Dice que ya no es la misma; que desde hace un año, cuando le diagnosticaron un grave problema de salud y tuvieron que operarla de urgencia, algo se le ha perdido para siempre. Y eso que se le ha perdido, dice, “es la memoria, pero también el futuro. Me olvidé de muchas cosas y, a la vez, siento que no puedo pensar en el mañana como sí lo hacía antes de la enfermedad”. Lo cierto es que más allá de su propia percepción de la vida y el tiempo, Susana Giraudo luce tan bella y resplandeciente como en sus tiempos dorados, con una luz propia que no alcanzó a opacarle el descenso a los infiernos de un quirófano. De hecho, su brillo podría compararse al de una moneda con el perfil de una reina que, muy a pesar del paso del tiempo, sigue conservando su viejo esplendor. Y es que tanto su belleza como su luz tienen que ver, decididamente, con la aristocracia. Pero no con la entendida como “situación social” (esa que también ostenta y que nunca negó), sino esa otra, la que es pura genética artística, pura sensatez y sentimientos. Porque si mañana mismo Susana no tuviera más hectáreas ni un nombre ni un prestigio, seguiría emitiendo esa luz con la misma intensidad, sencillamente porque esa luz no se puede inventar, porque esa luz es un hecho interno, una bitácora lumínica de un alma, el voltaje existencial de su paso por la Tierra. Porque esa luz es ella.
De Lennon a Flaubert
Sin embargo, y más allá de dramatizar su situación, dice que el haber perdido “el futuro y la memoria” le ha hecho muy bien. “Muchos hombres tienen una gran dificultad de vivir el ahora -dice-. Y eso fue lo que me enseñó la operación, a valorar el tiempo presente. En el día a día muchos les echamos la culpa a la frivolidad o al consumismo, pero nuestra angustia viene de mucho antes. Pasamos tan estúpidamente por la vida, que no sabemos que es un eterno ahora. El hombre es esclavo de lo que hizo, pero también de lo que quiere hacer. Y se le escapa que el futuro de ayer, es hoy. Igual, me alegra saber que otros han pensado como yo, que no me siento sola. Estuve leyendo un libro de Flaubert con estas reflexiones e incluso John Lennon cantaba, con su sabiduría, que “la vida es eso que pasa mientras tenés otros planes”. Era su forma de gritar “¡vivan el ahora!”. Pero los únicos que viven el ahora son los niños. Y por eso no quiero dejar nunca de ser una niña”.
-Sin embargo, cuando eras niña aún no escribías...
-No. Escribo desde mi adolescencia. Hay poemas míos increíbles en una niña de 15 años. Cuando los veo, me digo que me ponía a pensar en vez de vivir mi adolescencia. Era muy tímida y tenía una negación absoluta de mi cuerpo. Viví una época de educación represiva donde los padres te condicionaban mucho. En estos momentos nos pasamos para el otro lado. No hemos sabido encontrar el punto medio entre la libertad y la disciplina.
-¿Qué o quién te disparó tus primeros escritos?
-Mi mamá, sin dudas, porque ella escribía y también pintaba. Yo abrevé en una fuente natural. Y cuando viajé a Portugal a ver a mis parientes por parte de madre, me di cuenta de que eran todos artistas. “Acá están mis genes”, me dije. Pero también escribía por soledad y aún lo sigo haciendo.
-¿Cómo es que estabas sola? ¿No viviste una niñez feliz?
-Hace poco, a una vieja escritora inglesa también le preguntaron si de niña había sido feliz. Y ella, muy sabiamente, respondió: “¿Creé que hubiese sido la clase de escritora que soy, si de niña hubiera sido feliz?”. Mi madre también escribía cuando estaba triste y aunque a esos poemas nunca me los mostró, me enseñó el camino del impulso creativo. Después mi mamá ya no escribió más, sino que bordaba para afuera, porque había que aportar al hogar y porque en esos tiempos el ocio de la mujer era inconcebible. Nunca olvidaré un “ave fénix” que hizo para el ajuar de una novia. Era un pájaro inmortal y tan es así, que aún vive en mí.
-¿Cuándo tuviste conciencia de ser una escritora?
