Hay momentos en que la vida de un ser humano cambia para siempre. Iluminación fugaz, inesperada visión, inexplicable certeza de saber a dónde se quiere ir en medio de rutas que parten hacia futuros inciertos. Hay momentos en que el alma de un ser humano pareciera recordar quién es y para qué vino a este mundo. Y en la vida de “Pili” Oddino, ese momento de iluminación se produjo en el estudio fotográfico de Adelqui Pellegrino, una vieja tarde del año 1979.
La razón por la cual aquel pibe de 19 años esperaba en el recibidor a uno de los maestros villamarienses de la imagen, tenía que ver con un vago proyecto de hacer un curso de fotos antes de embarcarse a Córdoba para estudiar periodismo. Pero mientras aguardaba en el sillón, el muchacho se topó con un libro. “A propos de l´Urss” rezaba el título en francés. Y debajo, el nombre de su autor parecía encerrar la mágica fórmula de un mantra: Henry Cartier Bresson. En aquel volumen, cientos de fotografías en blanco y negro relataban la vida de la gente más sencilla en el país de Stalin. Las lavanderas fregando pisos en lujosos teatros del pueblo, los obreros caminando a la salida del trabajo entre titánicas moles de cemento, la cara de una niña sonriendo entre una fila de soldados rusos... Cuando le llegó su turno, “Pili” ya sabía exactamente lo que quería aprender en ese curso. Y no solamente eso. Esa tarde ya supo lo que haría durante el resto de su vida.
Documentar para vivir
“Hice el curso con Adelqui, después el laboratorio en blanco y negro y al final una especialización en fotografía documental y periodística. Y ya nunca intenté irme a Córdoba a estudiar periodismo” -comenta “Pili” desde una fría mañana de mayo-. Sólo tenía que empezar a fotografiar y descubrir el mundo que me rodeaba”.
-¿Y qué fue lo que tanto llamó tu atención en esas fotos de Cartier Bresson?
-La mirada humanista por sobre todas las cosas, ese contacto sensible que logra el fotógrafo cuando mira a través de la cámara los fenómenos sociales, que es lo mismo que mirar desde la reflexión y las ideas.
-¿Qué es la fotografía para vos?
-Un modo de vida. Y a esto lo digo en el sentido más absoluto. Sé que para otros puede ser un hobby o un medio de ganar dinero y a eso no lo critico en absoluto, pero tal vez debido a mis ideas políticas y sociales, el cómo vivís y el qué fotografiás y para qué lo fotografiás, son la misma cosa. Tal vez por eso hago fotografía documental, porque esas tres preguntas tienen una misma respuesta en mí. Y además, la foto me sirve para ganarme la vida.
-Hablaste de fotografía documental ¿cuántos otros campos existen?
-Yo pienso que fotografía hay una sola, pero está bien que se la divida por géneros, sin que por eso conformen departamentos estancos. De pronto, un retrato puede ser documental y una foto documental puede ser publicitaria. Uno elige un género que esté más cerca de su manera de vivir. Yo elegí la foto documental porque me permite integrar mi vocación con el medio de vida y viajar para ir descubriendo la existencia de otras culturas.
-¿Te acordás de tu primer serie de fotos documentales?
-¡Claro! Fue una que hicimos a principios de los 80 para el día de Villa María con el escritor Mario Moral. Eran fotos y poemas que salieron publicadas en “El Diario” bajo una mirada bastante surrealista: la ciudad vista en escenarios muy pequeños. Luego, en 1985, hice un viaje iniciático por Latinoamérica con mochila, sin rumbo fijo ni fecha de regreso. Anduve por Bolivia, Ecuador, el sur de Colombia… Y ese viaje fue un descubrimiento también, con fotos que conformaron varias muestras.
-¿Cuándo una foto sacada por vos te convenció totalmente?
-Cuando la gente que estaba delante de mi cámara me dio la chance de que los fotografiara sin filtro, cuando me estaban concediendo la foto y me permitían que entrara en sus vidas. Creo que ese es un fenómeno que se tiene que dar en la fotografía documental sí o sí, ese intercambio de confianza de los dos lados. De lo contrario, la foto se convierte en un registro de toma por asalto que termina no transmitiendo el fenómeno social que se quiere representar.
