Comenzó su carrera a los 17 años y durante cuatro décadas ejerció la docencia. Doce años y medio condujo el ex-Colegio Nacional de Villa María, hasta 2004. María Teresa Maggi de Quevedo dialogó con EL DIARIO sobre diversos temas que hacen a la educación de hoy, comparó etapas y dio sus puntos de vista sobre cómo debe ser la escuela en la actualidad.
Aunque se jubiló, trabaja en las dos universidades. “Amé el colegio y extrañé mucho. Mi mamá (Juana Vives de Maggi) fue una de las fundadoras y llegó a ser vicerrectora. En realidad, yo nunca me planteé un puesto directivo, lo pensé como homenaje a ella. Estuve un año en la Vicedirección y luego accedí por concurso a la Dirección”, repasó.
Su madre era profesora de inglés, como ella y como pretende serlo su hijo, quien estudia en la universidad.
-¿Ha cambiado mucho el ex-Nacional?
-El cambio comenzó antes de que me jubilara. Fue fundado para una élite: preparaba a los chicos para la universidad. Luego se le agregó el Comercial y se hizo más amplia la convocatoria. Al final empezaron a ingresar alumnos de distintas extracciones sociales. Estaba bueno, porque era un crisol. Y comenzó a modificarse la composición del Profesorado. De la Sota hizo jubilar a gente joven y se fueron muchos que estaban identificados con la escuela. Ingresó gente nueva, lo que se dice ‘profesores taxi’, que no tienen la identidad del establecimiento. Actualmente no sé cómo está.
-¿Cuáles eran las características distintivas de la institución?
-Había una rivalidad entre el Instituto Rivadavia y el Nacional. Era más manejable que el Rivadavia, pero los chicos nunca tuvieron el fanatismo por el colegio, no se los educaba en el fanatismo. No obstante, amábamos a la escuela. Por eso hay exalumnos que van a los actos, los exprofesores también. Cuando fui directora era ley invitar a los docentes jubilados a que participaran de las distintas ceremonias.
-¿Cuáles eran los desafíos cuando usted dirigía?
-Existían todos los desafíos de una escuela pública. El tener que competir con los institutos privados, donde se cobra una cuota. Es cierto que en esos casos tienen que pagar los servicios, pero nosotros también teníamos dificultades: no teníamos ni una psicopedagoga para atender los problemas que se suscitaban, de los estudiantes o institucionales. No había dinero porque nadie pagaba la cooperadora, siendo que costaba 10 pesos. Y el Gobierno tampoco lo proveía. Cuando era necesario utilizar computadoras, nosotros teníamos muy viejas; en comparación, es como un auto cero kilómetro con una carreta. Un profe, Fernando Arcas, me decía que no podía dar clases así. Hicimos una pollada y compramos cuatro o cinco computadoras. El desafío era que nuestros alumnos pudieran desempeñarse con éxito en el mundo laboral.
-¿Han cambiado los desafíos?
-Yo me alejé bastante de la escuela porque me duele ver el deterioro físico. No sé por qué los alumnos destruyen lo que es para ellos. Ya en mi época poníamos ventiladores y los rompían. Los baños también. Luego de que mi hija se retiró, en 2008, casi no he ido más.
-¿Le preocupa la realidad de un sector de la juventud?
-Gracias a Dios, se ha dado un motivo para vivir, que es la participación, para evitar caer en adicciones y demás. Los jóvenes son víctimas y no victimarios. ¿Quiénes son los que les venden drogas? Los dealers, y los dealers son adultos. Nosotros estigmatizamos a los jóvenes. Notaba que muchos docentes los veían casi como enemigos. Hay problemas de conducta y la casa ya no cumple su rol, pero los veo tan comprometidos con la realidad... lo que sucedió con (la inundación de) La Plata es notable. La vuelta de los jóvenes a la ideología y la participación será lo que salvará el futuro. Soy optimista.
-¿Está de acuerdo con las amonestaciones?
-No se debe apelar a las amonestaciones apenas se produce un hecho. Yo puse el acta de compromiso. El docente entonces decía cuál era la falta cometida por el alumno, este hacía su descargo y si correspondía se comprometía a no caer en ese tipo de actitudes. Algunos reincidían, pero muchos lo pensaban. La amonestación sirve para que el alumno no crea que existe impunidad. Debe existir una sanción tras una reincidencia. Tiene que saber que sus actos conllevan consecuencias. En mi época, un chico puso una bomba en un baño, estalló un artefacto y pudo haber sido una catástrofe, podría haber terminado en una muerte. En ese caso, se lo sancionó no permitiéndole asistir al acto de colación de grado.
Lamentablemente, los jóvenes no tienen el ejemplo de la sociedad. Hay gente que roba y no pasa nada. En todos los órdenes se da. La escuela es caja de resonancia de la sociedad.
-Recién habló de adicciones. ¿Cuál es su mirada?
-La droga es un negocio extraordinario. Está enquistada en bolsillos del poder. Tuvimos un presidente por pocos días que se decía que estaba en el tema. Hay desprecio por la vida ajena. Los jóvenes necesitan ser escuchados y quienes tenemos la misión de guiarlos también necesitamos ser escuchados en estamentos superiores. Tenemos que prestarles los oídos, pero a la vez ser autoridad. Las reglas están en casa. No debe darse que cuando en la escuela se les quieren poner límites, lleguen los padres a hacer un escándalo y acudan a los inspectores que, políticamente, a veces les conviene quedar bien con los padres.
-¿Cómo debe abordarse la sexualidad?
-Los proyectos tienen que contemplar a profesores preparados. Yo no puedo dar clases porque no conozco y porque me da vergüenza, no me siento cómoda. Tiene que haber docentes preparados especialmente.
-¿El Nacional debe conservar el nombre?
-Sí, totalmente. Está grabado en el corazón. Una vez nos hablaron del Ministerio sugiriéndonos que le pongamos Antonio Sobral (risas). Nunca hay que cambiar.
-¿Cómo debe ser la escuela hoy?
-Inclusiva, democrática, con reglas claras. En el colegio se hacía cada dos años un Código de Convivencia, que se elaboraba con participación de los alumnos. Y nos daban con un caño: leía lo que nos decían y no sabía si reír o llorar.
-¿Los directores están solos?
-Sí, muy solos. Todos te dicen que no quieren serlo, pero muchos buscan ese espacio de poder, aunque el poder lo tiene el docente que está en el aula. La directora por ahí no llega con su mensaje a todos los chicos.
D. B.