-Fue a los 33 años y gracias a mi marido; él era un hombre de negocios que no entendía nada de arte y mucho menos por qué me pasaba noches enteras leyendo o pintando. Lo que sí entendió fue que tenía que darle paso a mi creatividad. Y lo hizo. A cambio, yo le había dado cuatro hijos y laburaba todo el día para sostener mi casa. Su apoyo fue mi recompensa. Todavía me veo leyéndole cosas de noche, mientras él se dormía porque al otro día tenía que trabajar. Se le cerraban los ojos, pero me decía “seguí, Gringa, seguí que yo te estoy escuchando”. Al poco tiempo viajé a Buenos Aires con mis escritos.
-¿Y qué pasó en Buenos Aires?
-Gracias a un amigo en común, conocí al escritor Eduardo Gudiño Kieffer, que a pesar de ser un narrador, me enseñó muchísimo sobre poesía. Amaba y respetaba tanto los versos, que no se animaba a escribirlos. Mi marido me bancaba los viajes todos los meses para hacer un taller con él.
-¿Y qué te dejó Gudiño Kieffer?
-De Eduardo heredé una feroz autocrítica, pero también la alegría de encabezar cuentos suyos con versos míos. El no tenía necesidad de esos gestos, pero quería conformarme como poeta. Se lo agradeceré siempre...
-¿Cuándo un poema te conforma, Susana?
-Cuando ese poema hace que deje de sentirme sola. Mi lucha con la soledad, como te dije, es de larga data. Yo tenía un montón de amigos que no entendían que me pusiera a escribir o a leer el Decamerón al llegar de la escuela. La más cruel de las soledades es la que uno vive en compañía, pero los libros eran mis amigos. “Lo poco que en el mundo soy y he sido/ pasará como el humo, vago y lento/ transformado tal vez en alimento/ o impalpable polvo convertido”. Eso escribí una vez a los 16 años. Y quizás era una vulgaridad, pero era lo que pensaba.
La invención del presente
-¿Y cómo empieza tu relación con los poetas locales?
-Nunca me voy a olvidar. Yo tenía 35 ó 36 años, estaba barriendo la vereda y Edith Vera, que venía caminando, me dijo “te agradezco que me alcanzaras tus poemas, pero qué largo camino te espera”. Y le pregunté “¿por qué me dice eso, Edith?”. “Porque sos muy inocente” me contestó, “te estás abriendo a un mundo lleno de intrigas y rivalidades. Ya vas a ver”. Y fue un oráculo. Esta conversación fue más larga, pero no tengo derecho a revelarla. Esta cita del nombre de Edith es ocasional. Yo no me apropié de ella. Nunca fuimos amigas. Es un referente monumental que admiro y a la que he leído profundamente, pero no la uso.
-¿Luego vinieron otras poetas?
-Claro. Y la poeta que no puedo dejar de reconocer es Dolly Pagani. Ella es un extraño fenómeno de sabiduría y de don. Su obra es mansa y tranquila, escrita mientras desempeñaba su docencia y su maternidad. Dolly tiene ese vaivén entre la poesía pura y, a veces, la erudita que supera a la poeta. Fue una gran formadora y una persona muy generosa. Es una mujer que admiro muchísimo, sobre todo ahora desde mi madurez, porque veo que vivió una vida muy bonita y a la vez muy dolorosa. Y siempre salió adelante con luminosidad.
-¿Otras poetas villamarienses que te gusten?
-Acabo de leer el último libro de Carina Sedevich y encuentro una enorme humanidad en sus poemas, una voluntad de enfrentar lo cotidiano de una manera muy simple y desestructurada. También admiro mucho a Fabiana León, que es una mujer con una coherencia que no parece venir de la poesía, sino de sus luchas, de lo que la conmueve y quiere dejar registrado. Susana Zazetti también tiene un libro maravilloso, “El hilo que sostiene”, muy trabajado y meticuloso como una orfebrería. María Elena Tolosa es una gran poeta también. No las admiro porque estamos en el mismo grupo, sino que estamos en el mismo grupo porque las admiro.
-¿Y los poetas masculinos?
-Fernando De Zárate está escribiendo cosas maravillosas desde una poética muy despojada y sentida. Eduardo Cichy, cuyo último libro, aún inédito, es maravilloso. Y Fabián Clementi; me encantó su libro “El salto del dorado”. Pero, además, considero que Fabián es un caballero. Será porque es un buen deportista, lo relaciono con eso. Fabián es un chico tan respetuoso y solidario, tan desimpregnado de lo generacional, que quisiera tenerlo con nosotros en el grupo. Sé que no va a venir, pero sería un maravilloso soplo de aire fresco.
-¿Cuál es tu visión de la poesía villamariense luego de 30 años?