Y entonces, “Pili” recuerda una tarde a orillas del lago Titicaca, más precisamente en las islas flotantes de Los Uros. “Había un viejo aborigen que no podía caminar y que me miraba. Yo me acerqué a él para ayudarlo, pisé mal y me hundí hasta la rodilla. Quedé a su misma altura y él me dijo algo en el dialecto aimara que no entendí, pero que me pareció positivo. Y entonces, levanté la cámara y disparé. Si lo hice fue porque antes hubo una conversación. Eso fue lo más importante de esa foto”.
“A propósito de la Cuenca láctea”
Aunque siempre quiso ser corresponsal de guerra, la vida lo fue poniendo a “Pili” en una trinchera muchísimo más modesta y menos aplaudida, una en la que cuesta ser original y sensible a la vez: ese campo de batalla (generalmente sin balas) que es el mundo cotidiano. Y quizás fue por asumir esta misión que se abocó de lleno a los “héroes anónimos”, aquellos a los que les dedicó una de sus mejores muestras.
“Después de viajar por Latinoamérica, Estados Unidos y España, tuve la certeza de que no viviría en otro lugar que no fuera Villa María”, comenta. Y entonces, acaso como homenaje al terruño, “Pili” comenzó su fabuloso ensayo consagrado a la lechería. “Cuenca láctea, entre el campo y las fábricas”, es una colección de 96 conmovedoras postales tomadas en 2002, donde Oddino registró la faena diaria de los tambos chicos, los ordeñadores a mano, las guacheras, los cepos y la vida de los colonos. En el rubro más urbano y fabril, las protestas en las calles o las donaciones masivas de leche para no tirarla, entre las cuales resalta una maravillosa postal destinada a ser icónica en un futuro cercano: una joven mamá con un bidón en un brazo y un bebé en el otro, recibe la leche como un fluido maná mientras hace fila como en un bautismo.
“El libro me costó muchísimas horas de charla con los campesinos, con muchos de los cuales ahora soy amigo. Eso me pasó con “Panchito” Mainardi, de La Herradura. La primera vez que lo fui a buscar me preguntó quién era y qué quería. Cuando le dije, me hizo pasar. ¡Charlamos ocho horas seguidas sin hacer una sola foto! Por eso siempre digo que el trabajo de un fotógrafo documental tiene un 80% de acercamiento a la gente y un 20% de trabajo de cámara. Pero hablo de ese acercamiento honesto, cuando compartís los problemas del fotografiado y tomás medidas de colaboración”.
El libro del tambo apareció hace dos años en una edición de autor e inmediatamente Oddino se embarcó en otro proyecto igualmente social: fotografiar a la gente que vive a orillas del río Dulce, no lejos de la laguna de Mar Chiquita, en La Rinconada. Allí, una población de campesinos seminómades se mueven al ritmo de las crecidas, siguiendo los humedales que va dejando el río. Las aguadas y los pastos son el alimento del ganado, formado en su mayoría por ovejas y chivos. Soportando veranos durísimos y la falta permanente de agua potable, tanto los campesinos como la gente del pueblo pelean día a día con la naturaleza. “La semana que viene haré mi sexto viaje hasta allá. Me quedo 4 ó 5 días y la jefa comunal me presta una camita del dispensario para dormir. Los campesinos de La Rinconada me han abierto su corazón. Y cuando prepare esta muestra estará dedicada enteramente a ellos”.
Y “Pili” se acuerda de los días de su primera juventud cuando, atraído por el libro de Cartier Bresson, quiso ser fotógrafo documental y viajar a lugares tan exóticos como la URSS o la China para dar testimonio de aquellas realidades lejanas en el espacio, pero cercanas a su sensibilidad. Y así, como en un sueño lleno de sensibilidad y de coraje del cual aún no despertó, “Pili” no descarta ser alguna vez corresponsal de guerra. “Es algo en lo que siempre pienso. No me extrañaría que un día me levante, agarre la cámara, un bolso y me saque un pasaje directo a un conflicto bélico. Es algo que me debo”. Pero la vida lo puso a “Pili” en esa otra trinchera, la de la vida cotidiana. Por eso, cuando dentro de algunos años la foto de esa joven mamá que pide leche con su hijo en brazos sea parte de la iconografía del país, habrá que buscar su explicación más profunda en ese hombre pacífico que siempre estuvo en pie de guerra contra la crueldad del mundo portando una cámara. Y sobre todo, habrá que buscar el momento aquel en que una vida cambia para siempre. Y la vida de esa mujer con su hijo en brazos empezó a ser parte de todos una mañana del año 2002, cuando el “clic” de “Pili” la captó con su nene como dos “héroes anónimos, esos que ya fueron revelados en el papel sensible de la eternidad.