Escribe:
Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Aparece dormida, casi anónima en el mapa. Pero Villa del Totoral tiene lo suficiente como para ir por más y reclamar la atención del viajero. Una ciudad-pueblo donde hasta los árboles aparentar ser de otro tiempo, donde lo bucólico está presente en cada vieja casona y calle de tierra. Ochenta kilómetros al norte de Córdoba capital, atesora una historia muy rica, fundamentalmente por haber formado parte del “Camino Real”. A eso le suman los aromas de la naturaleza, horizontes eternos, arboledas y un río con cara de arroyo que todo lo embellece.
Historia pura
Los orígenes de Villa del Totoral se remontan a la época de la fundación de la ciudad de Córdoba (1573). No obstante, su evolución está directamente emparentada con el “Camino Real”, ruta que entre los siglos XVII y XIX conectaba al Virreinato del Perú con el del Río de la Plata. En aquellas épocas, los terrenos donde hoy se ubica el municipio servían como posta de descanso para los viajeros que venían desde o que iban hacia el Alto Perú. Los aventureros, a caballo o en carreta, atravesaban lo que actualmente es la calle Diógenes Moyano, donde todavía se respiran aires de leyenda.
Ese semblante añejo es en realidad apreciable en todo el pueblo. En tal sentido, basta acercarse a plaza San Martín, sentir el comportamiento de los locales y echarle un ojo a edificios linderos, como el de la Policía (1872, estilo ecléctico), y la iglesia Nuestra Señora del Rosario (1870, estilo italianizante). Con todo, los mayores aportes los realizan las viejas casonas. Liderando la lista aparece la famosa Canchona, primera vivienda erigida en la zona, otrora curtiduría y obraje. El Solar de Aurelio Crespo, “La Casa de los Caballitos”, Villa Rosarito y el Solar de Arturo M. Bas son otros de los puntos álgidos del recorrido. En total, se cuentan más de dos decenas de construcciones de este tipo, levantadas entre principios y finales del Siglo XIX. La estampa rural la ponen las estancias, entre ellas, La Loma, propiedad de la familia Noble (dueña del Grupo Clarín).
Al mismo tiempo, lo sabroso del legado histórico puede apreciarse en sitios como la casa natal de Octavio Pinto y el museo homónimo, que rinde homenaje a la vida y obra del célebre pintor local. Pero aún más significativa resulta la visita a la casona “El Kremlin”. En ella se hospedaron durante varios años figuras de la talla de Rafael Alberti (entre 1940 y 1946) y Pablo Neruda (entre 1955 y 1957). Ambos poetas se inspiraron en los colores del lugar y sus gentes para componer odas y versos (“Oda al albañil tranquilo”, de Neruda, es uno de ellos).
Ahora, la naturaleza
A pocas cuadras del centro, con el paso del río Totoral, la villa proclama naturaleza. El caudal de agua se contagia de la paisanada y va suave entre piedras y tupidas arboledas.
En “Cajón de Piedra”, el visitante adivina las lejanas ondulaciones de las Sierras Chicas y descubre los morteros utilizados por los comechingones previo a la conquista. Los balnearios El Vado y Municipal traen algo más de urbanidad y cemento, con asadores, baños, canchas de vóley y quioscos.
Cerca de allí, el Cerro de La Cruz duerme la siesta. Una cruz de hierro le adorna la punta y hacia allá van los visitantes, sencillo el ascenso. Trepan, se yerguen y contemplan. Abajo, Villa del Totoral sigue silbando bajito y latiendo a su estilo.