@Garitos y coimeros
Una casa de juego es un antro, el coimero es un monstruo y los tahúres las víctimas, halagadas, tentadas y seducidas por el ángel malo del azar.
Estos establecimientos, con sus regentes y concurrentes o clientela que les dan vida, pertenecen, pues, a una especie, categoría o género, que bien pudiera denominarse tenebroso.
También puede decirse que el coimero o garitero es el gran favorito en la corte del Rey de Oro y la Reina Sota, y que los tahúres son esclavos y vasallos voluntarios de aquel trono maldito que se eleva tentador como el árbol malo del fruto prohibido en aquel paraíso social.
¡Ah!, el garito. Allí hay puerta de entrada y salida franca para todos los vicios, para todas las malas pasiones. Pero -a no ser la verdadera Justicia, armada con la espada de la ley verdadera- que no penetre ninguna de las virtudes, porque, ¿saldrá?... Sí pero dejando los primeros jirones y exhibiendo las primeras manchas de su túnica, antes de entrar inmaculada. Porque allí hay un ambiente que todo lo empaña y un roce o contacto que todo lo aja.
El garito es un recinto de doble fondo. El primero, arreglado ex profeso, con la maña estética, casi con arte, pero que no es en realidad más que verdadero artificio para seducir y atraer. Penétrase a él con el mismo ánimo de inocente sportman con que se llega a un saludable centro social cualquiera. Pero, una vez ahí, parece imposible retroceder. Hay como una puerta falsa, maestra, de umbrales resbaladizos, que en “misteriosa pendiente”, conduce al segundo fondo que es el antro; un dorado abismo en donde el vértigo se apodera del espíritu, llevando al hombre como arrastrado, hasta sentarlo al pie de la carpeta, de donde habrá de retirarse, ganancioso o perdedor, con el título de tahúr que las huellas del insomnio, la ambición y las pasiones sin freno, graban en el rostro y sobre su noble frente como un diploma indeleble...
Ah, ¡el garito! Sí es un recinto de doble fondeo, y el primero conduce al segundo como las alegrías de las primeras libaciones conducen a la borrachera, a la pérdida precipitada y total de la dignidad humana.
Ah, ¡el garito! Es el banquillo de todas las virtudes ante la tiranía del oro; y el coimero es el verdugo repugnante que burla y aterroriza a la sociedad, sembrando la miseria y la desgracia, arrancando lágrimas de desesperación a madres, hijas, esposas y hermanas.
¡El garitero! Es un tipo social de laya propia, característica, que tiene su psicología peculiar y distintiva: La Bruyere hubiera hecho de él (del garitero) uno de sus mejores caracteres. No es a primera vista cómo el búho que, a la puerta o lejos de su cueva, es siempre el mal agüero, no, es más bien una especie de cocodrilo de apariencia inofensiva que anda y penetra por todas partes, en la sobretarde siempre, porque en el resto del día duerme y en la noche no sale de su madriguera, hora en que se reconcentra para devorar sus presas. Hay siempre en él un algo malicioso, un no sé qué de mala altanería, se presunción de suficiencia y compadrazgo que chocan a pesar de cierta aceptable melosidad con que habla y acciona en un círculo cualquiera. Es difícil hacer su retrato físico-moral, pero fácil distinguirlo y, entre un grupo de personas desconocidas, decir sin equivocarse: “Este es un coimero de oficio”... Así como las aves de rapiña se conocen por las garras fuertes, las uñas arqueadas y largas y pico largo y corvo, la pupila inquieta, la mirada sagaz y penetrante, así también los coimeros se conocen por ciertos detalles distintivos de su entidad psíquica, si bien esos detalles por no ser corvos ni arqueados ni largos no pueden ser descriptos.
Los garitos son antros del vicio y los coimeros plaga social que han existido siempre quizá en los pueblos más antiguos y los tiempos más remotos, como hoy existen en las más grandes capitales de las naciones más civilizadas y adelantadas, pero no por eso ha de dejarse de combatirlos con mayor energía y eficacia, mucho más en los países jóvenes y en los pueblos nuevos como Villa María, por ejemplo, en donde este cáncer social tiene al fin que desarrollarse en proporción directa a nuestra prosperidad y crecimiento, como un tubérculo en un organismo precoz.
Padres de familia, autoridades en general, hombres todos, previsores, avisados y de sana conciencia: ¡guerra a muerte al garito y al coimero!
Al mal lo tenemos en nuestro organismo social, como a la terrible tuberculosis en el estado de localización: no esperemos que se generalice para recién alarmarnos y poner el grito en el cielo. Se ha dicho que a estos establecimientos del azar, al patentarlos, se les debía obligar a poner en el frente “Casa de juego”. Esto, en buen castellano, sería “Garito”. Como “coimero” se denomina a su propietario, a quien habría también que obligar a llevar escrita la palabra con caracteres bien visibles. Ya que hasta el vicio tiene patente, al menos que se le marque con su verdadero nombre a sus hacedores. Así también al traficante patentado de carne humana que se cruza ufano por nuestros parajes urbanos más concurridos, se le podría distinguir por su verdadera denominación, por su oficio indigno del llamado rey y/o el más adelantado de la creación: el hombre.
Amigos de EL DIARIO, entre mis papeles de archivo encontré este artículo que se escribió en el mes de diciembre de 1904 y que apenas algo más de 104 años después vemos que nada ha cambiado.
La ruleta sigue dando vueltas y nuestros legisladores acaban de aprobar una ley para aumentar el número de salas y máquinas de juego...
En fin, ¡Feliz Año Nuevo!
Leonor Conti
viuda de Calvi
Otras notas de la seccion Opiniones
Escriben los lectores
Escriben los lectores
Una historia, entre tantas
Los lectores también escriben
Lamentable
|