Escribe: El Peregrino Impertinente
Es muy popular en Europa y Norteamérica, y en Argentina está dando sus primeros pasos. Se lo conoce como “carpooling”, continuando con esa maravillosa costumbre de llamar a todas y cada una de las cosas con un término en inglés. Estamos hablando del fenómeno de compartir los viajes en auto con desconocidos, una modalidad que con la ayuda del todopoderoso Internet, creador del cielo y de la tierra, gana cada vez más adeptos. Aunque el principal motor de la iniciativa es dividir los gastos y economizar, hay otros argumentos como para apoyarla. Que no todo es plata en esta vida: “También están los cheques”, diría Manolito.
Funciona así: primero hay que inscribirse en alguna de las páginas web que brindan el servicio. Segundo, especificar si uno está ofreciendo un coche para compartir o está buscándolo. Tercero, colocar la información del viaje que desea realizar (ejemplo: Villa María-Calchín Oeste, el 30 de febrero). Cuarto, ver qué otros usuarios coinciden con su búsqueda, chequear los precios, ponerse en contacto y bailar en una pata por poder ahorrarse unos pesos. Pero como decíamos antes, el tema dinero es apenas una de las razones para utilizar el “carpooling” (of course baby).
Y es que la fórmula de ‘más gente empleando menos autos’ significa también cuidar el medio ambiente, descongestionar las rutas y, de yapa, socializar y conocer gente nueva. Claro que lo que los promotores de este sistema no aclaran, es que ese “socializar” puede significar tener que bancarte ocho horas a una flaca hablándote de mitología hindú. O a un flaco candidato al asesino serial del año diciéndote cosas como “a mí lo que más me gusta son las aves. Me encanta tocarlas, acariciarlas, sentir sus plumas, su sangre caliente. A propósito, ahora que te miro bien, tenés un aire a cisne que no se puede creer”... Por eso digo, que nada como el colectivo.