En el principio era la música. Y la música estaba en el rugido del mar y en el murmullo de fondo de todo el universo. Pero la música también salía de las gargantas humanas o sonaba en el permanente pianobar de las almas, porque las melodías eran también de los hombres. Y para que esas melodías, gritadas o imaginadas, no se perdieran como la canción que alguien pasa silbando y se apaga para siempre al doblar la esquina, los hombres empezaron a transcribirla según su compás, su nota y su tempo. Pero a pesar de ese registro informativo y abstracto (proporcional a escribir la palabra “azul” para designar el “color” azul), desde los tiempos de las cavernas y hasta no hace mucho más de 100 años, los únicos responsables de materializar música y ponerla a marchar en el tiempo fueron los instrumentistas. Desde el dios Pan hasta Beethoven. Pero un día nació un fabuloso objeto capaz de almacenar y reproducir la música de las gargantas y de las almas; una suerte de regalo de los dioses. El disco hacía su aparición sobre la Tierra. Y desde ese día, los papeles rayados no fueron los únicos soportes de la información musical ni la flauta del dios Pan la única fuente de reproducción de las melodías. Esta vez bastaba con apoyar suavemente una púa sobre el surco del disco y entonces, como un mantra circular y eterno, las canciones empezaron a sonar indefinidamente. Con la aparición del disco, otro espíritu (otro dios musical, como Pan) ganaba la escena. Era el ingeniero de Sonido ese eslabón perdido entre las melodías y su plasmación discográfica. Y cuando a mediados de los 50 la música se volvió rebelión y grito de libertad, pedido de paz con el más ancestral de los aullidos o susurro de sabiduría con todo el ímpetu de la juventud (nacía el rock and roll), la grabación de discos se complejizó a tal punto, que el sonidista y el productor musical pasaron a ocupar un lugar de privilegio no sólo en la ingeniería, sino en la composición misma. Era responsabilidad de los dos que la guitarra de Harrison llorase, que la voz de Lennon imaginara que hay un cielo o que una vez más cayera el muro de Pink Floyd a martillazos de melancólicos decibeles. Aparecía un nuevo semidios sobre la Tierra. Y desde entonces, hasta el propio dios Pan debía consultarlo si quería remasterizar su flauta siringa por el resto de la eternidad.
Sound and vision
Hernán Conen es el ingeniero de Sonido de los estudios de la UNVM desde 1997, desde el momento en que se planteó “una universidad del interior con una carrera de música siguiendo el modelo norteamericano”, comenta Conen desde las consolas del Campus. “Por esos tiempos yo me había ido a Los Angeles para hacer un curso de audio digital y midi, que eran los lenguajes de transición de lo analógico a lo digital. Cuando volví, encontré que acá no había llegado nada de esa tecnología. Pero entonces, un exprofe me llamó para que me hiciera cargo del estudio de la Universidad. Al principio pensé que era una burla. ¡No podía ser que en el interior tuvieran la iniciativa y el presupuesto en épocas tan duras! Hoy, 16 años después, doy fe de que no era ninguna burla, sino un proyecto fabuloso, que ni si quiera en Córdoba hay escuelas de música donde se contemple el aprendizaje del sonido”.
-¿Cuál es la importancia de tu materia para la formación de los chicos?
-Mi materia intenta mostrarle al músico que no sólo debe ser capaz de escribir una partitura, sino que también la debe plasmar sonoramente de la mejor manera posible. La idea es reducir al máximo la brecha entre composición musical y lo que le va a proponer luego el ingeniero de Sonido y el productor. El músico debe ser el actor principal de su propio sonido. Claro que todos, en algún momento, van a necesitar de un técnico. Pero con las tecnologías actuales se puede llegar a un punto de autoproducción que 15 años atrás era casi impensable. Mi materia intenta que el músico hable un lenguaje común con el productor.
-¿Hay alumnos que se inscriben en música para ser sonidistas?
