Así, con los brazos en alto, como queriendo atraparlo al mundo, se apareció en nuestra Redacción irradiando la siempre cordial sonrisa y el afecto que se ganó en la vida, la misma que le jugó una mala pasada y le impide emitir sonido alguno.
Fue una grata sorpresa que él me regaló y el fuerte e interminable abrazo selló el gratísimo reencuentro después de varios años.
Fue un excelente traumatólogo, destacado golfista, cultor de la amistad como pocos y dueño de un carisma que lo eleva al sitial de un gran ser humano.
Por eso este tributo, sin palabras, sólo con esa intensa vibración que, con su sola alegría, lo dijo todo.