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9 de Mayo de 2013
Opinión
Homenaje a las nuevas mujeres
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Es­cri­be: Da­niel Mas­sa­ra
 
A las que lo­gran ama­rrar y po­ner ba­jo con­trol al bu­rro ma­chis­ta que lle­va­mos den­tro, ¡¡¡son las me­jo­res mu­je­res!!!
A los hom­bres ma­chis­tas, que so­mos co­mo el 96% de la po­bla­ción mas­cu­li­na, nos mo­les­tan las mu­je­res de ca­rác­ter ás­pe­ro, du­ro, de­ci­di­do. Te­ne­mos pa­la­bras de­ni­gran­tes pa­ra de­sig­nar­las: ar­pías, bru­jas, vie­jas, trau­ma­das, sol­te­ro­nas, amar­ga­das, ma­ri­ma­chas, etcétera. En rea­li­dad, les te­ne­mos mie­do y no ve­mos la ho­ra de ha­cer­les pa­gar muy ca­ro su de­sa­fío al po­der mas­cu­li­no que has­ta ha­ce po­co ha­bía­mos de­ten­ta­do sin cues­tio­na­mien­tos. A esos ma­chis­tas in­co­rre­gi­bles que so­mos, ma­chis­tas pa­triar­ca­les por cul­tu­ra y por he­ren­cia, nos mo­les­tan ins­tin­ti­va­men­te esas fie­ras que en vez de so­me­ter­se a nues­tra vo­lun­tad, ata­can y se de­fien­den. Las hem­bras con la que so­ña­mos, un sue­ño mol­dea­do por si­glos de cul­tu­ra ma­chis­ta de pre­po­ten­cia, con­sis­te en una pa­re­ja jo­ven y man­sa, dul­ce y su­mi­sa, siem­pre con una son­ri­sa de con­des­cen­den­cia en la bo­ca. Una mu­jer bo­ni­ta que no dis­cu­ta, que sea sim­pá­ti­ca y di­ga fra­ses ama­bles, que ja­más re­cla­me, que abra la bo­ca so­la­men­te pa­ra ser co­rrec­ta, elo­giar nues­tros ac­tos y ce­le­brar­nos nues­tras es­tu­pi­de­ces  Que use sus ma­nos pa­ra aca­ri­ciar­nos, pa­ra te­ner la ca­sa im­pe­ca­ble, ha­cer bue­nas co­mi­das, ser­vir bien los tra­gos y aco­mo­dar las flo­res en flo­re­ros. Es­te ideal, que las re­vis­tas de mo­da nos con­fir­man, pue­de iden­ti­fi­car­se con una es­pe­cie de mo­de­li­to de las que sa­len por te­le­vi­sión, al fi­nal de los no­ti­cie­ros, siem­pre a un mi­lí­me­tro de que­dar se­mi­des­nu­das, con cur­vas in­creí­bles (te man­dan be­sos y abra­zos, aun­que no te co­noz­can), siem­pre a tu en­te­ra dis­po­si­ción, en apa­rien­cia co­mo si nos di­je­ran "te amo,  ma­cha­zo", siem­pre co­mo dis­pues­tas en­tre ri­dí­cu­los gri­tos de no­so­tros los hom­bres
A los ma­chis­tas jó­ve­nes y vie­jos nos po­nen en ja­que es­tas nue­vas mu­je­res, las mu­je­res de ver­dad, las que no se so­me­ten y pro­tes­tan y por eso se­gui­mos so­ñan­do, más bien, con  jo­ven­ci­tas per­fec­tas fá­ci­les y que no pon­gan pro­ble­ma. Por­que es­tas mu­je­res nue­vas exi­gen, pi­den, dan, se me­ten, re­ga­ñan, con­tra­di­cen, ha­blan y só­lo se des­nu­dan si les da la ga­na. Es­tas mu­je­res nue­vas no se de­jan dar ór­de­nes ni po­de­mos de­jar­las plan­ta­das, o ti­ra­das, o arrin­co­na­das, en si­len­cio y de ser po­si­ble en ro­les su­bor­di­na­dos y en pues­tos su­bal­ter­nos. Las mu­je­res nue­vas es­tu­dian más, sa­ben más, tie­nen más dis­ci­pli­na, más ini­cia­ti­va y qui­zá por eso mis­mo les que­da más di­fí­cil con­se­guir pa­re­ja, pues to­dos los ma­chis­tas les te­me­mos.