-Totalmente. Y éste es un nuevo horizonte que se abre desde la UNVM. Hoy, en 2013, muchos alumnos tienen serias intenciones de ser productores musicales o ingenieros de Sonido. Lo que pasa es que dos materias en una carrera de grado no son suficientes para manejar ese “saber hacer”. Igual es un aliciente muy importante. Muchos alumnos no vienen a ser compositores, sino a dedicarse a los fierros, a hacer sonar lo que hacen los otros. Es la preocupación que yo tenía a los 15 años.
-¿Cómo era esa preocupación?
-Por la estética de un disco, saber cómo se había grabado y conseguido ese concepto sonoro. Siempre que me compraba un disco, miraba el interior del sobre para saber quién había sido el ingeniero de Sonido, en qué estudio se había editado, quién era el productor…
-¿Y cómo te hiciste sonidista, Hernán?
-Creo que la sensación de pertenencia a este mundo me vino, primero que nada, de una necesidad de escucha más consciente de la música, en la que mi viejo influyó. El era un apasionado de la música y de chico me compró equipos e instrumentos. Cuando yo escuchaba discos, él me hablaba de un mundo que no era solamente musical, sino de quienes hacían que toda esa música fuera posible. Y con el tiempo, más que hacer música, tuve la necesidad de proponer la estética que debe tener un disco para que suene mejor. Uno puede ser un músico de rock amateur, como fue mi caso, y sin embargo tomarse con otra seriedad el tema de la producción.
-No debe haber sido fácil formarte en los 90…
-¡Fue dificilísimo porque yo quise ir más lejos que la cosa instintiva! En mis comienzos aprendí haciendo cursos aislados y pruebas de acierto-error. Y luego fui a estudiar a Córdoba, donde me comí toda la carrera de Cine y TV sólo porque estaba la materia “Sonido”. Por suerte, en la carrera conocí a gente con inquietudes parecidas a las mías y empezamos a hacer producción con una portaestudio, de manera muy rudimentaria. Todos nos formamos yendo y viniendo a Buenos Aires. Si íbamos a ver a un músico, lo primero que le preguntábamos era cómo grababa. Si hacíamos un corto, lo más importante era el sonido. Por eso apenas me recibí, viajé a Los Angeles.
De George Martin a Mario Breuer
-¿Cuál es la importancia del sonidista en un disco?
- Para que te des una idea, lo que escuchamos de un disco le pertenece en un 50% a los músicos y el otro 50% al productor musical y al ingeniero de Sonido. Este último va a ser el encargado de traducir a lenguaje sonoro lo que el compositor pensó en el lenguaje musical y el productor aprobó. Muchas veces, el sonido de un disco está en la cabeza del productor musical, pero otras veces no. Y entonces aparecen las sugerencias de los ingenieros.
-Hay casos arquetípicos en la historia del rock…
-¡Claro! Como el caso de Alan Parsons en los estudios “Abbey Road”. El hizo un trabajo acelerado de sonidista. Estaba con Los Beatles, la banda más importante de la historia de la música, y con el productor más grande que era George Martin. Alan Parsons era un “tiracables”, pero aprendió a traducir la música en sonido. Y su segundo golpe maestro fue haber producido “El lado oscuro de la luna”, no solamente en la cocina técnica, sino en la propuesta musical. A tal punto que los mismos músicos de Pink Floyd dicen que sin Alan Parsons el disco hubiera sido otro, y muy inferior. Este es un caso de alguien que va desde lo musical a lo técnico, todo en una misma persona.
-El ingeniero de Sonido no aparece en los créditos de las canciones… Nunca leemos, “Lennon-Mc Cartney-Martin…”
- Eso es, podríamos decir, un poco injusto. Pero es así. Y eso demuestra que existe una intensa colaboración de músicos devenidos a productores o ingenieros a lo largo de la historia. Por eso te decía que en el rock el ingeniero es tan importante como el músico o el instrumentista, porque marca la sonoridad y la estética de una banda. De ahí que a George Martin le dijeran “el quinto Beatle”. No es que Los Beatles no necesitaban de un productor porque eran geniales. Al contrario, lo necesitaban, precisamente, “porque eran geniales”, porque les hacía falta envasar de la mejor manera posible toda esa genialidad.
