Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
El buen humor de los tucumanos se traduce fiel en el perfil de su capital. Una ciudad luminosa, de mucho sol y calles adornadas de arboledas, el naranjo y el tarco los primeros. Decenas de elegantes edificios enmarcan el buen ambiente, y explicitan con cemento la riquísima historia local, tan trascendental para el país. El movimiento urbano, el color de las plazas y parques y hasta los brillos que trae la noche, cooperan para hacer de San Miguel de Tucumán un destino apetecible.
Edificios ilustres
Andan los locales y meten bulla con su tonada característica. Los puesteros arman campamento en los alrededores de la Terminal, preparados para la venta. A pocas cuadras de allí, se despierta el centro. Comercios que levantan persianas, dando lugar a un trajín incesante. Desde pedestales, las construcciones más emblemáticas de la metrópoli observan todo en silencio. Hasta que el viajero les presta la atención que merecen, y empiezan a soltar la lengua.
Aquel diálogo comienza en la plaza Independencia, explanada bendecida por especies vegetales autóctonas, fuentes de agua y suelo con diseño. El cuadro invita a sentarse, cantidad de sombra para aprovechar. Aquí hay que mover el cuello hacia los cuatro puntos cardinales, en virtud de lo que depara el rededor: la Catedral, la Iglesia San Francisco (donde se llevó a cabo la misa previa a la Declaración de la Independencia), la Casa y Museo Padilla, la Casa Nogués (hoy sede de la oficina de Turismo), el Jockey Club y el ex-Hotel Plaza. La pintura, exquisita, ennoblece el calibre de Tucumán. Sobre todo a partir de la joya que la corona: la Casa de Gobierno. El estilo barroco francés, las cúpulas intimidantes, son un canto a lo majestuoso. Emplazado donde estuviera el demolido Cabildo, acoge en su interior los restos de Juan Bautista Alberdi, político y pensador local que fuera uno de los padres de la Constitución Nacional.
En búsqueda de más ejemplos de lo ya advertido, unas ocho cuadras al norte aparece la plaza Urquiza. Esta cuenta con vecinos de la talla del Colegio Nacional, la Legislatura, el Teatro San Martín y el famoso Casino. De regreso al verdadero núcleo urbano, hay que prestarle atención a la figura del Correo, y a la conglomerada peatonal que configuran las calles Muñecas, Mendoza y Congreso.
La querida Casita
Claro que ninguna visita a la cabecera provincial estaría completa sin una cita con la Casita de Tucumán, oficialmente denominada Casa Histórica de la Independencia. Icono de la Patria, está ubicada a sólo una cuadra y media de la plaza principal. Su fachada ya basta para conquistarnos, con esa estampa simple y modesta que nos lleva de vuelta a la primaria. Muros bajitos pero sólidos, un puñado de tejas, blancura impoluta. En el interior, nueve salas sirven como museo, y tres patios recrean la atmósfera de principios de Siglo XIX. Con todo, el mayor atractivo lo configura el Salón de la Jura. Unico sector de la casa que mantiene estructura y diseño original, fue aquí donde se firmó la Independencia, el 9 de Julio de 1816. Todas las noches, un espectáculo de luz y sonido recrea la gesta, para deleite de los visitantes. Antes o después de este encuentro imprescindible, resulta recomendable visitar el Museo Casa Avellaneda, inmueble donde viviera el expresidente Nicolás Avellaneda, otro ilustre político tucumano. Para la despedida, la caminata por Parque 9 de Julio dejará al viajero envuelto de verde. Paseos, fuentes, monumentos, bares y restaurantes se suman al autódromo, el hipódromo, el rosedal, el reloj floral y el lago, para satisfacer cualquier expectativa.