-Debo decirte que, por un lado, soy enemiga de lo totémico; no creo en el poeta al que se deba adorar. Pero, por otro lado, tampoco resisto la negación generacional, que es algo muy de estos tiempos. Ese ha sido un cambio muy grande en la poesía de la ciudad porque cuando nosotras éramos jóvenes, se respetaba mucho al poeta mayor. Hoy, incluso, muchos fomentan peleas entre poetas por eso de “divide y reinarás”. Además de ser una estrategia muy vieja de dominio, es de una supina mediocridad. Yo no creo en las fisuras generacionales. Creo en la buena poesía y en la mala poesía. No creo en la poesía rebuscada que viene desde la fórmula, creo en el poeta que dice lo que no se puede guardar, en el poeta que es popular y que conmueve.
-¿En el poeta que escribe desde el presente?
-Sí, porque vivir y escribir en el tiempo presente es escribir como un niño. Y sólo un niño tiene el estado de gracia suficiente para conmover desde la escritura. Lástima que desde que me operaron y me abrieron la cabeza, casi no puedo escribir, se me van las palabras, se me olvidan. Me he quedado sin la memoria de las palabras...
-¿Y qué hacés para volver a ser una niña, Susana?
-Pinto y leo. Eso me viene desde lo más profundo de mi biología. Cuando pinto, vuelvo a estar con mi mamá, con esa mujer que me enseñó todo. Y cuando leo, siento que vuelvo a leerle cosas a Héctor. Porque aunque mi marido falleció hace 10 años, sigue siendo lo más importante de mi vida junto con mis hijos y mis nietos. Si aún me puedo sostener, si aún puedo pintar, si aún puedo volver a ser a veces como una niña y vivir en un maravilloso tiempo presente, es gracias a ellos.
Grupo Paco Urondo
Creado en 2007 como el resultado de puntuales reuniones semanales en la Medioteca, el grupo Paco Urondo está conformado por los poetas Fernando De Zárate, Susana Zazetti, María Elena Tolosa, Fabiana León, Eduardo Cichy y Susana Giraudo. Pero también han pasado por el grupo (y al decir de Susana, “nunca terminronn de irse”) los escritores Juan Seia, Alicia Perrig, Adriana Claudeville y Mauro Guzmán.
“Hemos ejercitado un saludable vampirismo entre nosotros y nos hemos ido mejorando con una mezcla de amor, fraternidad y talento, pero el talento entendido como un don de Dios y no como ínfula. También tenemos rencillas para hacer dulce; pero pienso que del mismo se pelean y se quieren seis hermanos, porque esto es el grupo al fin y al cabo. Todos éramos corregidos por todos y cada uno conservó un estilo propio. Ese fue siempre nuestro bastión” señala.
Además de una antología de siete poetas publicada en 2010 (“arreMolina”), bajo un sello editorial de su invención, el grupo ha premiado y publicado dos libros en un concurso anual que se va convirtiendo en un clásico de la ciudad. En la actualidad y mientras prepara el tercer concurso, los integrantes del Paco Urondo van por un proyecto más ambicioso aún: la publicación de una antología de poetas vascos.
“Es un modo retribuir la hospitalidad que el Centro Vasco de la ciudad nos brindó durante dos años consecutivos por los encuentros y las entregas de premios. La antología cuenta con el apoyo del Gobierno vasco y verá la luz en el mes de noviembre” concluye Giraudo.
Poema perteneciente a la antología “arreMolina” (GPU ediciones, Villa María, 2010).
Cuando se va,
me queda el olor de su piel
por dentro de la ropa,
una humedad secreta
y la memoria en la boca
hasta que vuelve.
Susana Giraudo nació en Villa María, en 1947. Ha publicado los poemarios “Trazo y poema” (edición de la autora, 1988), “Cuerpo de luz” (Editorial Vinciguerra, 1991, bilingüe portugués-español), “El sonar transparente” (Editorial Vinciguerra, 1993), “La luna en fuegos de final de noviembre” (Ediciones Trasgo, 1998), “La armonía de las desarmonías” (Editrice Letteraria Italiana y Editorial Vinciguerra, ambas ediciones bilingües en el año 2002) y “Monedas en el agua de una fuente” (Ediciones El Mono Armado, 2009), junto a media docena de plaquetas nacionales e internacionales. Sus poemas han integrado, además, una docena de antologías argentinas, portuguesas, norteamericanas, italianas y francesas. Tiene dos poemarios inéditos.