Inaugurada en mayo de 1943 bajo la Intendencia de Salomón Deiver, la biblioteca tuvo su primera sede en calle José Ingenieros 47 para luego pasar por distintos edificios hasta su destino final en la Medioteca. Como un arca de Noé repleta de libros, la casa sobrevivió al naufragio de la dictadura, convirtiéndose en bastión de la resistencia cultural para quienes decidieron decirle “no” al olvido. Anabella Gill, su actual directora, y Betty Rovira, quien la precediera en el cargo, hicieron un emotivo balance de una de las instituciones más queridas de la “Villa”
Escribe: Iván Wielikosielek
Emociona verlas juntas, mirando viejas fotos y recortes que fueron guardando con paciencia de costureras. Emociona verlas hablando y riendo después de tantos años entre estantes de libros, esos que acaso hubieran perecido en el naufragio de la noche más larga de la historia, hundidos como fabulosos lingotes que tanto pesaban en aquellos años donde se había prohibido leer hasta a los peces. Pero el arca de los libros siguió, balanceándose en la niebla por la turbulencia como un barco ebrio de libertad, a veces a los tumbos y otras a sotavento, pero siguió. Y así, tiempo después, recaló en las costas del presente, a salvo de los embates de la vida y a orillas de ese mar villamarienses que son las vías del tren, esa franja única de cuya lejana espuma han venido todos los dones. Pero si algo hay de precioso en el vientre de esa ballena blanca con forma de galpón reciclado, no son solamente los casi 47 mil volúmenes que tapizan sus pasillos, sino su tesoro más querido; los lectores que entran y salen a razón de 300 por día por la boca de esa Moby Dick del sudeste.
Por eso emociona verlas, a Betty y a Anabella, entre libros. Porque son el pasado y el presente de ese maravilloso barco y porque entre las dos suman 35 años de dirección ininterrumpida de la biblioteca, la mitad de la vida de esa tripulación cuyo sueño más sagrado sigue siendo la libertad.
Betty
Para el Registro Civil, se llama Nélida Beatriz Macrina de Rovira, pero para los lectores de la biblioteca siempre será “Betty”, esa mujer de sonrisa resplandeciente que entregará los libros como se entrega una preciosa bitácora de existir. Y es la propia Betty quien, a varios metros de altura del presente, hace la primera incursión a vuelo rasante en el lejano aeropuerto de la melancolía.
“Ingresé como bibliotecaria en 1979 y a los pocos meses ya me habían nombrado directora tras la renuncia de Pedro Martínez. Eran épocas difíciles, donde prácticamente lo único que funcionaba en la ciudad era la biblioteca. Los cuadros del Museo Bonfiglioli estaban arrumbados en un pasillo y los muebles del Concejo Deliberante, tirados en una habitación, porque ya no había más Concejo Deliberante. Casi te diría que éramos el único bastión cultural que quedaba. Por suerte, la comisión de la biblioteca nos apoyó en todo junto al conservatorio, que organizaba los conciertos. En la sala de lectura teníamos una tarima con el piano de cola y alrededor de ese piano nos reuníamos todos. Era como un rito”.
Y aunque Betty no lo diga, uno adivina que ese piano era como un fuego ancestral hecho de ritmos, ideas y melodías, un fuego que había que cuidar para que no se apagara jamás porque era luz y calor para los días de la vida. Y sobre todo porque era lumbre vigía, estrella de las mañanas del futuro. Y el fuego no se apagó.
“Con la llegada de la democracia se devolvieron los cuadros al museo y al piano lo pasamos a Cultura. La biblioteca había ido atesorando muchas cosas para que no se perdieran en el camino”. Y hete aquí que, más que nunca, la exdirectora refuerza la metáfora del arca. Y continúa. “¿Te imaginás lo que hubiera sido si cerraban la biblioteca también? Igual nos incautaron muchos libros… Se habían llevado cosas de Filosofía y de Literatura, hasta libros de Cortázar. Y a mí también me revisaron la biblioteca de mi casa… Hasta tuve que esconder unos fascículos de Literatura porque podían parecer subversivos. Por suerte seguimos funcionando y mucho. Creo que si no nos cerraron, fue porque teníamos tres escuelas alrededor; el Nacional, la Escuela Superior de Comercio y el Manuel Belgrano. Y también porque se le prestaba servicio a los alumnos de la Universidad Tecnológica, ya que el intendente Pizzorno había comprado muchos libros para los alumnos”.
Sin embargo y más allá del Farenheit intelectual vivido durante el Proceso, si hay algo marcó a Betty fueron las reiteradas mudanzas que sufrió la biblioteca. “Fueron cuatro cambios en pocos años y eso me destruyó. De la esquina de Estados Unidos y Santa Fe nos pasaron a la escuela Manuel Anselmo Ocampo. Pero no nos alcanzamos a instalar que nos mandaron a la parte de atrás. Funcionábamos casi como una biblioteca clandestina”.
