Hasta el 20 de junio, el Cabildo de Córdoba podrá presumir a gusto de su huésped de honor. Y es que desde principios de este mes, la obra del genial Joan Miró reposa en el histórico edificio capitalino. Un conjunto de 56 grabados que resumen todo el talento del artista catalán, referente del movimiento surrealista a nivel mundial.
La muestra lleva por nombre “El Jardín de las Maravillas” y conmemora del 120º aniversario del natalicio del pintor, dibujante, escultor y ceramista. La misma puede verse todos los días, de lunes a domingo de 10 a 14 y de 16 a 20 horas. Una oportunidad única para encontrarse de frente con el arte en su máxima expresión y vibrar a través del trabajo de uno de sus exponentes más notorios de nuestro tiempo.
Una colección privada
Organizada por la Municipalidad de Córdoba, en colaboración con diferentes fundaciones y empresas, y con el auspicio de la Oficina Cultural de la Embajada de España en Argentina, la exposición ya está dando que hablar en “La Docta”.
Cientos de visitantes disfrutan de su aura en cada jornada, contemplando la magia de Miró. Se trata de una colección privada, propiedad de una familia italiana, y compuesta de una selección de litografías, xilografías, aguatintas, aguafuertes e ilustraciones de libros.
En tal sentido, el material destaca al presentar el estilo más conocido del nacido en Barcelona. Trazos sencillos y coloridos, pero dueños de un nivel de profundidad y abstracción que alcanzan y sobran para cautivar a los testigos. La conjunción de ambas facetas resulta en un regalo que se disfruta a pura fantasía.
El artista y su obra
Joan Miró i Ferrà nació en Barcelona, España, en el año 1893, y murió en Palma de Mallorca, en 1983. Desde muy joven mostró interés por el dibujo, aunque su talento fue también repartido en la pintura, la escultura y la cerámica. En los inicios de su carrera abrazó un estilo claramente emparentado con el expresionismo y el cubismo.
Pero tras algunos años de residencia en París, Miró da un giro hacia el surrealismo, convirtiéndose con el tiempo en uno de los máximos referentes de dicho movimiento. Hoy por hoy, sus esculturas urbanas ocupan espacios de trascendencia en ciudades como Tokio, San Francisco y fundamentalmente Barcelona, por sólo nombrar algunas.
Otros de sus trabajos, en tanto, se exhiben en la fundación que lleva su nombre en la capital catalana, y en varios de los museos más importantes del mundo, como el Pompidou, de París; el Museo de Arte Moderno, de Nueva York, y el Reina Sofía, de Madrid.
El Cabildo histórico de Córdoba, aunque más no sea hasta el 20 de junio, comparte algo del cartel con estos gigantes del arte.
Ruta alternativa: En la cárcel del “Petiso Orejudo”
Escribe: El Peregrino Impertinente
Hoy es un fenómeno turístico, pero hasta algunas décadas atrás se lo consideraba como uno de los lugares más lúgubres y abominables de nuestro país.
No estamos hablando de la cancha de Racing, sino de la Cárcel del Fin del Mundo.
Ubicado en Ushuaia, el penal de máxima seguridad funcionó entre 1904 y 1947, haciéndose famoso por alojar a algunos de los delincuentes más peligrosos de Argentina. El perfil le sentaba perfecto, al estar absolutamente aislado de los grandes centros poblacionales, en las periferias de la patria y bajo condiciones climáticas extremas. Si hasta las focas usan pulóveres por allá.
Mito urbano, el presidio contaba con 380 celdas unipersonales, aunque llegó a albergar hasta 540 reclusos a la vez. Entre ellos había prisioneros políticos y de los otros, los bravos, los que era mejor no encontrarse en un callejón o haciéndote cucharita al despertar. El más famoso se llamaba Cayetano Santos Godino, mejor conocido como “El Petiso Orejudo”. Un psicópata que asesinaba infantes martillándoles clavos en la cabeza y que en la ciudad más austral del mundo se convirtió en toda una leyenda. A pesar de su insistencia, ninguno de los guardias de seguridad lo contrató como niñero los días de horas extras. Actualmente, la cárcel está poblada de turistas que recorren gélidos pasillos y añejos pabellones, en donde también funcionan el Museo de Arte Marino y el Museo Antártico.
Pero claro que el verdadero interés de los visitantes no radica en barquitos de guerra y pedazos de hielo, sino en conocer las terribles historias de los exinquilinos del lugar. Muy sueltos de cuerpo, se sacan fotos con las réplicas de los criminales como si fueran las de Patoruzito y el Gato Félix. Sólo falta que se compren el póster del “Petiso Orejudo” y lo peguen en la pieza de los pibes.