Hay un poeta en la noche, pero nadie lo puede ver. Se trata de un hombre venido de arrabales de otros tiempos a las costas del presente. Como un buque varado en la niebla de un riachuelo ctalamochitense. De nueve a diez, el hombre no tiene rostro. Pero si lo tuviera, sería dulce y triste como la flor de una pena, como un viejo esmoquin, como una tarde gris, como una guitarra guardada en el ropero, como un pensamiento que se baila. Pero por sobre todas las cosas el rostro del hombre sería bueno, como el pan que la vieja siempre dio o como esas manos que regresaban presentes para calmar la fiebre desteñida de amor.
Hay un poeta en la noche, pero se ha camuflado entre las sombras. Ha venido del empedrado del pasado a las avenidas del presente, caminando desde lejos por esa vieja calle donde el eco dijo (y siempre dirá) de quién es la vida y de quién el querer. Porque a pesar de su naturaleza invisible, al hombre se lo puede oír como al eco de sus pasos. Y es que su voz está en todas partes. En cada aparador de casa vieja con una “Spica”. En cada cómoda brillada por la amplitud modulada de un vals. En cada mesita de teléfono apagado que sintonizan las muchachas de antaño. Está en el punto cruz de las viejas tejedoras. En los talleres mecánicos que a esa hora cierran los portones. En el molde amarillento de modistas solteras que sólo saben coser trajes de novia. En los bares de naipes sucios que se pasan como una comunión de 40 hostias con un sello misterioso. En los almanaques del pasado colgando bajo una luz de almacén. Y sobre todas las cosas, la voz del hombre está en la mesita de luz de un muchacho viejo que se acurruca, lúcido y solo, como un pájaro sin luz.
La voz del hombre que ha venido de otros tiempos es pausada y clara, casi se diría la voz de un predicador pacífico. Y cada noche da su misa y comenta fechas decisivas para la música de los arrabales; el fallecimiento o el natalicio de otras sombras que, al igual que él, ya son una pronunciación inmaterial escapándose del olvido. Y el hombre las presenta como si un fantasma modesto diera a conocer una eterna constelación de espectros sagrados que aún cantan. “Amigos y amigas, con ustedes, Roberto Goyeneche. O Carlos Pérez de la Riestra alias “Charlo”. O Roberto Rufino. O Floreal Ruiz. O Rubén Juárez. O Edmundo Rivero. O Julio Sosa. O Carlos Gardel con la frente y las veredas que no marchitan.
La voz del hombre que ha venido de otros tiempos no tiene cuerpo, pero en cambio tiene omnipresencia. Y está en el aire de cada noche en la ciudad, cuando los ruidos del mundo se callan y empiezan a sonar las orquestas en el Café Los Angelitos del reino de los cielos. Y las damas de antaño, que acaso hoy peinaron su último cabello que no era blanco, vuelven a tener el pelo joven con rodete azabache y nuca de diosa de los años 50. Y así, vestidas de percal, vuelven a las viejas pistas con la típica de Dante Alessio o Conrado Sánchez Rodríguez. Y entonces, el muchacho viejo que se quedó clavado en la mesita de luz, de pronto la recuerda. Fue aquella noche, en el galpón de un club de barrio… No la pudo tener, pero bailaron apretados esa pieza inolvidable. Ella temblaba de cariño, con ojos de mujer que aún no saben mentir amor, entregada e imposible porque ya estaba prometida, linda y fatal. Y cuando por la radio vuelven a pasar aquel tango, una lágrima (acaso la última que llore el muchacho viejo en su vida) rueda por su mejilla arrugada por una eterna pregunta: ¿por qué no pude ser feliz en este mundo? Pero durante esos dos minutos de pianos y violines nada más importa, porque entonces la vuelve a sacar a bailar. Y ella, que quizás nunca sepa que a esa misma hora el hombre la toma una vez más del talle, ha dejado de pronto las agujas de tejer y el Facebook con los nietos y ha improvisado viejos pasos en la cocina como a escondidas de su marido. Y durante el poco tiempo que dura la canción, breve como el fulgor que da un lucero, ella vuelve a tener alas y un futuro infinito. Y entonces la voz que está en todas partes, en todas las radios que llegaron de otros tiempos al presente, dice como un evangelista del empedrado: “Amigos y amigas, hoy se cumplen 38 años de la muerte de Aníbal Troilo y pasaba Danzarín, a pedido de Jorge, que siempre nos escucha”.