Pero Betty también recuerda los momentos de gloria, como el día de asunción del intendente Horacio Cabezas, un 10 de diciembre de 1983. “Ese día se inauguró también la sede de la biblioteca en el Consejo Deliberante. Esa coincidencia fue todo un símbolo, ¿no? Estuvimos 15 años en ese lugar y pudimos hacer un montón de cosas porque había que empezar todo de nuevo. Además del apoyo incondicional de la Dirección de Cultura, tuvimos una comisión de la biblioteca fabulosa. Susana Giraudo y Dolly Pagani fueron las primeras presidentas y trabajaron muchísimo, como antes lo habían hecho Olga Fernández Núñez, Noris Tais de López y Puqui Charras. Hicimos un festival de cine y trajimos a Mirtha Legrand, hicimos cursos de bibliotecología junto a la Biblioteca Rivadavia con profesores de Córdoba, también viajes a la Feria del Libro de Buenos Aires y concursos de poesía para las escuelas con un viaje de premio a la que ganaba. Teníamos un buen presupuesto para comprar libros y empezamos a cubrir las necesidades de todos los colegios de la ciudad, porque no te olvidés de que a partir de 1983 cambiaron todos los textos escolares. No dábamos abasto. Les dimos prioridad a las escuelas menos pudientes y tuvimos la suerte de que las librerías de la ciudad (Cabral, Bertino y Bettini) confiaban en nosotros y nos fiaban. Con la Comisión de Apoyo inauguramos el sector infantil con 500 libros donados por la Conabip. Fue uno de los primeros sectores modelos de la provincia. También hicimos el rincón verde cuando surgió el tema de la ecología. Nos ayudaron mucho los secretarios de Gobierno más jóvenes, como Sergio Gilabert, Miguel Maceda, Julio Alisiardi… Ellos siempre estaban presentes”.
Si hay una innovación bibliotecológica por la que se recuerda a Betty, es por implementar el carné de socio y el Sistema de Clasificación Dewey de todos los libros. Betty, profesora de Castellano, Literatura y Latín, recibida en Las Rosarinas, nunca dejó de ser profesora y madre durante su gestión. “Pero al final me fui para que entraran las chicas más jóvenes. Igual, yo sólo me retiré del cargo, porque de la biblioteca no me retiré ni me retiraré nunca”.
Anabella
Recibida en el Instituto Rivadavia con el título de maestra especial, Anabella ingresó a trabajar en 1994 en la biblioteca de ciegos. Hasta que en 1998, tras un nuevo cambio edilicio de la biblioteca (esta vez a una pequeña sede en calle Santiago del Estero) y la renuncia de Betty, una jovencísima “señorita Gill” se hacía cargo de los destinos de la institución. Hoy, tras 15 años de labor ininterrumpida, Anabella analiza el porqué de la vigencia de la biblioteca.
“La suerte de la Mariano Moreno fue haber tenido a lo largo de toda su historia gente que la quiso mucho, desde los empleados que trabajamos acá hasta los usuarios que la sostuvieron para que no se cayera nunca. Los que hemos pasado por acá siempre hemos tenido mucho compromiso”.
Respecto a la nueva visibilidad que tiene la biblioteca desde su instalación en 2007 en el seno de la Medioteca, Anabella comenta que “este cambio fue algo que indudablemente nos jugó a favor, ya que ahora captamos mucho más público, no sólo por los servicios que prestamos, sino porque tenemos un staff mucho más grande y podemos brindar un mejor servicio. De haber trabajado siempre con cuatro o cinco personas, hoy ya somos más de 20. El nuevo edificio, además, nos permite trabajar hasta tarde, con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano, y tenemos un espacio inmenso para mucha gente”.
En las antiguas sedes, la Mariano Moreno era una biblioteca cerrada hacia la casi totalidad de sus libros; por lo que había que pedir los volúmenes a las bibliotecarias. Pero al decir de Anabella, “este nuevo modelo de biblioteca abierta ha cambiado el servicio porque la gente puede revisar los libros que quiere. Gracias a esto, ahora tenemos un público más heterogéneo, no sólo escolar y universitario. La informatización, además, agilizó préstamo y devolución y ahora nos permite trabajar con servicios virtuales. Con el catálogo subido a la web se puede consultar desde la casa y hacer reserva de obra. Estamos viviendo una evolución propia de la época”.