-¿Qué me podés decir de los estudios de grabación de nuestro país?
-Que hay discos eximios grabados en Argentina, sobre todo a partir de la década del 80. Pensá que en los años anteriores los sonidistas se hicieron solos. Pero en los 80 eso cambió. Hay un ingeniero que yo respeto muchísimo y con quien charlé varias veces; Mario Breuer. Mario me contó que fue a estudiar Producción Musical a Estados Unidos y todo lo que aprendió lo trajo para acá, las nuevas tendencias, el modo de proceder en la grabación, todo. Grabó en estudios como “Del Cielito” y “Panda”, que fueron la semilla de todo el rock nacional que vino después. Me dijo que a veces trabajaba 24 horas seguidas para discos de Charly, Spinetta o Fito. Y eso es un ingeniero, alguien que se compromete con un proyecto más allá de las ocho horas legales. Los 80 fueron la época en donde mejor sonaron los discos en Argentina.
-¿Mejor que en la actualidad?
-Mucho mejor. Hoy pasa algo paradójico. Tenemos un acceso inmejorable a la tecnología, pero no está aprovechado por la falta de talento musical, algo que sobraba en aquellas épocas. A nivel técnico, nos pusimos muy cerca de los grandes centros tecnológicos, pero nos está faltando la materia prima, la creatividad de otros tiempos.
-¿Perdimos calidad con la llegada del rock chabón y el rock latino?
-Absolutamente. Antes había otra conciencia del nivel de calidad de un disco y no hubo recambio generacional de calidad. Igual creo que sería un error esperar que salga otro Charly García. Charly hubo uno solo, con todos sus aciertos y errores. Y va a ser difícil encontrar a alguien que haya tenido tanta consciencia de la elaboración y grabación de la música como él, como Spinetta, que componía con un concepto de musicalidad mayúsculo.
-¿Qué me podés decir de los grupos de rock actual?
-Que no van a cambiar el rumbo del sonido. No hay un plan de recategorización del rock argentino como en otros países. Y no avizoro herederos de nuestro rock dorado. Acá hay bandas con un elemental nivel de composición y una producción escueta. Suenan bien, pero nada más. Después de Los Redonditos de Ricota no encontré un universo sonoro importante nunca más.
-La última. ¿Qué me podés decir de Hernán Conen en tanto ingeniero?
-Que no me gusta hacer como la mayoría de los técnicos, que ven pasar las horas y las cobran. Yo he trabajado un montón de horas gratis para bandas, pero han sido horas de crecimiento personal. También que, a pesar de mi pequeño estudio (OM, en Córdoba) y los proyectos de discos permanentes, siento que es mucho más lo que aprendo cada día que lo que tengo para enseñar.
Iván Wielikosielek
UNVM Records
Además de dictar las materias técnicas para los alumnos de Composición Musical, Hernán Conen transita la etapa de preproducción de la ópera “María de Buenos Aires”, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, la que se grabó con músicos e instrumentistas de la UNVM. El disco verá la luz a fin de año y será la culminación de un proyecto de investigación que coordina con el profesor Alfredo Fraschini, pianista de tango y director del Centro Filológico de la UNVM.
“La idea del proyecto que tenemos con Alfredo es la de incorporar timbres y sonidos nuevos a la música de Piazzolla. No sé si a Astor le gustaría lo que estamos haciendo, pero seguro que nos daría el visto bueno porque en el fondo él era un rockero, un inconformista que nunca se quedaba en un lugar”.
Además, Conen y los estudios de la UNVM participarán en julio del concurso “Vamos las bandas”, que impulsa la Municipalidad de Villa María para promover bandas noveles formadas por chicos de 14 a 20 años. “Haremos las audiciones y la banda ganadora grabará un disco en los estudios de la Universidad en agosto, con todo el equipamiento técnico y el recurso humano del que disponemos”, concluyó.