu­vie­ron el fa­na­tis­mo por el co­le­gio, no se los edu­ca­ba en el fa­na­tis­mo. No obs­tan­te, amá­ba­mos a la es­cue­la. Por eso hay exalum­nos que van a los ac­tos, los expro­fe­so­res tam­bién. Cuan­do fui di­rec­to­ra era ley in­vi­tar a los do­cen­tes ju­bi­la­dos a que par­ti­ci­pa­ran de las dis­tin­tas ce­re­mo­nias.
-¿Cuá­les eran los de­sa­fíos cuan­do us­ted di­ri­gía?
-Exis­tían to­dos los de­sa­fíos de una es­cue­la pú­bli­ca. El te­ner que com­pe­tir con los ins­ti­tu­tos pri­va­dos, don­de se co­bra una cuo­ta. Es cier­to que en esos ca­sos tie­nen que pa­gar los ser­vi­cios, pe­ro no­so­tros tam­bién te­nía­mos di­fi­cul­ta­des: no te­nía­mos ni una psi­co­pe­da­go­ga pa­ra aten­der los pro­ble­mas que se sus­ci­ta­ban, de los es­tu­dian­tes o ins­ti­tu­cio­na­les. No ha­bía di­ne­ro por­que na­die pa­ga­ba la coo­pe­ra­do­ra, sien­do que cos­ta­ba 10 pe­sos. Y el Go­bier­no tam­po­co lo pro­veía. Cuan­do era ne­ce­sa­rio uti­li­zar com­pu­ta­do­ras, no­so­tros te­nía­mos muy vie­jas; en com­pa­ra­ción, es co­mo un au­to ce­ro ki­ló­me­tro con una ca­rre­ta. Un pro­fe, Fer­nan­do Ar­cas, me de­cía que no po­día dar cla­ses así. Hi­ci­mos una po­lla­da y com­pra­mos cua­tro o cin­co com­pu­ta­do­ras. El de­sa­fío era que nues­tros alum­nos pu­die­ran de­sem­pe­ñar­se con éxi­to en el mun­do la­bo­ral. 
-¿Han cam­bia­do los de­sa­fíos?
-Yo me ale­jé bas­tan­te de la es­cue­la por­que me due­le ver el de­te­rio­ro fí­si­co. No sé por qué los alum­nos des­tru­yen lo que es pa­ra ellos. Ya en mi épo­ca po­nía­mos ven­ti­la­do­res y los rom­pían. Los ba­ños tam­bién. Lue­go de que mi hi­ja se re­ti­ró, en 2008, ca­si no he ido más.
-¿Le preo­cu­pa la rea­li­dad de un sec­tor de la ju­ven­tud?
-Gra­cias a Dios, se ha da­do un mo­ti­vo pa­ra vi­vir, que es la par­ti­ci­pa­ción, pa­ra evi­tar caer en adic­cio­nes y de­más. Los jó­ve­nes son víc­ti­mas y no vic­ti­ma­rios. ¿Quié­nes son los que les ven­den dro­gas? Los dea­lers, y los dea­lers son adul­tos. No­so­tros es­tig­ma­ti­za­mos a los jó­ve­nes. No­ta­ba que  mu­chos do­cen­tes los veían ca­si co­mo ene­mi­gos. Hay pro­ble­mas de con­duc­ta y la ca­sa ya no cum­ple su rol, pe­ro los veo tan com­pro­me­ti­dos con la rea­li­dad... lo que su­ce­dió con (la inun­da­ción de) La Pla­ta es no­ta­ble. La vuel­ta de los jó­ve­nes a la ideo­lo­gía y la par­ti­ci­pa­ción se­rá lo que sal­va­rá el fu­tu­ro. Soy op­ti­mis­ta.
-¿Es­tá de acuer­do con las amo­nes­ta­cio­nes?