Por eso es que Dyber Bocco es un poeta en la noche. Porque se ha despojado de sus años para ser una voz sin edad. Porque hace 20 años que pone en sintonía el bandoneón latente de olvidados corazones. Y porque vuelve a hacer bailar, una vez más, a los hombres desolados con las bellas damas de antaño en las pistas de la nostalgia, en esa tanguería por siempre abierta de sur a sur donde cada pieza vuelve a ser la eternidad.
Que 20 años
no es nada…
-¿Por qué 20 años haciendo un programa de tango, Dyber?
-Porque fui tanguero toda la vida. Nací con el tango, me crié con el tango, me enamoré con el tango, me casé con el tango y después hice mi familia con el tango. Pero también porque siempre quise hacer radio. Y cuando ya no me dio más la vista para seguir cubriendo el fútbol, donde estuve 20 años, empecé a meterme de a poco con mi música.
-¿Y cómo era el clima tanguero en 1993 cuando se hizo cargo del programa?
-Por esos tiempos los programas de tango iban desapareciendo de a poco. Y eso era algo que ya había empezado a pasar fines de los 50, desde que las discográficas extranjeras apostaron al Club del Clan y a lo foráneo. Cuando me hice cargo de “Proyectando lo nuestro”, el programa ya tenía 20 años, desde la fundación de la radio en el 73, y también estaba decayendo. El problema era que lo hacían locutores de turno que no conocían nada de tango. Y yo me pude largar gracias a la complicidad de Oscar Férez. Al principio, Roberto Kfuri, el dueño, no estaba contento con mi propuesta. Pero después me dijo “seguí”. Y acá estoy, a punto de cumplir 20 años de programa en noviembre.
-¿Ha habido algún repunte del tango por radio y televisión desde entonces?
-¡Para nada, querido! El tango no tiene casi difusión en nuestro país. En la televisión pública o en los canales grandes ya no queda ni un solo programa como “Grandes valores de hoy y de siempre”. Y en la radio también hay una pobreza espantosa. Años atrás, a las 6 de la tarde, los tangueros lo escuchaban a Fredy Dilena en radio Río Cuarto; de 7 a 8 a Américo Tatián por Universidad; de 8 a 9 a Daniel Díaz por Cadena 3, de 9 a 10 me escuchaban a mí y de 10 a 12 a Rogelio Insaurralde por Radio Nacional Córdoba. Y si todavía se quedaban con las ganas, después de medianoche se iban a las radios de Buenos Aires y podían escucharlo a Jorge Bocacci por radio Mitre o a Marcelo Guaita con “La Fonola”. Ahora eso no existe más. Sólo quedamos Tatián, Dilena y yo.
-¿Y por qué piensa que el tango no se difunde, si es nuestra mejor carta de presentación en el mundo?
-¡Eso mismo me pregunto yo! Vos fijate que el extranjero que viene a la Argentina, viene a consumir tango. Hace poco, vino la delegación china y pidió tangos. Y los llevaron a cenar al Viejo Almacén... Pero hoy, los lugares para escuchar tango en Buenos Aires están hechos para el turismo. ¡Y cuestan una fortuna! En cambio, en la década del 60, vos te ibas a Buenos Aires y te tomabas un café en cualquier esquina escuchando una orquesta de primera, de segunda o de tercera línea. ¡Y había trabajo para todas! Porque las confiterías de Buenos Aires trabajaban con el tango a las 10 de la mañana, a las 2 de la tarde, a las 6 y a las 10 de la noche. Hoy, el músico de tango trabaja mucho más en el exterior que en el país.
-¿Por qué gusta tanto el tango a los extranjeros?