Pero si Anabella tiene que subrayar la máxima cualidad de la institución desde su creación, no lo duda: “La marca distintiva que tuvimos a lo largo de estos 70 años fue ser siempre un centro cultural. Si bien nuestra función básica fue prestar libros y apoyar el crecimiento cultural e intelectual de la población, siempre cedimos el espacio donde hubo muestras de cuadros, conciertos, presentaciones de libros y lecturas de poesía. Y siempre le dimos la prioridad a los artistas locales”.
Sobre este nuevo cumpleaños que hace que la Mariano Moreno ya sea una “señora madura” entre tantas instituciones jóvenes o adolescentes de la ciudad, la directora no oculta su fabulosa sorpresa. “Nunca me imaginé esta actualidad. Si uno se acuerda de cómo iban las cosas, era difícil imaginarse este lugar espacioso y luminoso, estable y permanente. ¡Toco madera por lo de estable y permanente!” -dice entre risas antes de adentrarse en lo más importante de la nota-. El gran desafío que tenemos de cara al futuro es que la biblioteca siga en el tiempo, adaptándose a los proyectos de la modernidad. Si vamos un día a tener una biblioteca virtual, que no deje de ser nunca la Mariano Moreno. Nuestra meta es que dentro de muy poco haya por lo menos un miembro de cada familia villamariense con carné de socio. Y seguimos esperando por el bibliomóvil para prestar servicios en barrios alejados y en la ruralidad. Es algo con lo que soñamos con Betty desde los años 90. ¡Ojalá que el bibliomóvil sea el gran regalo de este cumpleaños! También queremos armar un proyecto del centenario para asociar a los bebés que van a ser los futuros lectores cuando cumplamos 100 años. Esperemos estar con la Betty ese día, las dos juntas, aunque seguro que no encabezaremos nada para ese entonces. Pero que vamos a estar, seguro vamos a estar… ¿Te queda alguna duda?”.
Y las dos, directora y exdirectora, posan para la foto entre los libros. Ambas son la mitad de la historia de la biblioteca, el pasado y el presente, pero también (y sobre todo) el futuro; ése que se anuncia luminoso y despejado tras la tormenta que no pudo hundir el arca de la libertad.
Ayer y hoy
Aunque la fecha del decreto de su creación data de diciembre de 1942, la Biblioteca Municipal y Popular Mariano Moreno empezó a funcionar de manera oficial el 1 de mayo de 1943 en el solar de la calle José Ingenieros 47 (actual sede de la Tarjeta Naranja). La primera bibliotecaria fue Zulema Kirchner de Feloy, que armó los primeros estantes y ordenó los libros ya existentes. La sucedió en 1946 Sara Montagner de Kamienski, quien estaría 25 años en el cargo generando un espacio de gran proyección cultural que sería la marca distintiva de la institución. De 1971 a 1973 fue nombrada Reinita Herrera de Domínguez y de 1973 a 1979, Pedro Miguel Martínez, quien dotó a la biblioteca de nuevo material universitario para la UTN. De 1979 a 1998 fue el turno de Betty de Rovira, quien guiaría los destinos de la biblioteca en los últimos años de la dictadura hasta el asentamiento de la democracia. Desde 1998 hasta hoy, la directora es la profesora Anabella Gill.
En 1949, el Ministerio de Educación de la Nación denomina “popular” a la biblioteca y es reconocida por la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) logrando la permanente protección de este organismo nacional.
El número de consultas que se reciben en sus mostradores es de unas 300 por día y el número de carnés, correspondiente a 20.798 socios. La biblioteca cuenta con unos 47.000 volúmenes en su haber, unas 2.000 revistas y un archivo de diarios y semanarios locales casi completo hasta el día de la fecha, lo que la constituye en una de las mayores hemerotecas villamarienses. En cuanto a nuevas tecnologías se refiere, se cuentan 750 DVD y 200 CD Room; también una buena cantidad de VHS (video cassettes) que son muy consultados y vistos en los televisores del salón.
El actual staff de la biblioteca está formado por 24 personas: Anabella Gill, Leocadia Moreno, Mercedes Villafañe, Félix Olivera, Estela Giúdici, Alicia Lamberti, María de las Mercedes Zabala, Héctor Capparelli, Nancy Azumendi, Marisa Cáceres, Omar Velasco, Teresa Tula, Alicia Maravotto, Fanny Calderón, Lucas Charra, Balbina Vicondo, Carolina Fernández, Sandra Carballo, Pía Bernabé, María Emilia Sosa, Cecilio Ferreyra, Ricardo Arese, Virginia Reynoso y Maricel Guyón.
Las fotografías
1) La Biblioteca Municipal en los tiempos de Sara de Kamienski
2) La biblioteca en la actualidad
3) Betty y Anabella, banner de los 70 años
4) Una parte del actual equipo de la Medioteca
5) Betty de Rovira y Anabella Gill