Hace más de un año que está en tratamiento contra las adicciones en la Casa Esperanza de la Asociación Nazareth, en Villa María. Espera graduarse en agosto, aunque, aclaró, esa es un alta supervisada, ya que luego le sigue un período más extenso hasta llegar al alta definitiva.
Remarcó que se puede salir de las drogas, con diferentes acciones, aunque advirtió que “esta es una enfermedad crónica y de por vida, que tiene tendencia a la recaída”, algo que él, hasta ahora, no sufrió.
“La familia no tiene que asustarse ante una recaída porque esto es así: es como si uno tuviera cáncer y la enfermedad reaparece. Ocurre que la gente no entendió que esto es una enfermedad y continúa siendo prejuiciosa”.
Quien habla es Ariel Zucotti, un villamariense que adquirió notoriedad en su paso por la función pública y desde AERCA, pero que luego terminó en la cárcel. “Las cosas en la ciudad están peor que antes en cuanto a drogas. Villa María es una ciudad complicada en ese sentido y siempre lo ha sido. La violencia y los robos que hay tienen que ver con el alcohol y otras drogas. Yo, sin ir más lejos, estuve preso y fue a consecuencia de esto”, confió ayer al ser entrevistado por EL DIARIO, cuando ingresaba a la Casa Esperanza, adonde acude dos veces por semana en el último tramo de la segunda etapa (de tres que posee el tratamiento).
“El Estado municipal no ha hecho nada y sólo tiene un discurso. La Casa de Medio Camino no ha funcionado. Hace 15 años que está Nazareth y nunca se acercaron. Valoro que la Provincia haya dispuesto del Centro de Integración Social (CIS) y ya firmaron un convenio con la Casa”, declaró.
Zucotti apuntó que tras un año y tres meses de tratamiento, se encuentra “bastante bien parado” y que ha retomado su “vida normal” hace un par de meses. Precisó que en una primera etapa, el equipo de la casa no le permitió trabajar “y eso fue lo que más me costó”. “Lo más difícil es trabajar sobre uno mismo”, enfatizó. “Me costó muchísimo aceptar los límites, hoy estoy contento de poder transmitir todo lo que he conseguido. Durante muchos años de mi vida giré en torno al éxito laboral: son disfraces que no te dejan afrontar otras miserias. Hoy vivo en la verdad, en la luz y no sólo tiene que ver con no consumir ninguna sustancia, sino en haberme encontrado conmigo mismo”, relató. “Lo más difícil es trabajar en uno mismo y eso hice: hace un año y tres meses que no me miento”, añadió.
“Me costó aceptar la realidad. Ahora puedo decir que el no hacer cosas que te generen culpa o cargo de conciencia no tiene precio”, resaltó.
En la primera etapa en Nazareth cumplía horarios: de lunes a viernes, ocho horas diarias. No podía salir de noche ni usar teléfono celular. En la segunda etapa, la que transita, todo es más flexible. Acude dos días, uno para la terapia grupal (“nos apoyamos mutuamente”) y otro para la individual.
“Los viernes estamos en grupo y somos siete, los mismos que ingresaron en igual período que yo”, contó.
Elogió al equipo de profesionales de la institución, que “es excelente”. “Son 15 personas. En Villa María no hay otro lugar, sólo casos aislados como el de Gustavo Ballas, a quien admiro, quien hace mucho trabaja en esto y no se lo reconoce como tal”, sostuvo.
“Muchas veces tuve ganas de dejar el tratamiento pensando que ya me alcanzaba, pero me propuse el objetivo de graduarme. Para llegar al alta definitiva hay que estar cuatro años, pero el alta supervisada se consigue antes, según lo evalúan los profesionales”, manifestó.
El entrevistado sostuvo que “hay mucho desconocimiento y negación” de la problemática en la sociedad y que se ha naturalizado el consumo de marihuana y alcohol, “lo que es preocupante”.
Para superar las adicciones, cree que “hay que ser honesto con uno mismo, asumir que solo no se puede o que es muy difícil hacerlo, buscar ayuda en profesionales idóneos y darse tiempo”.