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9 de Junio de 2013
Opinión
Acerca del maltrato animal
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Uno de los ve­ne­nos más dul­ces de los que se sir­ve la na­tu­ra­le­za pa­ra mo­vi­li­zar­nos es la me­lan­co­lía. Te in­yec­ta un no se qué en la san­gre, que lle­va a pen­sar que el mun­do es una gran má­qui­na de mal­dad. To­do lle­ga a ser a ve­ces ti­nie­bla o in­di­fe­ren­cia. Lo úni­co que quie­ro es que el mun­do pa­re y ba­jar­me de él. Al­gu­na que otra vez sen­tí ver­güen­za de com­par­tir la ra­za con un sá­di­co a quien se le ocu­rre mar­ti­ri­zar a al­gún ani­mal. Pe­ro no por eso uno se va a que­dar en el mol­de.
Se los tra­ta co­mo se so­lía tra­tar a los es­cla­vos hu­ma­nos, o peor. ¿Exis­te al­gu­na jus­ti­fi­ca­ción po­si­ble que nos per­mi­ta ha­cer­lo? ¿So­mos real­men­te su­pe­rio­res? A lo lar­go de su de­sa­rro­llo, el ser hu­ma­no ha in­ten­ta­do di­fe­ren­ciar­se de los ani­ma­les, pe­ro lo úni­co que nos dis­tin­gue y se­pa­ra es la ca­pa­ci­dad de ra­cio­ci­nio.
El ani­mal en cues­tión es cons­tan­te­men­te so­me­ti­do a las em­pre­sas más po­de­ro­sas de los paí­ses más po­de­ro­sos pa­ra el be­ne­fi­cio hu­ma­no. La uti­li­za­ción más bá­si­ca es pa­ra el con­su­mo, en los ma­ta­de­ros, en don­de la ma­ta­ri­za se rea­li­za sin fre­nos. Lue­go es­tá la uti­li­za­ción de los ani­ma­les co­mo abri­go, las pie­les de zo­rros, nu­trias y otros ani­ma­les con­ti­núan trans­for­mán­do­se en ves­ti­men­ta, por­que es una in­dus­tria que nun­ca se ha de­te­ni­do. Y más abe­rran­te es la ta­rea de usar­los pa­ra pro­bar pro­duc­tos quí­mi­cos en la­bo­ra­to­rios, in­ten­tan­do com­pro­bar que los pro­duc­tos no son da­ñi­nos en los se­res hu­ma­nos. A su vez los zoo­ló­gi­cos y cir­cos son otra for­ma de ex­plo­ta­ción ani­mal, en don­de in­ten­tan jus­ti­fi­car es­to con el en­tre­te­ni­mien­to hu­ma­no. Se les pri­va la li­ber­tad y le qui­tan la po­si­bi­li­dad de vi­vir en su am­bien­te na­tu­ral, ¿aca­so no es un de­li­to?
Te­ne­mos que tra­tar­nos en­tre hom­bres y ani­ma­les en ple­na igual­dad, re­fi­rien­do di­cha igual­dad a la mis­ma ca­pa­ci­dad de su­frir. Es de­cir, por ejem­plo, el en­cie­rro su­fri­do por los ani­ma­les en zoo­ló­gi­cos, cir­cos o la­bo­ra­to­rios es el mis­mo im­pac­to que se ge­ne­ra en las per­so­nas en­ce­rra­das. En el ca­so de los ani­ma­les, pa­de­cen de zoo­co­sis en don­de se pro­du­ce un de­sor­den men­tal y su­fren una de­so­rien­ta­ción, de­bi­do a la fal­ta de con­tac­to con el mun­do ex­te­rior, lo que in­clu­ye que se pa­seen ner­vio­sos y es­tén in­quie­tos, el ba­lan­ceo de su ca­be­za y la au­to­mu­ti­la­ción. Y por el otro la­do, en el hom­bre se pro­du­ce la psi­co­sis que cons­ta de un de­se­qui­li­brio men­tal que se oca­sio­na por lo mis­mo y trae con­si­go las mis­mas con­se­cuen­cias. Al­gu­nos ac­ti­vis­tas de los de­re­chos de los ani­ma­les man­tie­nen que de­be­mos per­mi­tir que es­tos ten­gan los mis­mos de­re­chos que no­so­tros. Pe­ro me pa­re­ce más co­he­ren­te que es­tos de­re­chos se cen­tren en uno so­lo: el de no ser tra­ta­dos co­mo pro­pie­dad de los hu­ma­nos. Por­que hoy en día, pa­re­ce que fue­ran eso, ¿o no?, co­mo nues­tra pro­pie­dad. Ni que fue­ran au­tos o ce­lu­la­res.
Se pro­hí­be el su­fri­mien­to ani­mal só­lo cuan­do no tie­ne be­ne­fi­cio eco­nó­mi­co. En to­das par­tes del mun­do, el va­lor de su vi­da vie­ne de­ter­mi­na­do por el pre­cio del mer­ca­do. La ba­lan­za es­tá de­se­qui­li­bra­da des­de un prin­ci­pio. 
Acep­tar que los ani­ma­les ten­gan de­re­cho a no ser so­me­ti­dos a los hu­ma­nos no es per­mi­tir que chan­chos, ga­lli­nas o va­cas an­den li­bres por las ca­lles si­no de­jar de uti­li­zar­los co­mo re­cur­sos. Es­te no es un te­ma dis­cu­ti­do en mu­chos ám­bi­tos, pe­ro creo que la vi­da es vi­da. No im­por­ta si es pe­rro, ga­to o hu­ma­no. No exis­te la di­fe­ren­cia. La idea de di­fe­ren­cia es del hom­bre crea­da pa­ra el pro­ve­cho del hu­ma­no. Hay que res­pe­tar el do­lor que no tie­ne pa­la­bra, que no tie­ne voz, el de­re­cho que no tie­ne de­fen­sa. Por­que, des­pués de to­do, su úni­ca des­ven­ta­ja es no ha­ber na­ci­do hu­ma­no. La pre­gun­ta no es ¿no pue­de ha­blar­? ¿no pue­den ra­zo­nar? si­no ¿pue­den su­frir?
 
Va­len­ti­na Avel­da­ño
DNI 39.475.927
Del Instituto Secundario
Manuel Belgrano

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