-No se de­be ape­lar a las amo­nes­ta­cio­nes ape­nas se pro­du­ce un he­cho. Yo pu­se el ac­ta de com­pro­mi­so. El do­cen­te en­ton­ces de­cía cuál era la fal­ta co­me­ti­da por el alum­no, es­te ha­cía su des­car­go y si co­rres­pon­día se com­pro­me­tía a no caer en ese ti­po de ac­ti­tu­des. Al­gu­nos rein­ci­dían, pe­ro mu­chos lo pen­sa­ban. La amo­nes­ta­ción sir­ve pa­ra que el alum­no no crea que exis­te im­pu­ni­dad. De­be exis­tir una san­ción tras una rein­ci­den­cia. Tie­ne que sa­ber que sus ac­tos con­lle­van con­se­cuen­cias. En mi épo­ca, un chi­co pu­so una bom­ba en un ba­ño, es­ta­lló un ar­te­fac­to y pu­do ha­ber si­do una ca­tás­tro­fe, po­dría ha­ber ter­mi­na­do en una muer­te. En ese ca­so, se lo san­cio­nó no per­mi­tién­do­le asis­tir al ac­to de co­la­ción de gra­do. 
La­men­ta­ble­men­te, los jó­ve­nes no tie­nen el ejem­plo de la so­cie­dad. Hay gen­te que ro­ba y no pa­sa na­da. En to­dos los ór­de­nes se da. La es­cue­la es ca­ja de re­so­nan­cia de la so­cie­dad.
-Re­cién ha­bló de adic­cio­nes. ¿Cuál es su mi­ra­da?
-La dro­ga es un ne­go­cio ex­traor­di­na­rio. Es­tá en­quis­ta­da en bol­si­llos del po­der. Tu­vi­mos un pre­si­den­te por po­cos días que se de­cía que es­ta­ba en el te­ma. Hay des­pre­cio por la vi­da aje­na. Los jó­ve­nes ne­ce­si­tan ser es­cu­cha­dos y quie­nes te­ne­mos la mi­sión de guiar­los tam­bién ne­ce­si­ta­mos ser es­cu­cha­dos en es­ta­men­tos su­pe­rio­res. Te­ne­mos que pres­tar­les los oí­dos, pe­ro a la vez ser au­to­ri­dad. Las re­glas es­tán en ca­sa. No de­be dar­se que cuan­do en la es­cue­la se les quie­ren po­ner lí­mi­tes, lle­guen los pa­dres a ha­cer un es­cán­da­lo y acu­dan a los ins­pec­to­res que, po­lí­ti­ca­men­te, a ve­ces les con­vie­ne que­dar bien con los pa­dres.
-¿Có­mo de­be abor­dar­se la se­xua­li­dad?
-Los pro­yec­tos tie­nen que con­tem­plar a pro­fe­so­res pre­pa­ra­dos. Yo no pue­do dar cla­ses por­que no co­noz­co y por­que me da ver­güen­za, no me sien­to có­mo­da. Tie­ne que ha­ber do­cen­tes pre­pa­ra­dos es­pe­cial­men­te. 
-¿El Na­cio­nal de­be con­ser­var el nom­bre?
-Sí, to­tal­men­te. Es­tá gra­ba­do en el co­ra­zón. Una vez nos ha­bla­ron del Mi­nis­te­rio su­gi­rién­do­nos que le pon­ga­mos An­to­nio So­bral (ri­sas). Nun­ca hay que cam­biar.
-¿Có­mo de­be ser la es­cue­la hoy?
-In­clu­si­va, de­mo­crá­ti­ca, con re­glas cla­ras. En el co­le­gio se ha­cía ca­da dos años un Có­di­go de Con­vi­ven­cia, que se ela­bo­ra­ba con par­ti­ci­pa­ción de los alum­nos. Y nos da­ban con un ca­ño: leía lo que nos de­cían y no sa­bía si reír o llo­rar.
-¿Los di­rec­to­res es­tán so­los?
-Sí, muy so­los. To­dos te di­cen que no quie­ren ser­lo, pe­ro mu­chos bus­can ese es­pa­cio de po­der, aun­que el po­der lo tie­ne el do­cen­te que es­tá en el au­la. La di­rec­to­ra por ahí no lle­ga con su men­sa­je a to­dos los chi­cos.               
D. B.

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