-El baile es lo que más pega. Yo no soy muy afecto al baile que exportamos, porque a mí me gusta el baile de salón. Pero la razón por la cual el tango es conocido en el mundo es por nuestros músicos. Ellos hicieron una fabulosa tarea de difusión. En Japón, por ejemplo, lo llevaron a Jorge Caldara y a Fernando Tello y luego entraron todos. Lo hecho por Gardel en la década del 30 en Estados Unidos fue fundamental. Y en la década del 10 y del 20, lo que hicieron en Francia Manuel Pizarro, Eduardo Arolas y Bachicha De Ambrogio fue fabuloso.
Piazzolla también
-Dígame algo de quienes lo escuchan, Dyber.
-Mi audiencia es incondicional y maravillosa, gente grande que ha vivido la época del tango y vienen del mismo tiempo que yo; gente que lo bailó y que todavía lo baila en lugares nocturnos de la ciudad.
-¿Y los más jóvenes lo escuchan?
-Algunos, sí. Muchas veces el profesor Alberto Bacci les dice a sus alumnos de música de la Universidad “escuchen el programa de Dyber Bocco”. Yo creo que las universidades están haciendo la tarea más importante para acercar los jóvenes al tango. La de Rosario, por ejemplo, lo tuvo mucho tiempo de profesor a Domingo Federico. Y muchos músicos rosarinos han salido de ahí. Y lo de la Universidad Nacional de Villa María es fabuloso. Está sacando muy buenos músicos que se ensamblan sin problemas en las orquestas.
-¿En qué momento y en qué lugar arma los programas?
-Acá mismo, en el trabajo. Cuando me hago un tiempito y dejo de vender vacas, pienso en los temas que voy a pasar. Generalmente son 14 temas por noche y siempre me apoyo en onomásticos, hechos que me marca el calendario, fechas trascendentes de nacimientos o de muertes… Hoy, por ejemplo, cumplió años Juan Carlos Cobos, que cantó con Pugliese y estuvo 15 años con Celia Queiró en Europa. Cobos fue el cantante que más países ha visitado con su tango y la gente casi no lo sabe.
-El 24 de junio, uno se imagina un programa consagrado a Gardel…
-Todo el mes de junio va a estar consagrado a Gardel, pero no va a haber ningún programa entero dedicado a él, ni siquiera el 24. Habrá pequeños “especiales” todos los días, pero no quiero saturar, por eso trato de matizar. Ya me pasó eso de hacer programas especiales y ver que el oyente se cansa.
-¿Qué criterio tiene para pasar música? ¿Gustos personales, calidad, importancia de la canción?
-En mi programa tiene cabida todo el tango. Yo jamás antepongo mis gustos porque soy un difusor, no un crítico. Pero, aunque tengo mis preferencias, la verdad es que me gusta todo el tango.
-¿También lo pasa a Piazzolla?
- ¡Claro! Lo que pasa es que a Piazzolla hay que dividirlo en dos, por un lado el Piazzolla tanguero; y por el otro, el que hizo la “música de Buenos Aires”. Si a mí me decís cuáles son las grandes melodías del tango, una es “Adiós Nonino”. Y es de Astor Piazzolla. El fue discutido por los tangueros de la década anterior, pero es parte fundamental de nuestra música.
- Parafraseando un título de Astor, ¿qué es “lo que vendrá” en la vida y el programa de Dyber Bocco?
-Sé que mi horizonte en la radio es corto, pero mientras me sienta bien y la radio me dé lugar, voy a seguir con el programa. Pero cuando me empiecen a llamar la atención, me tendré que ir solito. Tendré que dejar la radio antes de que la radio me deje a mí.
-La última tiene que ver con la fugacidad de la existencia, Dyber. Dígame ¿el tango ha muerto?
-El tango no va a morir nunca, querido. El tango va a estar siempre. El problema es de difusión. ¡Difusión! Muchos me dicen que ya murió porque todos los músicos que pongo en el programa ya no viven. Otros dicen que el tango va a desaparecer porque no hay más farolitos ni esa mujer de mala vida de otros tiempos que le daba pie a las letras. Yo sé que todo tiene su ciclo, que todo empieza y termina, pero no quiero creer que el tango se termine… No puedo creerlo. No puedo ni siquiera imaginarlo. Sería como imaginar mi propia muerte.
Iván Wielikosielek