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El Peregrino Impertinente
Los esteros del Iberá son un conjunto de lagunas, pantanos y bañados, que unidos conforman uno de los humedales de mayor diversidad biológica del mundo. Tanto líquido contienen, que los paisanos lo utilizan metafóricamente para referirse a ciertos despistes nocturnos: "Me tomé hasta el agua de los esteros", dicen en los días de resaca.
Buena parte de este tesoro está protegido en los límites de la Reserva Natural del Iberá. Un área digna de visitar y que con 13 mil kilómetros cuadrados representa casi el 15% de Corrientes, provincia donde está ubicada. Correntina al máximo ella. Para comprobarlo, basta con encontrarse con alguno de los habitantes de la región, como el zorro gris, el mono carayá o el lagarto Tarragó Ros.
Ahí, en la fauna, es donde probablemente radique la mayor riqueza del lugar. La lista resulta interminable: ciervos de los pantanos, gatos monteses, carpinchos, hurones, comadrejas, aguará guazús, zorrinos, liebres, armadillos, cuises, tortugas... Entre los bichos más peligrosos figuran el yacaré, la boa del agua, la boa constrictora, la víbora de cascabel y la yarará. Animales temibles, agresivos y hasta mortalmente venenosos. Raro es que todavía no trabajen en algún bufé de abogados del Litoral. En cuanto a la flora, otro de los grandes atractivos de la reserva, destacan especies como el quebracho, la palmera, el lapacho negro, el iruré, el urunday, el guaviyú y el viraró. Los guías poco memoriosos se aprovechan de la complejidad de los nombres guaraníes y les dicen cualquier cosa a los turistas. Estos, inocentes, se sacan fotos con las plantas en cuestión y ahí nomás las cuelgan en Facebook: "En los esteros del Iberá, junto a un arboléo porongaé", pone uno, abrazado a un arbusto cuyo largo tronco se ve coronado por una copa con forma de hongo. Como solemos decir: es lo que hay.