Pe­ro es­tas nue­vas mu­je­res, que lo­gran ama­rrar y po­ner ba­jo con­trol al bu­rro ma­chis­ta que lle­va­mos den­tro, son las me­jo­res pa­re­jas.  Ellas no per­mi­ten ser man­te­ni­das por­que sa­ben que ese fue siem­pre el ori­gen de nues­tro do­mi­nio. Ellas ya no se de­jan man­te­ner, que es otra ma­ne­ra de com­prar­las, por­que sa­ben que ahí -y a tra­vés de "la varonil fuerza bruta" - ha ra­di­ca­do el po­der de no­so­tros los ma­chos du­ran­te mi­le­nios. 
Si las lle­ga­mos a co­no­cer, si lo­gra­mos so­por­tar que nos co­rri­jan, que nos re­fu­ten las ideas, nos se­ña­len los erro­res que no que­re­mos ver y nos de­sin­flen la va­ni­dad, nos da­re­mos cuen­ta de que esa nue­va pa­ri­dad es agra­da­ble, por­que vuel­ve po­si­ble una re­la­ción en­tre igua­les, en la que na­die man­da ni es man­da­do. Tra­ba­jan más que no­so­tros en­ton­ces ellas tam­bién se de­cla­ran har­tas por la no­che y de mal hu­mor, y lo más gra­ve, sin ga­nas de co­ci­nar. Al prin­ci­pio nos da­rá ra­bia, ya no las ve­re­mos tan bue­nas y ab­ne­ga­das co­mo nues­tras san­tas ma­dres, pe­ro son me­jo­res, pre­ci­sa­men­te por­que son me­nos san­tas (las san­tas san­ti­fi­can) y tie­nen to­do el de­re­cho de no ser­lo. En­ve­je­cen, co­mo no­so­tros, y ya no tie­nen piel ni se­nos de vein­tea­ñe­ras (mi­ré­mo­nos el pe­cho tam­bién no­so­tros y los pies, las me­ji­llas, los po­quí­si­mos pe­los), las hor­mo­nas les dan ci­clos de eu­fo­ria y mal ge­nio, pe­ro son sa­bias pa­ra vi­vir y pa­ra amar y si al­gu­na vez en la vi­da se ne­ce­si­ta un con­se­jo sen­sa­to (se ne­ce­si­ta siem­pre, a dia­rio), o una es­tra­te­gia útil en el tra­ba­jo, o una ma­nio­bra acer­ta­da pa­ra ser más fe­li­ces, ellas te lo da­rán, no las pe­la­di­tas de piel y se­nos per­fec­tos, aun­que es­tas sean la de­li­cia con la que so­ña­mos, un sue­ño que cuan­do se rea­li­za ya ni sa­be­mos qué ha­cer con to­do eso.
Los va­ro­nes ma­chis­tas, son ani­ma­les  to­da­vía y es inú­til pe­dir­les que de­jen de mi­rar a las mu­cha­chi­tas per­fec­tas. Los ojos se van tras ellas, tras las cur­vas, y cuan­do no las pue­den con­se­guir, eli­jen gol­pear­las mal­tra­tar­las por­que lle­van por den­tro un pro­gra­ma cul­tu­ral y pa­triar­cal apren­di­do (de he­cho lo apren­di­do tam­bién se pue­de de­sa­pren­der) que creen ser pro­pie­ta­rios de ellas de sus vo­lun­ta­des y has­ta de su di­ne­ro y so­bre ­to­dos aque­llos ma­chis­tas que de­ten­tan al­gún ti­po de po­der asi­mé­tri­co ya sea po­lí­ti­co  la­bo­ral, sin­di­cal, que ha­cia allá los im­pul­sa. Pe­ro si lo­gra­mos usar tam­bién esa he­ren­cia re­cien­te, si los hom­bres em­pe­za­mos a ser más sen­sa­tos y ra­cio­na­les, si nos vol­ve­mos más hu­ma­nos y me­nos pri­mi­ti­vos, nos da­re­mos cuen­ta de que esas mu­je­res nue­vas, esas mu­je­res bra­vas que exi­gen, tra­ba­jan, pro­du­cen, jo­den y pro­tes­tan, y se atre­ven a de­nun­ciar los mal­tra­tos son las más de­sa­fian­tes y por eso mis­mo las más es­ti­mu­lan­tes, las más en­tre­te­ni­das, las úni­cas con quie­nes se pue­de es­ta­ble­cer una re­la­ción du­ra­de­ra, por­que es­tá ba­sa­da en al­go más que en abra­zos y be­sos, o en coi­tos pre­ci­pi­ta­dos se­gui­dos de tris­te­za. Esas mu­je­res nos dan ideas, amis­tad, pa­sio­nes y cu­rio­si­dad por lo que va­le la pe­na, sed de vi­da lar­ga y de co­no­ci­mien­to.
¡¡Va­mos hom­bres, por esas mu­je­res bra­vas!!

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