Escribe: Pablo Bertoldi,
dirigente sindical
El 16 de mayo, incluyendo una breve reseña sobre su accionar en el ámbito sindical, EL DIARIO anunció que Asociación de Trabajadores de la Sanidad Argentina (ATSA) estaba de luto por la muerte de un histórico dirigente local. Jorge César López nos dejaba a los 64 años de edad.
Yo era su mejor amigo, pero no el único, por eso estas líneas intentan ampliar aquella triste noticia desde la mirada de un hermano del alma y, fundamentalmente, porque creo que el Negro se lo ganó.
¿Cómo empezar si hay tanto por decir?, ¿cómo definir al hombre que conocí durante tantos años? Contándoles, por ejemplo, que era leal como nadie, que le sobraba coraje, que exponía el alma y el cuerpo en cada lucha, ese tipo duro y porfiado que creía que lo imposible se puede lograr si nos jugamos enteros, como lo demostró con la huelga de hambre que hizo para que no se llevaran el Hospital Pasteur de Villa María, el amigo al que se le mezclaban lágrimas y sonrisas cuando se hacía justicia y algún compañero apaleado recuperaba la dignidad.
Ese era mi amigo, pero también era el tipo que se levantaba a las seis de la mañana, que amaba con locura a la vida, a su mujer, a sus dos hijos, a su madre, a su hermana. Aquel que anhelaba tener un nieto. Aquel que se enojaba fácil y recuperaba la sonrisa aún más fácil. El tipo que estaba encantado con tener un Papa argentino, el que pensaba que la Virgen caminaba por las calles junto a nosotros, mezclándose silenciosa entre la gente.
El que te cuidaba, te retaba, te quería cambiar. Aquel que por cabeza dura le costó aceptar que los amigos se aceptan tal cual son, que así y solamente así son perfectos. Aquel que con palabras y gestos elocuentes pedía siempre el vaso de soda gigante, acompañando el tradicional cortado liviano de cada sábado, donde una especie de ritual impostergable nos reunía en la mesa de algún café para desmenuzar la vida. El tipo generoso, sincero, que quería ayudar a todo el mundo, el que daba consejos a desconocidos sin que se lo pidieran, el que creía que la muerte es simplemente una puerta.
Tal vez fui el último ser querido que lo vio consciente en terapia intensiva y como no pude disimular mi dolor, aún lleno de cables y al borde mismo de su agonía, se empeñó por consolarme. ¡El a mí! ¿Lo pueden creer?... Así era mi amigo Jorge López.
Me gusta pensar que con estas escasas palabras le estoy haciendo un regalo a todos los que lo quisimos, a todos los que lo queremos, porque cuando un ser amado nos deja, los que quedamos somos de alguna manera dueños de fragmentos de esa vida que se fue, y lo adecuado es compartir lo que tenemos para sentirnos, tal vez, un poco menos solos.
El está allí, detrás de aquella puerta, explorando un mundo nuevo, seguramente peleándose con alguien, seguramente ayudando y yo, aquí, te voy a extrañar siempre... ¡¡¡Ah!!! y no te enojés si se me hace un poco tarde, sé que no te gusta esperar... Andá pidiendo lo de siempre, hermano, que yo ya llego. Sabés muy bien que no te voy a fallar”.